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Elena apretó sus labios cuando la invasión de aquel miembro que parecía imposible que cupiera dentro de ella comenzó a abrirse paso dentro de su agujero de forma lento y tortuosa. Ella comenzó a temblar ante la nueva sensación ligada con dolor dado que sus paredes se iban abriendo a algo tan grande. Incluso las cuentas no se sentían para nada placenteras, era como si la estuviesen raspando.

Aun así y ante los leves gemidos de dolor que ella soltaba contra la almohada donde tenía enterrado su rostro, Dorian no se detuvo manteniendo su avance y su agarre sobre la estrecha cintura de ella. Sus dedos se enterraban tanto en la piel que dejarían marcas de seguro.

Solo a mitad de camino y cuando sintió una barrera contra la cabeza de su glande fue que se detuvo y la dejó tomar aire. Ese era el himen de su virgen esposa, ese que no dejaba que pudiera enterrarse por completo dentro de ella. Eso cambiaría muy pronto.

-Relájate, esto puede doler.

-¿Qué?- Elena preguntó entre jadeos ante las pala
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