El estudio Hanseloff-Wessner Arquitecture & Cía. en el cual trabajaba era uno de los más prestigiosos de Buenos Aires y hacía poco más de dos meses –coincidiendo con su graduación– había surgido uno de esos proyectos especiales que tenía a Emma en vilo: era su pasaporte a las grandes ligas, y si todo salía acorde a lo planeado pasaría de ser una simple dibujante a uno de los proyectistas de la empresa. Swiss Credit Global Inc. requería de un edificio inteligente en la zona de Puerto Madero, el CEO de la empresa extranjera estaba viajando para la presentación, y de esa reunión dependía su futuro. El lunes a las 09.30 era el gran momento.
El proyecto era de tanta envergadura que en esta oportunidad se habían asociado con Trobatto y Cía. No se le escapaba la nota de humor ácido, al recordar que, si Darío estuviera en Buenos Aires, seguramente su
El reloj de la cocina marcaba las 05.30 de la mañana la última vez que lo miró. Sus pasos lentos y pesados lo llevaron hasta la ventana de la sala. Descorrió muy despacio las cortinas y observó el jardín trasero de su casa. Su vista se perdió en el camino de lajas que conducían hasta el enorme manzano, que se erguía orgulloso en medio del jardín. Al pie de su tronco descansaban las pilas de maderas lijadas y las herramientas, usadas la tarde anterior, listas para seguir trabajando en el proyecto que lo tenía ocupado desde hacía unas semanas. Casi sin darse cuenta, instintivamente, comenzó a tararear una canción. Emma salió de su cuarto y bajó las escaleras atraída por la suave melodía. Al llegar al último escalón, la imagen frente suyo la colmó de emoción una vez más. De espaldas a ella, Darío observaba el amanecer a través de la ventana, los tímidos rayos de sol colándose entre las nubes, cambiando el azul profundo de la noche con sus rayos anaranjados. Estaba descalzo, con solo
—¡Oh por Dios! Primer día y tarde… ¡¡taaaardeee!!… ¿justo hoy? —repetía Emma mientras corría de su dormitorio a la cocina, en busca de la cafeína para terminar de despertar.Media taza y una tostada más tarde, llegaba a la estación José Hernández de la línea D del subte, solo para ver cómo se alejaba. Suspiró resignada, deseando que el profesor también llegara tarde.Por lo visto los astros estaban alineados esa mañana. El siguiente tren llegó muy rápido y recuperó así varios de los minutos perdidos. Tenía pensado caminar las ocho cuadras que separaban la estación de subtes hasta la sede de la Facultad, pero dadas las circunstancias un taxi fue lo más acertado. Cuando abrió la puerta del aula asignada para el curso de Física Aplicada 1, solo los alum
Darío encontró en la amistad de Emma, la sensación de hogar que le faltaba. Era su amiga, su confidente, su hermana casi por adopción. Con ella se sentía contenido. Nunca le había pasado con anterioridad, tenía a sus hermanos y primos, amigos del colegio, de la facultad, sin embargo, con Emma todo era especial. Porque ella lo era. En poco tiempo la conoció muy bien, y lo atribuía a su forma abierta y honesta de ser.Era un ser absolutamente transparente, sin malicia, que siempre buscaba la bondad en todos los actos de la vida. Siempre una sonrisa, una palabra de aliento, la ayuda sincera sin pedir nada a cambio. Ella era sinónimo de luz.Y Emma por su lado, descubrió en él un hombre fuerte y un hombro atento. Eran tan parecidos en tantas cosas, tan distintas en otras. Él era tan práctico y ordenado, tan lógico. Y ella tan soñadora.El viaje en subte de
