Pov Leina Mis pulmones arden de tanto correr; me gritan y me exigen un respiro. Recostada a un árbol, trato de recomponerme, mirando la niebla alzarse sobre este bosque tenebroso y frío. Estoy demasiado lejos de cualquier manada y, aun así, tengo a mis espaldas a los hombres de Gena pisando mis talones. Ella es la única que ha podido llegar tan lejos con tal de encontrarme. Sé que sus planes están fuera de los de Bastian; tiene sus propias intenciones y yo no deseo averiguarlas. Siento una patadita en mi abultado vientre; lo acaricio, transmitiendo todo el amor que puedo, ocultando el miedo que me come las entrañas. Cuando cumplí los cuatro meses, deseé regresar, presentarme ante él y que supiera de su hijo, pero cuando intenté hacerlo, me encontré con Gena y esa orden que aún me hace sangrar. No podía creerlo; deseaba no hacerlo, pero allí estaba su sello. No podía haber errores; Gena no podía mentir porque nadie más que Bastian y Deiros tenían acceso a él. —Tranquilo, pequeño
Pov Narrador Leina miraba en todas direcciones, tratando de encontrar a su doncella. La niebla se había vuelto tan densa que nada parecía penetrar en ella. No se veían los árboles, ni se notaba la orilla del río. Los truenos rompen el silencio de la noche; una tormenta se aproxima. A lo lejos, en las tierras de los Lycan, Bastian observa cómo corren de un lado a otro para sanar y limpiar las heridas del padre de Leina. Su estado es crítico y él lo sabe. Los cielos se sacuden a su alrededor; la brisa fuerte golpea la ventana y pronto, con ella, una lluvia que arremete con furia. —Lo siento, Bastian —escuchó la débil voz de la sacerdotisa que lucha por romper ese hechizo—. La oscuridad te ha alcanzado y no va a soltarte hasta que hayas pagado. Él se retiró de aquel lugar, su mente divagando entre miles de cosas. No le importaba para nada la tormenta afuera; necesitaba encontrarla, ahora más que nunca. Necesitaba reparar su error, sin importar el costo. Deiros y Mara trata
Pov Narrador Bastian ahora yace sobre la cama, inmóvil; sus labios pálidos y agrietados le dan un aspecto sin vida. Sus ojos permanecen cerrados; en su cuello, una mancha que apenas se sana. La sacerdotisa limpia sus brazos con paños húmedos; su mirada, de vez en cuando, va hacia el cielo oscuro. Ha pasado una larga semana y la tierra volvió a cubrirse de una profunda oscuridad, solo que esta vez era diferente, porque esta vez quien estaba en la cama no era Leina, sino Bastian. Toda la tierra de los lobos parecía estar de luto tanto como el cielo; todos creían muerta a la descendiente de la Diosa. Algunos lloraron al saber la verdad; otros se azotaron como si eso los hiciera sentir mejor o menos culpables. —Debes despertar, Bastian; todos tendremos que avanzar desde aquí. Tú tendrás que hacerlo porque nada te la va a regresar. ****** Gena llegó a la manada con Bell, muy malherida. Entró por las puertas con un orgullo con el que solo ella podía hacerlo. Abrió directa
Pov Leina SEIS AÑOS DESPUES Las calles polvorientas de la pequeña manada hoy andan más desoladas que nunca. Los recientes ataques a las manadas clandestinas en la frontera los tienen a todos tensos. Creen que esconderse en sus casas los salvará; es más que evidente que incluso de ahí van a sacarte si ellos quieren. Cruzo la calle mirando la tienda de la señora Hera. Aprieto con fuerza la pequeña bolsa de monedas en mis manos; solo espero que esto alcance. Abrí la puerta, que anunció mi presencia con una campanita. Miré las hermosas telas y vestidos, velos, guantes y muchas cosas. Llegué hasta un estante mirando la ropa de niño. Entre todas, me gustó una, es un traje completo de tres piezas; los pantaloncitos son negros y la pequeña chaqueta es azul oscuro con una camisa blanca. Estoy segura de que se verá como todo un principito. —¿Puedo ayudarte en algo? La señora Hera se acerca, su mirada me recorre el cuerpo completo con una ceja levantada. Bueno, no la culpo; mi vestido
