Desde que Max Miller y Ana Williams compartieron su primer caramelo en el parque del vecindario cuando eran apenas niños, una amistad inquebrantable comenzó a florecer.
Los años pasaron y sus vidas se entrelazaron de manera inimaginable, creando recuerdos y vínculos que parecían invulnerables. Pero como suele ocurrir en las historias de la vida real, la línea entre la amistad y algo más comenzó a tambalearse.Fue en una fiesta de verano, bajo la luz de las estrellas y la música enérgica que resonaba en el aire, cuando todo cambió. Ana, con sus ojos llenos de determinación y el corazón latiendo con fuerza, se atrevió a dar un paso audaz. Un beso apasionado, cargado de sentimientos que habían estado ocultos durante demasiado tiempo, selló aquel momento de manera irreversible. Pero como si el destino quisiera probarlos, el influjo del alcohol dejó a Max atrapado en una encrucijada emocional. Un beso devuelto con ambivalencia, una tormenta de sentimientos internos que amenazaban con arrastrarlos a ambos a una noche sin vuelta atrás.A pesar del incendio que aquel beso encendió, Max eligió ignorar las chispas y mantener su relación con Ana en la seguridad de la amistad. Poco a poco, las distancias se ampliaron y los corazones que antes latían al unísono ahora parecían resonar en tonos discordantes. Las miradas llenas de anhelo entre ambos se cruzaban en silencio, pero las palabras no pronunciadas eran las más elocuentes en esos momentos incomodos. Ana, incapaz de soportar el dolor desgarrador que cada encuentro traía consigo, tomó la decisión más difícil de su vida. Se alejó de él e incluso de su propia familia, rompiendo un vínculo que había sido el refugio de su corazón durante tanto tiempo. Pero incluso entre aquella distancia, sus pensamientos seguían siendo suyos. Por la noche, Ana caminó temblando por los pasillos blancos del aeropuerto con un único pensamiento claro en su cabeza: su futuro de ahí en adelante seria solo de ella y Max Miller había quedado en el pasado.De ahí en adelante, si su corazón latía desenfrenadamente por él, ahora su odio lo hacía también. Al mismo tiempo, en una casa escondida en una enorme parcela un chico caminaba de un lado a otro preocupado. —¿Qué quieres decir con que se fue? ¿¡A dónde se fue Ana!? —No sé a dónde se fue —mintió. Emet Williams, a sus 46 años, había entendido por la fuerza que su hija no volvería a su hogar hasta no ser toda una profesional y sabía que en Francia se hacían las mejores diseñadoras de moda porque ella no dejaba de repetirle que quería irse a estudiar allá. Por lo tanto, para él solo podía significar constancia y un largo tiempo de su ausencia que solo ocasionada un fuerte golpe para su corazón al ser su hija mayor y la consentida. —¿¡Cómo no vas a saberlo, Emet!? —replicó Max angustiado—. ¡Prácticamente Ana es tu vida, es imposible que no lo sepas! —Y justamente porque es mi vida la voy a proteger de ti, Max, no eres adecuado para ella. Y cuando Ana vuelva, veremos si opina lo mismo que yo —espetó finalmente perdiendo la poca paciencia que le quedaba. —¡Me equivoque, Emet, pero te aseguro que ella volverá a mí porque me ama tanto como yo a ella y te aseguro que haré hasta lo imposible por conquistarla! —aseguró largándose de allí. Sobra decir que Max no durmió aquella noche y Ana, mucho menos. Pero con el pasar de los años para Ana fue haciéndose cada vez más fácil, mientras que para Max solo se volvía cada vez peor. **12 años después**Max miró su reloj, nervioso, mientras esperaba a que ella llegara. La puerta se abrió con un tintineo familiar y Ana entró dejando a Max con la respiración entre cortada. Ya no era la misma niña que había conocido y Max lo sabía por aquel tirón inesperado de su pantalón que lo hizo tragar en seco. Ahora era toda una mujer, se había vuelto mucho más hermosa y lo exitosa le brotaba por los poros mientras dejaba ver su postura alta y desafiante. Ana Williams se veía imponente e inalcanzable… sobre todo para él. Sus ojos se encontraron brevemente y Max pudo ver una mezcla de emociones amargas cruzando por los de ella. Pero antes de que pudiera siquiera reaccionar, Ana desvió la mirada y como si no hubiera sentido nada caminó hacia el sofá donde estaban sus padres con pasos decididos, una sonrisa gigante en los labios y los brazos extendidos. —¡Querida! —exclamó su padre con una amplia sonrisa, estrechándola entre sus brazos y ella lo recibió con el mismo calor—. ¿Cómo has estado?