Mientras ingresaban juntos a la fiesta, Ana sintió que se le hacía un nudo en el estómago. Ni siquiera entendía cómo es que Ángel se había enterado de donde estaba si ella nunca le había contado nada al respecto.
—¡Señor... y señora...! ¡Señores Miller! —exclamó un joven ansioso estrechando la mano de cada uno apenas acercarse—. ¡Bienvenidos! Mis jefes llegarán en pocos minutos, me pidieron que los invitara a tomar asiento, no deben tardar.
Ana y Max asintieron con una sonrisa y efectivamente, cinco minutos después, una mujer elegante y hermosa llegó del brazo de un caballero de aspecto muy mayor.
—Lamentamos tanto la tardanza —se disculpó ella y alargo la mano hasta ellos—. Soy Noelia y este es mi esposo, Mark.
El anciano alargó también la mano y después de que Max y Ana estrecharon la de ambos, este no perdió tiempo en abrir la silla de su esposa.
—¡Ya saben cómo son los niños de insistentes cuando no les das lo que quieren! —añadió con una sonrisa—. Pero no perdamos más tiempo, comencemos con lo importante.
La atmósfera en la habitación no tardo en llenarse de un ambiente cálido y amigable mientras el joven asistente se retiraba y la pareja continuaban la conversación.
—Ustedes deben de ser la famosa parejita estrella de Fer —murmuró el anciano viendo con una sonrisa cómplice a su esposa—. Nos ha hablado mucho de ustedes y creo que no hace falta decirles que estamos realmente emocionados de colaborar en este proyecto.
—Nosotros también estamos emocionados por esta oportunidad y les agradecemos profundamente que nos tomaran en cuenta para el proyecto —respondió Ana viendo con una sonrisa resplandeciente a Max, mientras este le tomaba la mano con un gesto cariñoso.
Un escalofrió recorrió la espalda de Ana cuando Noelia le sonrió y su mirada la recorrió de arriba abajo con cierta dureza en sus ojos antes de suavizarse en Max.
—Fer me ha contado que ambos tienen una historia interesante —murmuró la mujer enroscando su cabello en uno de sus dedos con gesto coqueto—. ¿Cómo se conocieron?
Max y Ana intercambiaron miradas antes de contar la versión resumida y mejorada de su historia; desde la infancia hasta el momento en que Max le pidió “gloriosamente” matrimonio a Ana.
La pareja los escuchaba con atención, riendo y asintiendo… o al menos Mark lo hacía, mientras que su esposa cambiaba de colores por segundos.
—¡Vaya, qué historia tan encantadora! ¿Verdad, querida? —exclamó Mark, mientras que su esposa no parecía tan encantada, pero disimulaba con una sonrisa torcida y un ligero asentimiento—. Esperamos que esta colaboración sea tan exitosa como su relación —añadió con un guiño en lo que le hacía un gesto a su asistente.
—¿Me necesitaba, señor?
—Sí, Arden. Por favor ve por los documentos para firmar con Bridal Fashion, haré la noticia pública en la presentación.
El asistente asintió y media hora después dejaba el contrato sobre la mesa.
—Cariño, quizás es muy pronto… Si tan solo fuera Fer quién…
—¡Oh, vamos preciosa! ¿No crees que son un gran equipo? Estoy seguro de que todo estará bien.
La mujer apretó los labios y rodó los ojos con fastidio mientras se levantaba de la silla. Su esposo nunca había tomado en consideración sus decisiones, así que no había nada más que decir.
—Vuelvo en un momento —dijo con un suspiro—. Me retocaré la nariz para estar presentable en el discurso de entrada.
—Adelante, querida, aunque no sé por qué te arreglas tanto si ya eres hermosa —respondió él, acariciando su mano con dulzura.
—Al parecer, lo hermosa no basta para resaltar… —murmuró ella mirando en dirección a la pareja que leía el contrato con un par de sonrisas y Mark frunció el ceño confundido.
Ana la vio dirigirle una mirada disimulada, pero llena de disgusto, antes de perderse entre la multitud de socios, rumiando su rabia mientras Mark veía a su esposa más extraña que de costumbre.
Media hora después, las tensiones se disiparon y Ana y Max firmaban el contrato. Solo quedaba hacer pública su unión con Olympia Sports y un… pequeño detalle.
—Solo falta la firma de mi querida esposa y oficialmente seremos familia —murmuró Mark firmando la parte del contrato que le correspondía y dejando aquel pequeño espacio en blanco—. ¿Puedes ir a buscar a Noelia, Max? Debe estar aun en el baño… puede pasar horas metida allí.
