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*—Layonel:

Sentía los ojos pesados y la lengua como lija. Layonel parpadeó, y un resplandor blanco le quemó la vista. Apenas intentó mover un brazo, un dolor punzante le recorrió cada músculo, como si cientos de agujas se clavaran en su piel. Al intentar respirar, el pecho se le tensó y un jadeo suave escapó de sus labios secos. Todo a su alrededor era confuso, sus pensamientos se deslizaban como arena entre sus dedos.

«¿Dónde...?», pensó, pero su propia voz sonaba extraña, ajena.

El silencio fue su única respuesta, hasta que, como un golpe, los recuerdos regresaron: la cocina, el ataque inesperado, la brutalidad del momento, el dolor cegador que ahora sentía con más intensidad en su abdomen y en las manos. Un latigazo de desesperación recorrió su cuerpo; sus ojos se abrieron por completo y, a pesar del dolor, trató de moverse, de escapar de esa sensación de impotencia que le atenazaba.

Pero entonces, sintió algo cálido y firme posarse suavemente sobre su muslo. Su respiración, que ha
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