—¡Y después dicen que la vida no es una fiesta! —hablaba para él solo, mientras observaba a Emma conversar con el resto del grupo en el buffet.Tomaba pequeños sorbos de café, de a ratos mareaba la cucharilla en un movimiento mecánico, seguro todavía estaría muy caliente, y volteaba su cabeza a un lado y al otro participando de al menos dos conversaciones distintas.¿Cómo diablos las mujeres pueden hacer eso? Se preguntaba en silencio.Bueno... para ser honestos ella podía hacer eso y mucho más... eran tan capaz... tan brillante...¡No vayas por allí! ¡No vayas por allí! Capaz que si lo repito lo suficiente hasta me lo creo. Suspiró levemente mientras corría la mano izquierda por su pelo revuelto y removía el contenido de la taza con la otra haciéndolo ondear.Sus compa&ntild
El abrazo duró lo que un instante o una vida. Ninguno de los dos lo supo. Cada uno sumergido en sus propios sentimientos, en sus propios pensamientos.Él tan seguro… ella tan confundida.Darío estaba petrificado o casi. Emma siempre reía. Su vida no tenía altibajos, estudiaba, trabajaba con su madre en la florería, creaba, leía, salía con sus amigos. Era una persona muy puntual y muy responsable, muy organizada, cada cosa tenía su momento y su lugar. Ni la muerte de su padre ponía a Emma triste. Con el transcurso del tiempo había llegado la aceptación y su amor intacto por él hizo el resto. La vida con su padre fue tan hermosa, tan colmada de amor, que el sentimiento que afloraba en su recuerdo era la nostalgia. Pero nunca la tristeza. Emma nunca lloraba. Nunca. Hasta hoy.¿Qué mierda está pasando? Darío no sabía qué
Darío llegó ese viernes a la estación de subtes sin saber cómo iba a afrontar las semanas que tenía por delante. Ahora que tenía claros sus sentimientos, estaba consciente de cada gesto, de cada mirada, de cada palabra, y estas semanas por venir no tenían buen prospecto. ¿Y si Emma se daba cuenta? No podía permitir que sus inquietudes la perturbaran. Ella se sentiría mal por no corresponderle, la entristecería, la abrumaría, aún más que con el viaje. Y ser la causa de su pena no era admisible, de hecho, si por él fuera, erradicaría esos malos sentimientos de la faz de la Tierra solo para que nunca los sintiera. Si pudiera transportarse en el tiempo sería genial, como para no estar en este proceso tormentoso de no saber qué hacer ni qué decir delante de ella.El único problema sería a dónde ir, ¿al pasado para escoger
Abrazados en medio del salón, con sus frentes juntas, sus ojos se encontraron, sus respiraciones se calmaron poco a poco. El tiempo parecía haberse detenido.Silencio.—¿Desde cuándo lo sabes? —preguntó Darío.—Desde que me dijiste que te ibas a New York —respondió mientras sus mejillas se teñían de rosa fuerte.—Fue lo más difícil que tuve que hacer en mi vida —ancló sus ojos cafés en la mirada enamorada de ella—. Estaba tan confundido, no creí posible que sintieras lo mismo que yo, y necesitaba pensar y no podía.—Para mí fue igual.—Ven, sentémonos un momento —y acompañó a Emma hasta el sillón, sentándose muy juntos y enfrentados, con las manos entrelazadas. Besó sus manos y mirándola a los ojos le dijo:—Amo
Emma comenzó la semana como todas y como ninguna otra, era el lunes de la última semana del semestre, y era el lunes de la primera semana del resto de su vida. O al menos así se sentía.Se despertó y se preparó en la mitad del tiempo de cada día. Había hablado por teléfono con Darío hasta dormirse, la complicidad y la amistad que los unía, a la luz de los sentimientos expresados, solo había crecido, se había profundizado. ¿Era eso posible? Al parecer al encontrarte con tu “alma gemela” era lo que ocurría.Caminó las cinco cuadras que la separan de la estación de subtes con el corazón latiendo más fuerte con cada paso que daba. Si verlo cada mañana le mareaba sus sentidos, ahora definitivamente estaba en problemas. Si no fuera porque debía mantener la compostura en la calle, no habría manera posible de borr