Max asintió poniéndose de pie y se retiró en dirección a los baños de mujeres. Tenía un mal presentimiento y lo confirmó en cuanto tocó aquella puerta y vio el rostro enrojecido de aquella mujer reflejado en el espejo.
Noelia lo miró por unos segundos y luego un gruñido de ira salió desde lo más profundo de su interior. Su mano se hizo un puño y lo próximo que se escuchó fue el estallido del espejo siendo opacado por el volumen alto de la música en el salón.
—¿A qué se debe tu rabieta? —preguntó ajustando su saco con calma mientras la observaba tensar la mandíbula con fuerza hasta ponerse roja—. Antes de esto ya sabias que yo era del pueblo…
—¡Sé a qué viniste y mi respuesta es NO, Max!
—Sabemos que no tienes voz en este asunto —dijo Max con una voz fría y calculada—. Mark toma todas las decisiones, y los dos sabemos por qué. Así que mejor colabora, no ganas nada montando todo este drama solo por un capricho.
Noelia apretó los dientes y los puños con fuerza mientras la sangre corría de su mano. Max nunca la había tomado en serio y su esposo solo le servía para ser su cajero automático. Sin embargo, cuando soltó aquella sonrisa que espanto a Max, supo que lo tenía acorralado.
—Dime algo… ¿Tu princesita ya sabe por qué fracasarán en conseguir el contrato? Hablando de ser… del pueblo —replicó Noelia con sarcasmo, limpiando la sangre de su mano—. Por tu expresión supongo que aún no le has dicho de nuestro secretito…
Mark había estado charlando con Ana durante al menos quince minutos antes de levantarse para saludar a los otros socios. Y durante todo el rato Ana tenía una sensación de inquietud en el pecho que no quería irse, como si algo estuviera a punto de desmoronarse a su alrededor, pero no tenía ni idea de lo que estaba a punto de descubrir.
Se levantó y exploró cada pequeño agujero del enorme salón hasta que llego a aquella enorme ventana con vista a uno de los patios más impresionantes que hubiera visto jamás… pero lo más impresionante fue ver la figura que caminaba con gracia, sosteniendo en brazos a un niño.
—¿Fer…? —murmuró para sí misma, pegando la mano al vidrio como si eso le diera una especie de conexión con el niño.
La distancia no le permitía a Ana ver claramente los rasgos del niño, pero algo en la forma en que la luna iluminaba su cabello y el azul de sus ojos le hizo detenerse y fruncir el ceño.
¡Era una mezcla exacta de Max y ella!
Un presentimiento la invadió de repente, un sentimiento de familiaridad que se deslizó por su espina dorsal y le erizó la piel. Ana no pudo apartar la mirada cuando observó cómo Fer y el niño se alejaban lentamente hasta aquella figura que era su prometido y finalmente desaparecían de su vista.
Ana sentía que su corazón latía con fuerza y algo parecido a una voz interior o quizás su sexto sentido le susurraba que algo no estaba bien, que debía prestar atención a algo.
—¿Ya los encontraste? —preguntó la voz gruesa de Mark sacándola de sus pensamientos y haciendo que se girara con brusquedad en su dirección.
—No… todavía no, pero estoy segura de que no deben estar lejos —le respondió ella con una sonrisa—. Seguiré buscándolos.
—Estoy cruzando los dedos para que aparezcan pronto. El discurso de apertura está a punto de comenzar y Noelia es la encargada... ¿por qué diablos no puede organizarse con más anticipación? —gruñó Mark con frustración, dando un paso atrás mientras se alejaba del lugar.
Ana solo puedo reírse y encogerse de hombros mientras lo veía alejarse porque ya se estaba dando una idea. Camino varios sitios y toco algunas puertas, hasta que se detuvo en aquella puerta entreabierta que dejaba escapar pequeños fragmentos de una conversación que la hizo detenerse al escuchar su nombre.
—Mark está encantado con Ana, Noelia. Ni tú ni nadie quitará eso del medio y aunque no te guste la idea, ella es y seguirá siendo mi mujer.
—¡Podrá estar muy encantado, pero no firmaré ningún contrato solo para que seas feliz con esa zorra arribista que ni anillo en el dedo tiene! —exclamó Noelia, con un tono lleno de indignación y desprecio.
Ana empujó la puerta y ambas figuras se giraron a verla, una tenía el rostro enrojecido de ira, pero la otra… la otra estaba más blanca que un papel.
