Capitulo 3

Hallie

El líquido carmesí aún estaba caliente en mis manos cuando llegaron los refuerzos. Tenían quince minutos de retraso, aunque su presencia no fue necesaria, debía castigarlos por ello. La puntualidad era cuestión de vida o muerte. Un retraso de un minuto podía significar la pérdida de un soldado, una mujer o un niño o de la manada completa. Y ellos debían entenderlo.

Saquen los cuerpos y déjenlos a las puertas de su hogar. Que ningún niño los descubra, no quiero traumas —ordene.

 El estado de los cambiantes bajo mis pies podía alterar hasta al más perfecto asesino, a menos que ya estuviera acostumbrado, como es el caso de mis refuerzos. Aun así, estos hicieron todo lo posible para evitar mirar.

Al regresar, presentarse en la arena norte para recibir su castigo, la puntualidad es esencial.

Ellos asintieron, cabizbajos. Aunque deseaba humillarlos con un castigo en la arena central, no quería ganarme su odio. Así que contuve mi mal genio y les di la espalda, con mi destino en una ducha para quitarme la sangre de encima.

Me preocupa que unos animales tan grandes, conocidos por su falta de ligereza, hayan logrado entrar en nuestro territorio y llegado tan lejos sin alarmar a nadie. Debo pedirle a Theo que multiplique la seguridad de la frontera y que se encargue del guardia que se durmió. También de paso que se encargue del castigo de los soldados que fallaron hoy, después de todo, Theodore Black es el futuro alfa.

Cuando llegue a mi habitación, la luz del amanecer comenzaba a entrar por mi ventana. Agotada, cerré las cortinas y la puerta con llave. Luego me desnude y entre a mi baño privado para quitar la sangre seca sobre mi piel y el olor de la muerte que me rodea. Cuando termine revise que los seguros de las entradas y las protecciones mágicas estaban en su lugar dos veces, solo para asegurarme. Solo entonces  agarre una manta y una almohada; me eche en el suelo a los pies de la cama. El animal dentro de mi rechazaba la suavidad del colchón y su comodidad. La cama es demasiado suave, demasiado blanda, como estar sobre un malvavisco, que en cualquier momento sería devorado.

Puede haber pasado dos años, y que los tres años de cautiverio la leopardo se halla mantenido dormida, pero la costumbre se arraigó profundo, tanto en mi mente animal como en la humana. Y ambas estamos de acuerdo en que preferimos la dureza y el frío del suelo que la comodidad y suavidad traicionera de una cama.

Han pasado años y aunque cada día logró reunir un pedacito de mi alma y reunirlo con el resto, el pasado está esperando en la oscuridad, esperando a un segundo de descuido para devorarme.

Desperté cuatro horas más tarde.

Pesadillas. Todas las noches. Los recuerdos se repiten en mi cabeza, tan reales que olvido que ya no son reales.

A veces, un lobo de ojos blancos viene por mí, abre su boca y clava sus colmillos en mi estómago. Entonces me arrastra a la oscuridad. Luego aparezco otra vez en la celda, a merced de la suciedad, las ratas, y los soldados. Puedo sentir sus manos acariciando mi piel. Puedo sentir la fuerza de los látigos en mi espalda al rechazar con mordiscos su abuso.

Entonces, una sombra que tiene sus propias sombras, que apesta a cuerpos en descomposición y tabaco, se cierne sobre mí. Luego, despierto.

Abro los ojos y estoy rodeada de oscuridad y aire encerrado. Me cuesta unos segundos calmar mi pánico y entender que estoy en mi habitación, segura, recostada en el suelo. Sudando como un cerdo y temblando peor que un conejillo asustado.

Cierro la puerta con llave y nunca le hablo a nadie de lo que me sucede. Porque al dormir, soy débil. Y no hay lugar en este mundo para los débiles. Y en mi estado de pánico al despertar atacaré a cualquiera que esté cerca mío y eso sería peligroso.

Después de varios minutos, en los que reguló mi respiración alterada, me levanto de mi improvisada cama y acomodó la manta y la almohada, desacomodo la cama para dar la ilusión de que allí es donde dormí. Voy al baño a darme una ducha para eliminar el sudor y cualquier vestigio de olor a miedo que haya quedado impregnado en mi cuerpo.

8 a.m.

Hoy es ESE día.

Al salir, hago a un lado mi ropa diaria con tristeza. Por el contrario, elijo un conjunto de ropa delicada y femenina. Un vestido con un corte moderno que me llega a las rodillas, de color vino, que remarca mis curvas y me da un aspecto frágil. Escojo unas zapatillas delicadas con tacón bajo de aguja. Recojo mi cabello en un moño apretado, dejando un par de mechones del flequillo para que remarqué mi rostro. En contra de mis gustos, delinee mis ojos y los sombreo con un polvo plateado. Pinte mis labios de un rosa oscuro y coloree mis mejillas.