—Muy bien, papá. Te extrañe muchísimo. Emet no tardo en dejar una hilera de besos por toda su cara mientras su madre lo quitaba del medio para estrecharla entre sus brazos. —Mi pequeña niña, que bueno verte de regreso después de tanto tiempo. Ana le regresó el abrazo a su madre y se llenó de ese olor a frutas que tanto extrañaba. Su madre jamás había dejado de hablar con ella, ni de contarle las locuras de su padre en la casa mientras ella no estaba. Pero todo era muy diferente, sobre todo cuando los tenía frente a ella, así, con esas expresiones únicas en sus rostros y cada ocurrencia que sacaban. —Ana… —susurró Max con un intento de sonrisa en cuanto la vio separarse de ellos —me alegra verte de nuevo después de tanto tiempo. Ana levantó una ceja hacia él con una mirada escéptica y una mueca de disgusto. —¡Oh, ¿de verdad?! —gruñó de forma sarcástica—. Demostraste más alegría el día en que me fui. La frialdad de sus palabras le llegó a Max como un viento cortante que le golpeó el rostro y tan pronto como ella se giró completamente hacia él una punzada se instaló en su corazón. —Eso no es cierto, por favor déjame explicarte… —dijo mientras su corazón se estrujaba en su pecho. Ella se sentó frente a él, cruzando los brazos sobre el pecho mientras sus padres se alejaban de aquel huracán a punto de formarse. —¿Explicación…? Realmente creo que no necesito escuchar tus explicaciones, Max. Lo que hiciste hablo suficiente de ti y ya ha pasado mucho tiempo como para que me interese. —Sé que te lastimé, Ana. —murmuró apretando la taza de café entre sus manos, sintiendo el nudo que comenzaba a formarse en su garganta—. No puedo cambiar el pasado, lo sé, pero estoy dispuesto a hacer las cosas bien ahora. Nunca fue mi intención herirte, puedo jurártelo. Ana levantó la mirada y clavo fríamente sus ojos oscuros en él. —Hiciste lo que quisiste en ese entonces y no te reclame nada, Max… no te confundas, tampoco esperes que lo haga ahora —espetó con disgusto—. Fue tu elección, y la respeté… como siempre lo hice, pero ya no soy tu preocupación, y tú, definitivamente ya no eres la mía. Así que no existe un: "hacer las cosas bien ahora". —¡Ana, escúchame, te juro que todo lo que pasó después de aquel beso no fue con intención de lastimarte! Sé que podemos arreglar las cosas y darnos una… Ella solo se inclinó hacia adelante y achico los ojos mientras Max buscaba desesperadamente una señal de comprensión en ella, pero simplemente no había ninguna, ella ya no era esa chica cálida que había conocido. —Ah, ¿no? —espetó con voz gélida—. Tú tomaste la decisión de distanciarte primero, Max. Me hiciste sentir que mis sentimientos no importaban, me excluiste de tu vida a pesar de saber que esperábamos un hijo. ¿Y ahora vienes aquí diciendo que no tenías la intención de herirme?El rostro de Max se oscureció, abrumado por un sentimiento de pesar y profunda tristeza que comenzó a llenar su corazón lentamente. Deseó haber sido una persona diferente solo para ella, pero lo único que tenía era el resultado de un pasado doloroso y el anhelo de una oportunidad para enmendar el daño que le había causado. —Entiendo que fui un estúpido, Ana... no te lo niego... pero estaba demasiado asustado como para comprender cómo enfrentar todo lo que estaba sucediendo...—¡No, Max! —exclamó ella con la voz temblorosa a pesar de su aparente fortaleza. Lo vio cerrar los ojos por un momento, como si estuviera luchando contra sus propias emociones y luego verla con los ojos húmedos—. No hay justificación para lo que me has hecho… no la hay. —Tienes razón, no justifica nada, pero quiero que sepas que nunca dejé de pensar en ti, Ana, nunca… —confesó mientras se ponía de pie con todo su cuerpo temblando—. Solo te ruego que me des la oportunidad de reintegrarme a tu vida… al menos por el poco tiempo que estés aquí, por favor. Ana lo miró fijamente y Max pudo ver una tormenta de pensamientos cruzar por sus ojos hasta que finalmente suspiró agotada por la discusión. —Nunca olvidaré lo que hiciste y lo siento por ti, pero ya no formas parte de mi presente y mucho menos de mi vida —sentenció viéndolo tragar en seco con una expresión que estaba llena de arrepentimiento. —Comprendo si no estás dispuesta a perdonarme. Pero, por favor, otórgame la oportunidad de demostrarte que he cambiado y de estar cerca de ti al menos por unos breves segundos en el día. Ana lo contempló durante un extenso minuto, y Max sintió que su corazón latía con la esperanza y el temor a partes iguales hasta que la vio suspirar de nuevo, pero esta vez parecía algo más suave y decepcionada. —No te quiero de regreso en mi vida —replicó cansada—. Ni siquiera por segundos… —¡Eso es lo único que te pido, Ana! ¡No va a pasarte nada por tres segundos al día y eso no significa matrimonio…! —gritó y calló casi al instante al darse cuenta de sus palabras—. Lo siento… de verdad… yo no quise decir… Una fina línea fue formada en los labios de Ana y luego se puso de pie, ajustando la correa de su bolso sobre el hombro, tratando de encajar sus palabras. Si Max hubiera insistido en quedarse a su lado, justo como estaba rogando por esos tres segundos, entonces ella hubiera estado dispuesta a entregarle hasta su mundo entero.