Capítulo 2
Estaba desahogando toda mi rabia de manera histérica y cortante, con las lágrimas corriéndome hasta la boca, amargas y saladas.

Pensé que, viéndome de esa manera, Luis finalmente vería la verdadera cara de Juana. Pero él solo respondió con cierta impaciencia:

—Juana dice que provocaste el accidente a propósito para culparla. Al principio no lo creía, pero ahora veo que esto es verdad. Solo por celos, eres capaz de ignorar la vida de otros... ¿Verdad? Patricia, qué malvada eres, no me sorprende que mi familia te odie tanto. Me has decepcionado demasiado. —Luis colgó el teléfono.

¿Quién sería tan loco como para arriesgar su propia vida por hacer daño a otro? Intenté llamarlo varias veces, pero no contestó, y al final me bloqueó. Lo que hizo fue demasiado cruel, y yo estaba llena por completo de ira y odio.

Con tanta rabia acumulada, terminé escupiendo sangre sobre el celular y la camilla. El olor a sangre me invadía la nariz. Escuché el bullicio en el pasillo del hospital y los médicos me llevaron apresurados de regreso a la sala de urgencias.

Antes de entrar, vi a Luis de espaldas a mí, abrazando con ternura a Juana, quien llevaba una bata de hospital. Parecían una pareja enamorada. Ella levantó la cabeza para besarlo. En ese momento, sentí un frío aterrador en todo el cuerpo, desde los pies hasta el corazón.

—¡Acaba de volver a sangrar! —gritó alguien.

—No estamos seguros de que pueda salvarse.

Las voces de los médicos zumbaban en mis oídos sin parar. Me dolía. Me dolía muchísimo.

¿Será que, si me muero, ya no va a doler? Pero recordé en ese momento las palabras de Luis, las miradas altivas de Juana, y la imagen de ellos dos besándose fuera de la sala de urgencias. No quería morir de esta manera, no estaba dispuesta.

¡Tenía que sobrevivir para hacer justicia por mí misma! Pasé las siguientes semanas entrando y saliendo de la UCI tres veces. Sobrevivir fue un milagro, incluso los médicos lo decían asombrados.

Pero en los dos meses que estuve en el hospital, Luis no fue a visitarme ni una sola vez, ni siquiera me llamó. Al salir del hospital, regresé a casa.

En dos meses, todo había cambiado. Había ropa y zapatos de mujer por todos lados. Mis joyas y bolsos estaban desordenados, tirados por todos lados como si fueran basura. Y para colmo, de males había fotos de Luis y Juana por toda la habitación.

Cada vez que creía haber visto lo peor de ellos, siempre lograban superarse. Me mordí los labios con tanta fuerza que sangraron. Luis en ese instante no estaba en casa, y yo seguía aún en su lista negra, así que llamarlo no servía de nada. Decidí ir a buscarlo a su laboratorio en la universidad.

En el camino, llamé a la policía y les expliqué en detalle que el accidente de hace dos meses no fue un accidente, que Juana había peleado conmigo por el volante y eso provocó el terrible choque. Pedí que fueran al laboratorio a detenerla.

Llegué al laboratorio, pero me detuvieron en la entrada. El guardia me dijo:

—Lo siento mucho, señora Cruz, su tarjeta de acceso ya no es válida.

—Eso es imposible, soy miembro del equipo de investigación de Luis. Debe ser un error con la tarjeta. Llámalo y lo aclaramos este malentendido.

El guardia, que ya me había visto varias veces, aceptó hacer la llamada. Le pasó el teléfono a Luis, y él me dijo con frialdad:

—Han pasado dos meses desde que no vienes al laboratorio. ¿Crees que los datos del experimento van a esperar por ti?

—Luis, ¿de verdad puedes decir eso sin remordimiento alguno? ¡Estuve al borde de la muerte, hospitalizada dos meses! —apreté furiosa el culular.

—Eso te lo buscaste tú sola por intentar hacerle daño a Juana. Ya no formas parte de mi equipo de investigación. Juana tomará tu lugar, y tus datos también estarán a su nombre. Esto es lo que le debes.

Soy doctora de una universidad de prestigio, y Luis iba a reemplazarme por una simple estudiante de segundo año. ¡Vaya que descaro tiene para hacer eso! Quise insultarlo, pero me colgó.

Juana me envió un mensaje, burlándose:

Juana: [Me quedaré con tu hombre, con tus logros científicos, con tu herencia... Patricia, el día que me humillaste con tu miserable computadora y ropa vieja, debiste haberlo previsto.]

Leí una y otra vez el mensaje, y antes de que pudiera responder, lo borró. Juana antes sollozaba frente a mí, diciendo que en su casa solo valoraban a los hombres, que no le querían pagar la matrícula, así que con agrado la ayudé.

Me contó que su ropa estaba tan gastada que la gente se burlaba de ella, y yo, preocupada, le compré ropa nueva y le quité las etiquetas para que no se sintiera mal por eso. Dijo que no tenía computadora, así que le di una nueva que apenas había usado.

Y ahora resulta que todo eso fue "humillarla". Estaba enojada, dispuesta a eliminarla de mis contactos. Pero antes de hacerlo, Luis me envió un mensaje:

Luis: [¿De verdad crees que vas a sacar a Juana de mi equipo de investigación? Te lo digo ahora, mientras yo esté, no podrás hacerle nada. Tú no eres digna de volver a mi equipo.

Hasta ese momento, todavía quería darles una última oportunidad para hablar. Pero cambié de inmediato de opinión. Si se atrevieron a hacer algo tan bajo como esto, merecen lo que les espera.

Justo en ese momento, llegó la policía, y entré con ellos. Cuando Juana me vio, asustada se escondió detrás de Luis, temblando:

—Luis, es Patricia... —con la voz temblorosa, como si yo fuera la que la estaba acosando. Y Luis se tragó el cuento entero.

—¿Qué haces aquí? ¡Lárgate o llamaré a seguridad! —se apresuró a ponerse frente a ella, protegiéndola con firmeza.

Intentó empujarme, pero un policía lo detuvo.

—He venido a detenerla. Juana provocó el terrible accidente al pelear por el volante, poniendo de esta manera en peligro la seguridad pública. Y tú, al protegerla e intentar hacerme daño, ¿quieres obstruir la labor de la policía? —me quedé al lado de la policía y dije.
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