LUCIANA
Tres meses después…
Las cosas no habían cambiado entre Julián y yo durante los últimos meses y seguíamos teniendo encuentros fogosos en el piso que me había asignado en calidad de préstamo.
Estaba feliz porque me había pedido ser su acompañante en la boda de Giulio, por lo que lo estaba esperando para que ambos fuéramos al aeropuerto privado donde nos montaríamos en un jet de su empresa para volar a la isla Cagliari, en Italia.
La empresa había crecido a pasos agigantados y Julián había encontrado a la persona perfecta para que manejara la presidencia cuando él decidiera retirarse del mando, ya que no me encontraba en condiciones de manejar todos los asuntos por mi cuenta.
La puerta se abrió y supe que Julián había llegado por mí.
Corrí como una adolescente a su encuentro, colgándome de su cuello y enrollando mis piernas a su cintura para devorar su boca en un apasionado beso.
JULIANLuciana estaba furiosa por lo que la seguí hasta el dormitorio.Me recosté en el marco de la puerta con los brazos cruzados, mientras ella había entrado al tocador. Cuando salió, parecía dispuesta a matarme.—No hay nada que pueda terminar más rápidamente con un buen ambiente que una charla sobre asuntos personales —ella solo guardó silencio—. El jet espera por nosotros; no le quiero quedar mal a Giulio, por favor.Salí de la alcoba para dejarla sola y que se serenara un poco. Minutos después, salió del dormitorio con su equipaje y llevaba puesta una gafa de sol.La ayudé con la maleta y en un absoluto silencio incomodo, hicimos el trayecto del hotel al aeropuerto y del aeropuerto hasta la isla, donde nos recibió Giulio y a quien trató con una amabilidad cortante, según ella misma, porque el futuro espos
LUCIANALuego de que Julián diera media vuelta y se marchara, permanecí donde estaba mientras él se alejaba.Las lágrimas no tardaron en fluir y las sentí deslizándose por mis mejillas.De repente, mi cuerpo se encogió como si hubiera recibido un golpe físico que me doblaba las rodillas y me obligaba a caer de cuclillas en el suelo. En ese instante, la ira desapareció y comencé a sentirme vacía y muy triste.Me sentí una completa tonta porque de todos modos, en algún momento, lo que acababa de pasar sucedería. Él fue claro al decir que solo comenzaría a rendir cuenta de sus actos cuando encontrara a la mujer adecuada, por lo que yo solo estaba siendo su diversión del momento y nada más. No sentía nada por mí, solo deseo; un deseo que tarde o temprano se apagaría.
LUCIANAOí dos golpes fuertes en la puerta de la alcoba en la que el señor Lucca me había mandado instalar y temblé de pánico. Hice caso omiso al llamado, pero una voz familiar me hizo respingar aún más.—¡Ábreme, Luciana. Soy Alessandro! —insistió del otro lado, uno de los mejores amigos de Julián—. Me envía el padre de Giulio, así que no hay nada que debas temer.Suspirando resignada, abrí la puerta del dormitorio topándome con el caprichoso soltero más codiciado de toda Italia y Grecia, quien sonreía con picardía mientras sus ojos color aguamarina brillaban divertidos y dos hoyuelos se enmarcaban a los lados de sus labios.—Que desconfiada eres… —negó con la cabeza, ingresando como torbellino a la alcoba. Cerré la puerta y me crucé de brazos, aguardando a
LUCIANA—¡Ayuda! ¡Alessandro! —grité desesperada cuando Julián cayó al suelo sin remedio.Él ingresó raudamente a la habitación y se puso de cuclillas, tomando la muñeca de Julián para controlar su pulso.—¡Lo has matado de amor, Luciana! —dijo con absoluta seriedad que casi me dio un infarto.—¡No es momento de bromas! —reproché cuando no se aguantó y comenzó a reír—. ¿Está bien?—Está bien, no te preocupes. Bebió demasiado y sabes que no está habituado al alcohol.—¿Estás seguro?—Por supuesto; llevo años en una situación similar… así que no te preocupes, despertará cuando se le haya pasado la conmoción. —lo miré curiosa. De nuevo se ponía se
LUCIANAOír de la boca de Julián que solo me quería a mí, me había impulsado a ingresar a la habitación antes de lo pactado con Alessandro.Su plan había sido simple: quería que Julián confesara sus sentimientos por mí y que tuviéramos una oportunidad de reanudar todo lo que habíamos dejado hace siete años.—¿Y bien? —le pregunté, una vez que Alessandro nos dejó a solas—. ¿No lo repetirás más fuerte?Los ojos de Julián brillaron y acortó la distancia que nos separaba.—Sigues aquí… —susurró, como si estuviera soñando—. No te has marchado.Negué con la cabeza y se abalanzó sobre mí, abrazándome con todas sus fuerzas.Cerré los ojos y despacio, elevé mis brazos para corre
JULIANMarbella, España6 meses después…La tibia arena bajo mis pies me daba un golpe de realidad para dejar de creer que todo se trataba de un sueño.Llevaba un pantalón blanco de verano y una camisa del mismo estilo, abotonada hasta debajo del pecho y los pies descalzos. El pequeño arco decorado con flores y tela blanca que erigía frente a mí, ondeaba con suavidad mientras los nervios hacían que yo bufara cada tanto por la impaciencia de la espera.Giulio se acercó con su pequeña hija en brazos, vistiendo un atuendo similar al mío.La pequeña abrió sus ojos de par en par, enseñándome unos ojos pardos como los de su padre, bajo aquellas cejas casi imperceptibles por el tono rojizo de su vello.—Es preciosa —la admiré—. Idén
Un juramento de revancha, una propuesta del pasado, un resultado escandaloso.Cuando Luciana abandonó a Julián para casarse con otro hombre, él se juró que encontraría el modo de hacerle pagar por aquella traición.Años después, Luciana estaba desesperada por resolver un problema ocasionado por su difunto esposo y que podría llevar a su familia a la ruina. Sin embargo, nadie estaba dispuesto a tenderle la mano a una empresa que prácticamente era un caso perdido.En ese preciso instante, Julián Ricci, aparece de nuevo en su vida, dispuesto a ayudarla a cambio de un alto precio que él sabía heriría profundamente su orgullo: ella debía entregarse a él y servirlo en la cama durante un periodo establecido.Sin embargo, las cosas no eran precisamente ni como Julián pensaba ocurrió en el pasado, ni
LUCIANA IVANOVIngresé a la cocina de la casa y tomé asiento en uno de los taburetes, frente a Yuri, quien se encontraba comiendo un emparedado. Me quité los zapatos y suspiré. Había caminado demasiado buscando en cada banco la ayuda que necesitaba.—No he conseguido que ningún banco nos dé el crédito que necesitamos, Yuri —le dije al notar que su mirada se había reposado con inquisición sobre mí.—Lo suponía… —susurró con una tranquilidad que no era propia de él—. Gracias a Dios, encontré a alguien que nos ayudará a resolver la situación.—No me digas… —respondí con incredulidad, negando. Yuri jamás se había interesado en el negocio hasta que su estilo de vida comenzó a sentirse amenazado.—¿Julián