—Agarra tus tres segundos si eso hace que me dejes en paz, pero no te prometo nada y no te hagas ilusiones —espetó de mala gana—. Eso no implica que las cosas volverán a ser como antes porque lo único que siento por ti es un odio infinito, Max Miller, un odio que nunca se va a apagar. Con esas palabras, Ana giró sobre sus talones y se dirigió hacia la cocina junto con su madre, dejando a Max solo con una mezcla de emociones en su interior. Pero cuando Max quiso seguirla, lo que escuchó le hizo dar un vuelco al corazón. —¿Cómo ha sido tu viaje, cariño? —preguntó la madre de Ana con una sonrisa cálida mientras ajustaba el mantel sobre la mesa.—Ha sido emocionante, mamá —respondió Ana con una sonrisa, pero sus ojos brillaban con nerviosismo.—Cuéntanos todo sobre tu experiencia en Francia, cariño —insistió su padre mientras tomaba asiento en una de las sillas de la cocina. Ana tomó una respiración profunda y soltó la noticia que había estado esperando compartir.—Bueno, mamá, papá, hay algo que quiero contarles… He tomado una decisión importante.Los padres de Ana la miraron con interés, esperando sus palabras.—Conocí a alguien en Francia —comenzó Ana, sus mejillas enrojeciendo ligeramente—. Y hemos decidido comprometernos. Él vendrá en una semana para reunirse con ustedes y formalizarlo.La madre de Ana dejó escapar un grito de emoción y abrazó a su hija.—¡Eso es maravilloso, cariño! Estamos tan felices por ti. ¿Cómo se llama? ¿Cómo es él?—Se llama Ángel —respondió Ana con una sonrisa, mientras explicaba algunos detalles sobre Ángel y cómo se conocieron en Francia.Ana notó una figura en la puerta de la sala de estar. Max estaba allí, su expresión imperturbable pero sus ojos revelando una tormenta interna de emociones. Había estado escuchando la conversación en silencio y cada palabra de Ana le golpeó como un puñal en el corazón.El aire en la habitación se volvió denso, cargado con una tensión palpable. Max se quedó inmóvil, sus manos apretadas en puños a sus lados. Ana sintió su mirada intensa sobre ella, y su corazón latió más rápido en respuesta, pero ya era muy tarde. Ella se casaría y él podía seguir con su decisión de acostarse con mujeres sin tener un compromiso con ninguna. Max no pudo ocultar el dolor que luchaba por escapar de sus ojos. Los recuerdos de los años perdidos y las oportunidades desperdiciadas pesaban sobre él en ese momento.Después de unos minutos incómodos, Max encontró una excusa para retirarse, deseando a Ana suerte en su compromiso antes de desaparecer por la puerta con una única idea clara. ¡Olvidarla…! Olvidar sus sentimientos por ella, olvidar que tenían un pasado y un amor roto… olvidar que él podría haber sido ese hombre con el que hoy en día estaría comprometida en lugar del imbécil cuyo nombre le repugno que saliera de sus labios rosados y tiernos. Ana suspiró una vez que Max se fue, finalmente podía respirar con tranquilidad, aunque todavía seguía sintiendo el peso de sus decisiones en sus hombros. Sus padres continuaron hablando de la boda, pero Ana apenas podía concentrarse en sus palabras. Aunque había tomado la decisión correcta para su futuro, no pudo evitar sentir una punzada de dolor al pensar en lo que pudo haber sido con Max.La noche pasó lentamente y Ana se retiró a su habitación después de la cena. Se dejó caer sobre su cama, mirando el techo en la oscuridad. Su corazón ahora estaba dividido entre el camino que había elegido y la sombra del pasado que había dejado atrás. Solo había una cosa que lo juntaba nuevamente y eso era el amor que aun sentía por él.Al día siguiente, cuando Ana se vio en el espejo solo pudo alabarse. Realmente se había convertido en una mujer muy hermosa y aquella moñeta a medio recoger junto con el conjunto deportivo sencillo, lo certificaban. —Es hora de ayudar a los que si me necesitan —se dijo a sí misma y corrió a robarse las