KERIANNE BACAB. La desesperación era demasiado, que casi me volvía loca. Me mantuve en vigilia, esperando alguna noticia, y ordené a todos los malditos hombres de las fuerzas armadas, que corrieran a buscar a mi esposo. No me importaba el costo, no me importaba el tiempo que tardaran, ellos debían traérmelo, porque estaba reacia a aceptar que lo perdía. Cuando llegó la noticia, de que encontraron un avión, quise ir a verlo en el aeropuerto, para su llegara. Había una noticia que corría, de que en el lugar se encontraron dos muertos. Recé como nunca antes, rogando porque no sea mi marido. Nadie me había dicho nada en ese momento, pero el miedo que me dominaba, estaba a punto de hacerme perder los estribos, hasta que, finalmente, en el hospital, me permitieron verlo. No fue hasta ese momento que mi corazón sintió una paz tremenda, mi cuerpo se relajó, y me puse a llorar a mares ante él. Es como si toda esa tensión durante su ausencia, finalmente pudo ser descargada. — Ya no deseo ju
KERIANNE BACAB. La situación cada vez, se ponía más difícil. Enterarme de que mis padres realmente han estado a punto de adoptar a alguien más, es una situación un poco complicada para mi gusto; pues pudo haber sido él y no yo. Sin embargo, dada las circunstancias en estos momentos, no era aconsejable discutir, y se los hice saber. — Tenemos la verdad ante nosotros, por favor, no peleen por eso — pedí. Ambos me miraron fijamente y asintieron —. Tenemos a todos en la mira, ahora solo debemos encontrar las pruebas. — Ella tiene razón, cariño — dijo mi padre —. Primero solucionemos este problema, y luego, podrás reclamarme todo lo que desees. Mi madre no respondió, pero asintió. Suavizó su rostro cuando me miró, y forzó una sonrisa. — Será lo que tú digas, mi niña. Más tarde, salgo de la mansión para encontrarme con mi esposo y mis niños, cuando noto que la velocidad ha aumentado. — ¿Sucede algo, Mauricio? — pregunto. — Alguien nos sigue. No mires atrás — advierte, mientras inten
ARTURO BRUSQUETTI. Cuando me llamaron, avisándome que mi esposa estaba siendo perseguida por sicarios; mi cuerpo se estremeció por completo, imaginando la peor. De inmediato, me puse de pie y corrí hacia la dirección que me indicaron. Para mi sorpresa, no había nada en el lugar, a excepción de Patricia, caminando hacia mí. No tenía tiempo para estos juegos estúpidos. Mi esposa estaba en peligro. — Ella ya debe de estar muerta — comentó como sin nada —. Espero que así sea. Ignoré sus palabras, y caminé cuesta arriba, porque el tráfico estaba siendo una m****a, hasta que el sonido de una explosión, despertó mi interés, y el miedo se apoderó de mí. — No — susurré. — Es una bazuca. Smith me dijo que querían eliminarla por usurpadora — continuó Patricia —. ¿Por qué no te quedas conmigo? Arturo lo miró sorprendido y negó, para volver a correr, y meterse entre la multitud. No deseaba perder a su mujer por nada del mundo. De repente, alguien chocó por él, y cuando bajó la cabeza, descu
KERIANNE BACAB. Mi cuero cabelludo, dolía intensamente. El golpe que recibí en mi rostro, fue la detonante, para hacerme ver estrellas. Todo me daba vueltas. — Yo debía ser un Bacab. Yo debía ser el heredero de todo lo que posees; no tú. Una joven que huyó de sus responsabilidades, detrás de un hombre que te había dejado a merced de su familia, y constantes humillaciones — vociferó —. Acabaré contigo y toda tú familia. — Mis padres quisieron adoptarte, pero otra familia se interesó en ti — musité —. Reclámales a ellos lo que pasó. — Ellos debían luchar por mí. Eso hacen los padres — gritó. — Y lo hicieron. Las personas que adoptaron, por eso lograron llevarte — grité más fuerte. Sorprendiéndolo. — Mientes — respondió, sacando una jeringa, e inyectándome en el cuello con brusquedad —, pero ahora lo pagarás. No sé qué pasó. Lo último que logré ver, fue como levantaron a Arturo como si fuese un costal de papas, y lo llevaron fuera de la tienda. No sé cuántas horas estuve inconsci