Si alguien le hubiera advertido a Max que el lado despiadado y cruel de Ana iba a retorcerle el corazón con un nudo doloroso, quizás habría pensado dos veces antes de llevar a cabo aquel movimiento del que se arrepentiría al instante en que escuchara su respuesta.—Ana… te juro que no es lo que…—No necesitas molestarte en darme explicaciones —respondió ella pasando de largo junto a Max y Noelia. Sacó un labial rojo de su bolso y lo aplicó con precisión sobre sus labios, frente a uno de los espejos cercanos—. Lo que hagas con tu desfile de iguanas me resulta completamente irrelevante, pero el contrato es un punto y aparte en esta historia.Max apretó los labios y encajo su desinterés por él en el rincón más alejado de su corazón con la esperanza de que no doliera con la misma intensidad que le estaba doliendo.Esperaba qu
Ana quería odiarla. Lo intentaba con todas sus fuerzas, pero cuando vio aquel ataque en el ojo izquierdo de Noelia, en lugar de sentir odio, la invadió una extraña sensación de vergüenza ajena. La mujer parecía un gusano en un anzuelo, revolviéndose sin rumbo mientras intentaba parecer imponente. —Parece que enloqueciste… —la escuchó murmurar y Ana apretó los dientes en lo que disimulaba una sonrisa forzada.—¡¿Yo?, pero si fue usted quien enloqueció al meterse en el disfraz que lleva! —repitió Ana con sorna—. ¿Tanto le cuesta medir limites?Ana casi pudo escuchar cómo la mandíbula de Max caía al suelo cuando el sonido del tacón de Noelia golpeando el suelo resonó en la habitación. Ana estaba prácticamente mandando directamente al demonio el contrato, lo cual iba en contra de lo que le había comentado y el solo hecho de responderle cualquier cosa a Noelia era motivo de desastre, pero su primer impulso de meterse también había sido el último porque frente a él había dos fieras a punto
Desde que Max Miller y Ana Williams compartieron su primer caramelo en el parque del vecindario cuando eran apenas niños, una amistad inquebrantable comenzó a florecer. Los años pasaron y sus vidas se entrelazaron de manera inimaginable, creando recuerdos y vínculos que parecían invulnerables. Pero como suele ocurrir en las historias de la vida real, la línea entre la amistad y algo más comenzó a tambalearse.Fue en una fiesta de verano, bajo la luz de las estrellas y la música enérgica que resonaba en el aire, cuando todo cambió. Ana, con sus ojos llenos de determinación y el corazón latiendo con fuerza, se atrevió a dar un paso audaz. Un beso apasionado, cargado de sentimientos que habían estado ocultos durante demasiado tiempo, selló aquel momento de manera irreversible. Pero como si el destino quisiera probarlos, el influjo del alcohol dejó a Max atrapado en una encrucijada emocional. Un beso devuelto con ambivalencia, una tormenta de sentimientos internos que amenazaban con ar
Al día siguiente, cuando Ana se vio en el espejo solo pudo alabarse. Realmente se había convertido en una mujer muy hermosa y aquella moñeta a medio recoger junto con el conjunto deportivo sencillo, lo certificaban. —Es hora de ayudar a los que si me necesitan —se dijo a sí misma y corrió a robarse las llaves del auto de su padre. Como diseñadora de moda, rara vez encontraba tiempo para actividades fuera de su agitada vida laboral. Es por eso que en cuanto su jefe la invito a monitorear el trabajo de un grupo de voluntarios que estaban trabajando en la limpieza y embellecimiento de un parque local ella acepto casi inmediatamente. Nada más llegar, paseó por los caminos empedrados disfrutando del aire libre mientras subía por unas escaleras que parecían llegar al cielo. No había terminado de admirar el paisaje cuando Fer Smith ya estaba gritando su nombre a todo pulmón. —¡Mi querida Ana! —exclamó el viejo levantándose para estrecharla entre sus brazos. —Señor Smith, qué gusto me da
Max quería ahorcarlo allí mismo por aquellas palabras. Solo verlo traía a su mente aquella noche que le hacía hervir la sangre, la noche en que Fer sentaba en su regazo a un niño de unos 12 años y dejaba sobre la mesa un documento con casi la misma cantidad de hojas que había firmado hace un momento. —Gana un contrato que me dé una jugosa suma y a cambio tendrás a tu hijo —le había dicho esa noche a Max mientras él se quedaba viendo el parecido que tenía con Ana y la similitud entre sus ojos azules. —¿Mi… hijo? ¿De qué hablas, amigo? ¿Tan pronto te hizo efecto el vino? —soltó con una risa sonora, pero Fer ni siquiera mostró una sonrisa—. No creí que fueras tan gracioso… —Y no lo soy… —sentenció el hombre borrando la sonrisa de Max—. Veras, mi amigo, parece que necesitas un recordatorio de lo muy importante que es esta relación entre empresas —siseó mientras jugueteaba con un bolígrafo entre sus dedos y mantenía su mirada fija en Max y él en el pecho del anciano de donde el niño se