llaves del auto de su padre. Como diseñadora de moda, rara vez encontraba tiempo para actividades fuera de su agitada vida laboral. Es por eso que en cuanto su jefe la invito a monitorear el trabajo de un grupo de voluntarios que estaban trabajando en la limpieza y embellecimiento de un parque local ella acepto casi inmediatamente. Nada más llegar, paseó por los caminos empedrados disfrutando del aire libre mientras subía por unas escaleras que parecían llegar al cielo. No había terminado de admirar el paisaje cuando Fer Smith ya estaba gritando su nombre a todo pulmón. —¡Mi querida Ana! —exclamó el viejo levantándose para estrecharla entre sus brazos. —Señor Smith, qué gusto me da
Max quería ahorcarlo allí mismo por aquellas palabras. Solo verlo traía a su mente aquella noche que le hacía hervir la sangre, la noche en que Fer sentaba en su regazo a un niño de unos 12 años y dejaba sobre la mesa un documento con casi la misma cantidad de hojas que había firmado hace un momento. —Gana un contrato que me dé una jugosa suma y a cambio tendrás a tu hijo —le había dicho esa noche a Max mientras él se quedaba viendo el parecido que tenía con Ana y la similitud entre sus ojos azules. —¿Mi… hijo? ¿De qué hablas, amigo? ¿Tan pronto te hizo efecto el vino? —soltó con una risa sonora, pero Fer ni siquiera mostró una sonrisa—. No creí que fueras tan gracioso… —Y no lo soy… —sentenció el hombre borrando la sonrisa de Max—. Veras, mi amigo, parece que necesitas un recordatorio de lo muy importante que es esta relación entre empresas —siseó mientras jugueteaba con un bolígrafo entre sus dedos y mantenía su mirada fija en Max y él en el pecho del anciano de donde el niño se
Mientras ingresaban juntos a la fiesta, Ana sintió que se le hacía un nudo en el estómago. Ni siquiera entendía cómo es que Ángel se había enterado de donde estaba si ella nunca le había contado nada al respecto.—¡Señor... y señora...! ¡Señores Miller! —exclamó un joven ansioso estrechando la mano de cada uno apenas acercarse—. ¡Bienvenidos! Mis jefes llegarán en pocos minutos, me pidieron que los invitara a tomar asiento, no deben tardar.Ana y Max asintieron con una sonrisa y efectivamente, cinco minutos después, una mujer elegante y hermosa llegó del brazo de un caballero de aspecto muy mayor.—Lamentamos tanto la tardanza —se disculpó ella y alargo la mano hasta ellos—. Soy Noelia y este es mi esposo, Mark.El anciano alargó también la mano y después de que Max y Ana estrecharon la de ambos, este no perdió tiempo en abrir la silla de su esposa.—¡Ya saben cómo son los niños de insistentes cuando no les das lo que quieren! —añadió con una sonrisa—. Pero no perdamos más tiempo, com
Si alguien le hubiera advertido a Max que el lado despiadado y cruel de Ana iba a retorcerle el corazón con un nudo doloroso, quizás habría pensado dos veces antes de llevar a cabo aquel movimiento del que se arrepentiría al instante en que escuchara su respuesta.—Ana… te juro que no es lo que…—No necesitas molestarte en darme explicaciones —respondió ella pasando de largo junto a Max y Noelia. Sacó un labial rojo de su bolso y lo aplicó con precisión sobre sus labios, frente a uno de los espejos cercanos—. Lo que hagas con tu desfile de iguanas me resulta completamente irrelevante, pero el contrato es un punto y aparte en esta historia.Max apretó los labios y encajo su desinterés por él en el rincón más alejado de su corazón con la esperanza de que no doliera con la misma intensidad que le estaba doliendo.Esperaba qu
Ana quería odiarla. Lo intentaba con todas sus fuerzas, pero cuando vio aquel ataque en el ojo izquierdo de Noelia, en lugar de sentir odio, la invadió una extraña sensación de vergüenza ajena. La mujer parecía un gusano en un anzuelo, revolviéndose sin rumbo mientras intentaba parecer imponente. —Parece que enloqueciste… —la escuchó murmurar y Ana apretó los dientes en lo que disimulaba una sonrisa forzada.—¡¿Yo?, pero si fue usted quien enloqueció al meterse en el disfraz que lleva! —repitió Ana con sorna—. ¿Tanto le cuesta medir limites?Ana casi pudo escuchar cómo la mandíbula de Max caía al suelo cuando el sonido del tacón de Noelia golpeando el suelo resonó en la habitación. Ana estaba prácticamente mandando directamente al demonio el contrato, lo cual iba en contra de lo que le había comentado y el solo hecho de responderle cualquier cosa a Noelia era motivo de desastre, pero su primer impulso de meterse también había sido el último porque frente a él había dos fieras a punto