Pov Bastian. Tomo otra botella del estante para irme a sentar una vez más en la puerta del balcón. Tropiezo con algunas que ya están esparcidas sobre el suelo, los pedazos de vidrio clavándose en mis pies. Me dejo caer, tomando un gran sorbo del licor que no es capaz de entumecer ese dolor que año tras año me consume siempre en este día. Miro la luna en lo alto, tan hermosa y única, acompañándome en mi dolor, y espero, realmente espero que sea ella quien me esté acompañando. Bebo otra buena cantidad para luego abrazar la botella y dejar que las lágrimas mojen mis tatuajes. —Ya no recuerdo tu voz, mi Reina; la he estado olvidando y cada año que pasa dejo de escucharla. Ella me castiga, lo hace. La Diosa no me permitió soñar con ella ni una vez. No me permitió, al menos, ser feliz con ella en mis sueños. Tal como lo dijo, me la arrancó de raíz. —Te extraño, Leina, pero supongo que no merezco algo tan bueno como tú. Sabía que había algo mal y todo lo lancé a la mierd4 por tu supu
Pov Leina Ya no sé cuántas veces me he pinchado el dedo tratando de remendar mi vestido; me dan ganas de tirarlo y terminar de romperlo. Escucho la risa de Ethan venir desde afuera. —Hola, señora Galea— le sonrío a los niños que vienen con él; son de su misma edad y mi hijo es el chaparro. Creo que heredó lo hondo de mí; no entiendo cómo es que mi madre no me hizo más alta. —¿Van a algún lado hoy? Están bastante alegres. —Sí, señora, nos enteramos de la visita de la Reina a otras manadas y hoy será el turno de la nuestra. La aguja me traspasó la piel y ni siquiera hice una mueca de dolor. La Reina visitará la manada; esa fue toda la frase que me interesó. Miré a Ethan sacar sus viejos juguetes de madera. No puedo dejar que ella lo vea; no estoy segura de cuánto sabe, pero si llega a notar a mi cachorro, podría ser un problema. —Ethan, amor, te quiero aquí antes de la visita para bañarte y arreglarte.— Diosa mía, perdóname por mentirle de esta forma a mi pequeño, pero no puedo
Pov Leina Tomé el bolso ya con nuestras cosas, abrí la puerta para enfrentarme a todo el caos. Lobos corren de un lado a otro; algunas mujeres arrastran a sus hijos. A lo lejos se puede oír los gritos y aullidos de pelea. —Vamos, Ethan, pase lo que pase, no te separes de mi lado. Apreté su mano y me metí entre las calles de tierra. El polvo se eleva, opacando nuestra visión y creando ventaja al enemigo. Un latigazo golpea cerca, destruyendo parte de una casa que envía ladrillos a todas partes. —¿Mamá, qué son esas cosas? —Sigue corriendo, Ethan. Los gritos y los gruñidos ahora se mezclan con el siseo de esas cosas. No entiendo qué es lo que quieren; nosotros no tenemos nada y ellos igual nos quitan todo. Soy golpeada en el hombro muchas veces, tropezando y haciendo maniobras para no caerme. —¡CUIDADO! Escucho el grito, pero muy tarde; un latigazo rompe la estructura cerca de nosotros. Cubro con mi cuerpo a mi cachorro, siendo golpeada por los pedazos de ladrillos desprendid
Pov Bastian Para ser una manada pobre, me sorprende la cantidad de comida que ponen frente a nosotros: pavos, cerdos completos, frutas, entre otras cosas. Las mesas están colocadas a los lados para que el centro esté despejado y permitir que las bailarinas entren para darnos un baile. —Creo que me gusta la de ojos negros. Solo mírala, Bastian, es toda una belleza. Con esa mirada seductora, me la imagino chupando mi… —Cállate, Deiros. Ahora entiendo por qué no tienes pareja; eres todo un mujeriego. —¿Tú de qué hablas, Mara? Eres una virginal aburrida. Tal vez, si te arreglas un poco más, alguien al menos te querría. Es más interesante la pelea de ese par que las mujeres al frente, que mueven sus cuerpos como si fueran serpientes moribundas o algún gusano en agonía. —Mi Rey, si le interesa alguna mujer, puede pedir la que quiera y la enviaré a su cama. Miro al Alfa, que se encorba demasiado para mi gusto, retuerce sus manos en señal de nerviosismo, esperando mi respuesta. —La c