LXI. Bonita

NIKLAS

El lago al que llegamos era grande y muy hermoso, rodeado de frondosos árboles y senderos que bordeaban el lago. Había pequeños kioscos donde las familias podían cocinar a su gusto y disfrutar no solo de la preciosa vista, sino de la tranquilidad que el lugar transmitía. El aire era fresco pese a que el sol estaba en su máximo esplendor.

Por eso me había gustado cuando me lo recomendaron. Era un lugar tranquilo para pasar en familia, sin tener preocupaciones de nada y olvidar un poco lo que nos atormentaba y toda la carga que llevábamos desde hacía tiempo.

Dejé a mi madre y a las chicas cerca al lago y ellas no tardaron en hablar entre sí mientras Bruno y yo nos hacíamos cargo de preparar el almuerzo. Pero mi mirada no dejaba de desviarse a ellas, en especial a Amanda, que se veía perdida en sus pensamientos y estaba demasiado callada. No era que hablara todo el tiempo, pero sí había estado progresando con el paso de los días y se veía más animada que antes.

¿Qué le sucedió si
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