ARTURO BRUSQUETTI. Ese maldito miserable era cómplice, y lo peor es que, lo sabíamos. Habían atacado justo en el momento en que estábamos separados, y al parecer, solo porque al igual que nosotros, está cansado de tanto juego. Mi familia no tardaría en llegar a rescatarnos, pero por el momento, era necesario que resistamos. Especialmente yo, que he recibido la mayor parte de los golpes, y espero que así siga siendo, porque en verdad, no soportaría ver a mi esposa sufrir. Smith se acerca a ella, con sus manos robóticas, e intenta acariciarla, pero Kerianne se aparta, aun manteniendo la compostura. — Perro traicionero — murmuró mi esposa —. Espero realmente que lo que hagas, valga la pena. — Ya me han destruido lo suficiente. Esto lo disfrutaré — manifestó, en el momento en que presionaba el Taser en el cuerpo de ella, y el choque eléctrico, se expandía por su cuerpo —. Delicioso verte sufrir. — Déjala en paz, maldito cobarde — grité, intentando liberarme. Era ridículo, pero mi de
KERIANNE BACAB. Jamás imaginé, que alguien se atrevería a hacerme aquello que me hizo Smith. El odio era tan grande, que sentía como lentamente se iba envenenando cada parte de mí; y, sin embargo, no me importaba. Habían pasado unos cuantos días, desde aquel suceso. Mi esposo no se separaba de mí, y curaba mi herida constantemente, con mucha paciencia. Dolía, y aun no me he atrevido a mirarlo. Temía encontrarme con algo tan desgarrador y más humillante. — ¿En qué piensas? — preguntó Arturo, mientras me cubría con la manta. Estaba acostada boca abajo, y no he salido de la habitación ni para ver a mis hijos, que estaban con mi madre de regreso. — En Smith, en Viktor, en Patricia — respondí. Mi esposo dejó de moverse, pero después continuó —. Quiero vengarme de ellos. — ¿De Patricia también? — consultó. Intenté darme vuelta para mirarlo —. ¿En verdad quieres vengarte de ella? — Es cómplice de esos dos bastardos hijos de puta — gruñí —. ¿Planeas defenderla? — Planeo ser justo. Él
KERIANNE BACAB. Las palabras de Arturo, no me convencían, pero agradecía el intento de hacerme sentir bien. Por el momento, tenía dos personas importantes, internadas en el hospital, y estaba realmente cansada de seguir sufriendo y permitiendo que personas inocentes, paguen el precio del odio ajeno. Era momento de poner las cartas sobre la mesa y jugar con mis reglas. No más justicia, ni leyes. Este campo estará minado de dinamita, y no me importará hacerlo estallar, aunque yo esté sobre ella. Con la frente en alto, caminé hasta la entrada principal de la clínica, y comencé a estudiar el perímetro detalladamente. En algún punto de la zona, estará uno de ellos, oculto vigilándonos. — ¿Quieres guerra? — susurré en voz alta, sabiendo que había algún micrófono cerca —. Lo tendrás. Me he cansado de ti…, de ustedes. Y, al término de mis palabras, sonreí arrogante, demostrando que ya no le tenía miedo a nadie. Me adentré nuevamente dentro de la clínica, en el momento exacto en que el méd
ARTURO BRUSQUETTI.Kerianne se encontraba sentada en el borde de la acera, observando el caos que se desplegaba frente a ella. Las luces parpadeantes de las patrullas y la algarabía de la multitud contrastaban con la quietud que aún persistía en su interior. Acababa de presenciar un accidente automovilístico, un choque brutal que dejó retumbando en sus oídos el estruendo de metal retorcido y cristales rotos.— Sube a tu coche y vámonos — insistí —. La policía está llegando.Su corazón latía con fuerza, y una sensación de incredulidad se apoderaba de ella. A pesar de estar ilesa físicamente, su mente estaba sumida en un torbellino de pensamientos. No podía quitarse de la cabeza la imagen del impacto, la sensación de impotencia al ver la colisión inminente, y de seguro, mucho menos la imagen de Patricia, ardiendo entre las llamas. La fragilidad de la vida se le revelaba de manera abrupta, y Kerianne se sentía consternada ante la vulnerabilidad de su existencia.La entendía perfectamente