Mire mi reflejo en el espejo de cuerpo completo. Daba una imagen tan femenina que me dieron náuseas. Incluso parecía atractiva, excepto por las tres marcas de garras que cruzaban mi cara, una línea desde mi ojo derecho hasta la punta de mi nariz, otra más larga que partía mi labio superior en dos y una tercera que llegaba a mi barbilla.

El reloj marcó las 10 a.m.

Dentro de una hora recibiremos la visita del alfa del clan Jokerwolf, un posible aliado con gran poder. Mi trabajo consiste en ser la princesa de la manada: dulce, delicada y amigable. Debo ser amable con los invitados y no saltarles encima para arrancarle las cabezas para cumplir mis deseos más profundo.

Un suave golpeteo en la puerta me sacó de mi ensimismamiento. Quite la llave y abrí, puntual como nadie más, Lessa, la bruja de la manada, me saludó con una media sonrisa.

Gracias por venir —dije, dándole paso a mi cuarto.

Cualquier cosa por mi princesa —dijo con burla en la voz.

Rodeé los ojos. Lessa jamás cambiaría y eso era lo que me gustaba de ella. Por esa razón, era la única mujer a la que le permito tocarme.

Cuando una mujer habla de abuso, inmediatamente se piensa en un hombre. Pero ellos no son los únicos con una mente perversa. Las mujeres también pueden esconder oscuridad y morbo.

Yo conocí ambas mentes.

Además, Alessa detesta tanto el contacto como yo, por lo que la interacción física entre nosotras es casi nula.

¿Tienes lo que te pedí?

Lessa sacudió una petaca frente a mis ojos. Entrecerré los ojos en su dirección.

Creo —dije señalando la petaca—que eso no pega con mi aspecto de niña buena.

Y me apunté a mí misma.

¿La princesa buena y obediente llevando una petaca en el cuello? No, para nada. Se supone que el papel que debo representar es el de una mujer delicada, no puedo dejar entrever mi verdadero carácter o todos mis esfuerzos no habrá valido nada.

Ella sonrió con picardía, entonces alzó su otra mano. De su dedo índice cuelga un pedazo de tela de encaje negro. Un ligero.

 La mire mal. Descarada.

Tu vestido es lo suficientemente holgado en las piernas para que nadie lo note.

¿Y el olor? —pregunté, inmediatamente me di una respuesta a mí misma. Esa cosa no tenía olor.

Lessa lo confirmo.

Es inoloro.

Gruñí. De un manotazo le quité la petaca y bebí un generoso trago de él. Mire mi reflejo justo a tiempo para ver cómo mis cicatrices desaparecen lentamente, dejando mi rostro como hace tres años atrás. Perfectamente liso, bellamente joven.

Débil.

Hice una mueca. Estas marcas son un recordatorio de lo que pase y de que logre escapar del mismísimo infierno. Son mi ancla, lo que me mantiene en la realidad y me recuerda cada vez que hay amenaza con perder la cordura que todo lo que me rodea no es un invento de mi mente. Es real y estoy a salvo.

Las cicatrices de mis brazos y piernas también desaparecieron, no necesito ver las de mi espalda para saber que está también.

¿Cuánto dura la poción?

Tres horas.

Bien —asentí.

Sin importarme su presencia, subí la falda hasta mis caderas y até el pedazo de tela en mi muslo. Este tenía una especie de media funda donde coloque la petaca. La sacudí un poco para saber si estaba segura y, satisfecha, bajé la falda.

Al levantar la cabeza me encontré con una mueca de preocupación en el rostro de la bruja. Cuando se dio cuenta de que la vi, rápidamente cambio su expresión. Tarde.

Ya dilo —sacudí la mano.

¿Estás segura de hacer esto?

Los Jokerwolf son una de las manadas más importante. No podemos tenerlos como enemigos. No aún.

Si, pero... ¿Podrás hacerles frente así? —me señaló.

Temes que rompa la fachada y salte a su yugular al menor indicio de amenaza — no pregunte, afirme.

Lessa bufo.

No temo que pierdas el control. Estos últimos años has demostrado que eres una perfecta actriz.

¿Entonces?

Temo que vuelvas a retraerte como los primeros meses, cuando llegaste.

Tranquila. Eso no sucederá. Los Jokerwolf no son la manada que me rapto. Se diferenciarlos. No todos son iguales.

Pero siguen siendo lobos. Y los lobos cazan gatos.

Pues este gato tiene garras más afiladas y dientes más grandes —gruñí, luciendo mis colmillos.

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