Fabrizio Ya era prácticamente la cuarta vez que pasaba por la zona del entrenamiento donde se había hecho el desafío. Me pasaba las noches dando vueltas por el bosque y el jardín, pero solo encontré un simple olor vampiro, a sangre de vampiro... me parecía conocida, pero no terminaba de saber qué
—¿Cómo te sientes? —le preguntaba, y él tenía una sonrisa de oreja a oreja. —Mejor que nunca… nunca estuve tan feliz de que me pegaran tremenda paliza —decía, viendo a su mate que se sonrojaba. Si la diosa nos ayudaba… esta pareja avanzaría, cada lobo con su mate era más fuerte. Y necesitábamos t
Xavier Estaba sumergido en lo que parecían ser pesadillas aterradoras, algunas en las que mi mate me odiaba y decía que yo era un violento y me tenía un profundo miedo. —¡Eres un salvaje!— —¡Nadie te quiere!— —¡Con razón la diosa Luna te dejó sin mate y solo!— decían voces y yo no podía dejar d
— Yo jamás lo creería... —dice ella con cariño. —Bueno… como que estamos de más aquí … un alfa y su Luna son cosas serias. Ya después me recompensarás grandote… por haberme dejado en una camilla por días…— dice Bruno bromeando. —Por lo que recuerdo estabas contento recuperándote, con la ayuda de
Aníbal —¡Maldición, Alfa! ¡Esto no puede ser! ¡Sería la ruina de la luna de sangre! ¿Lo entiendes? —me decía Gerardo desesperado mientras yo lo empujaba contra la pared de mi habitación. Habían pasado horas en las que estábamos discutiendo, luchando por hacerlo en voz baja para que nadie nos escu
— ¡No! ¡No! Yo la conozco, ella no es digna. Además… no solo es una humana… sino que para colmo ¡Está con dos alfas! ¿Qué hacen se la turnan? ¡Es una perra! ¡Está con ambos!— dice y yo lo golpeo tan fuerte que le rompo la boca. —No se te ocurra decir algo así de ella. Ninguno la hemos tocado… ella
Marina — ¡Hey! ¿Te ibas sin despedirte de mí? —dice Bruno, deteniéndome justo en la entrada del castillo. Desde el primer momento en que coloca una mano en mi brazo, siento como mi loba me suplica quedarme con él. — ¡Mate, es tan maravilloso! —susurra en mi cabeza, y no puedo contradecirla. Desd
Y los hombres desesperados eran peligrosos. Había que actuar antes, tener pruebas y que Aníbal nos llevara directo a sus enemigos. — Por aquí... —le decía yo. Había un pequeño rastro de sangre. Él se agachaba y la olía. — Me dijiste que no estabas en buenas condiciones, sé que tu salud está mejora