Un gran michi.

Continuación inmediata del capítulo anterior.

—Alto, alto... —Irguió ambas manos y exhaló un suspiro—. Bien, digamos que te creo, pero, ¿por qué las personas no hablan de ello? No escuché a nadie hablar de metamórficos antes. Aparte de mi abuelo y sus alocadas historias —musitó lo último solo para sí.

—No lo sé —El chico se encogió de hombros—. Los seres humanos ordinarios reniegan que existen otros seres diferentes. Se creen los únicos que viven en el mundo cuando, en realidad, no es así.

—Tiene sentido —murmuró y miró al gato-chico—. No es normal encontrarse con un gato y que este de pronto se convierta en humano o, lo que es peor, estando en forma de gato se comunique contigo. Por cierto, ¿cómo haces para que te escuche y entienda estando en tu forma de pantera?

—Ah, es un don de nuestra naturaleza —Arqueó ambas cejas—. Algo telepático.

—¿Puedes leer la mente? —cuestionó, casi con miedo.

—Já, quisiera poder leer mentes —Había burla en la voz del minino-chico—. No, no puedo. Sin embargo, me intrigan tus pensamientos. Dime, humano, ¿qué piensas realmente de todo lo que hasta ahora te conté?

—Inverosímil —expresó sincero—. Es solo cuestión de tiempo para acostumbrarme a toda la información que acabas de revelar.

—Bueno, eso está bien —Asintió—. Ya terminé la leche, ahora quiero algo de comer. ¿Tienes carne? Soy un carnívoro por naturaleza.

—Lo que faltaba... —susurró, el chico le dio una extraña mirada—. ¿Qué? No tengo comida para gatos. Además, ¿en serio un felino grande como tú puede comer un trozo de carne como un gato normal?

Tuvo que dar un paso hacia atrás, el chico desapareció de pronto y un enorme gato negro apareció en su lugar, bueno, una pantera. ¿Seguía siendo un gato, cierto?

«Ay, no. No quiero que tengas miedo».

—N-no, no tengo... miedo —balbuceó—. Alto, quédate ahí —El enorme minino hizo caso omiso y, con pasos elegantes, se acercó—. En serio, detente, eres...

En un instante, el gato se paró en las patas traseras y se abalanzó sobre él. Su espalda chocó contra la nevera. Gigantescas patas sobre sus hombros; tragó en seco al darse cuenta de que podría ser fácilmente devorado vivo y no, no era como si quisiera convertirse en comida para gatos, gracias.

«¿Por qué temes? No te haré daño, humano tonto».

—B-bueno, eres... como enorme —vociferó—. En esta forma, en tu forma natural como dices, eres un... gran michi —En un mero impulso, alzó una temblorosa mano y palpó tenue la cabeza del félido—. Wow, tu pelaje es muy... suave.

Un ligero sonido caló en sus oídos, era... una especie de ronroneo.

«Se siente bien. Nunca nadie tuvo la valentía de acariciarme».

—Sí, bueno, no te acostumbres —enunció y retiró la mano de la cabeza de la pantera—. Bien, eh... supongo que si te marchas, no volveré a verte, ¿cierto? Y como que...

«¿Qué sucede, humano? Ah, quieres que me quede, ¿verdad?».

—No dije eso —Frunció el ceño, el peso del gato estaba causándole un leve dolor en los hombros—. Escucha, quítate de encima —La pantera quitó las patas de sus hombros y caminó, con toda la elegancia de un felino, hacia el living—. Entonces, ¿a qué hora te irás?

«¿Me estás echando?».

—No, pero fuiste tú quien dijo que...

«¡Lo sabía! Gracias por brindarme alojamiento indefinido. Prometo ser un buen gato».

—¿Qué? ¡No! —preguntó-exclamó y se percató de que ya no había minino grande, sino un chico completamente desnudo sobre el sofá destrozado—. ¡Ponte la ropa!

—Uff, que pudoroso eres —Cruzó los brazos—. ¡Está bien!

—Mi departamento, mis reglas —imperó altivo—. Nada de andar paseándose desnudo ni transmutar de félido a humano y viceversa sin previo aviso, es de mala educación eso de...

—Bien, entendí el punto —Alzó la barbilla en un gesto altanero, viendo cómo el chico comenzaba a vestirse de nuevo—. Tengo hambre. ¿Tienes algo que pueda comer?

—¿Fruta? —preguntó y apuntó un recipiente con un par de plátanos y manzanas.

—Ew, no, gracias —Ladeó la cabeza y escrutó al chico completamente vestido con su ropa—. Quiero carne. Un buen bistec poco hecho. Mhm, ya puedo saborearlo.

—Dios, ¿qué hice para recibir semejante castigo? —murmuró.

—No me considero un castigo —Exhaló un extenso suspiro y comenzó a caminar rumbo a su habitación—. Diría que soy un milagro y uno que tuvo la dicha de aparecer en tu vida —Restó relevancia y abrió la puerta del cuarto—. ¿A dónde vas? —Cerró la puerta—. ¡Tengo hambre, alimenta a tu hermoso y enorme michi!

—¡No tengo uno! —respondió, y echó una rápida mirada sobre la mesita de noche.

—Pues ahora sí lo tienes —Rodó los ojos, agarró la billetera y teléfono, los metió en el bolsillo de su pantalón—. Y no uno cualquiera, ¡tienes una pantera negra, eso es...!

Abrió la puerta, el chico se precipitó hacia delante y aterrizó sobre su pecho. Se dio cuenta de que el cambiaforma félido no era tan intimidante estando en forma humana, un chico; la cabeza de este apenas le llegaba a la altura de la barbilla. Vaya, vaya...

—Ten... cuidado, michito —Colocó las manos en los hombros ajenos y lentamente lo separó de sí—. De acuerdo, haremos esto —El chico lo miró directo a los ojos y por un segundo se permitió perderse en los fanales color ámbar, pero no debía perder el tiempo en nimiedades—. Mientras no estoy, limpiarás y ordenarás todo el desastre que hiciste en el living.

—¿Por qué tengo que limpiar?

Agarró una mano del chico-minino y lo condujo nuevamente a la sala.

—¿Ves todo el lío que hay? —cuestionó, señalando la estancia y notó de soslayo al chico asentir—. Bien, eso lo has hecho tú y tienes que limpiar. Iré a por comida y algunas otras cosas que necesito.

—¿Me dejarás solito?

En serio, ¿qué carajo le pasaba al jodido gato?

—En efecto, gato —Fue solo entonces cuando se percató de un gigantesco detalle; miró detenidamente al chico y frunció el ceño—. Por cierto, ¿tienes un nombre? No quiero decirte gato del demonio o algo así.

—No realmente.

Soltó la mano ajena y se alejó unos pasos.

—Bien, ¿cómo quieres llamarte? —preguntó mientras se dirigía al vestíbulo.

—Pensaré en un nombre y te lo diré cuando regreses.

—De acuerdo —replicó y abrió la puerta—. Ah, mi nombre es Haniel.

Ni siquiera esperó por una respuesta, salió del departamento.

Definitivamente nada fue una quimera o mal sueño, todo resultó ser real y ahora tenía que convivir con un enorme gato negro, bueno, una pantera negra.

Debía pensar claramente en hacer una pronta visita con algún psicólogo.

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