LEONEL ARZÚA—¡Claro! La cena de compromiso —dije minimizando su importancia con mi actitud relajada—. Sí, ya no pude asistir.—¡¿Por qué?! —exclamó Talah abriendo tanto sus ojos que temía que se le fueran a salir. —Porque ya no me quiero casar contigo —contesté con una sonrisa—. Encontré una mejor oferta.—¡¿Qué?! ¡¿Cómo que mejor oferta?! ¡Estamos hablando de…!—Un negocio —la interrumpí—. Te recuerdo que no hay nada entre tú y yo. Solo un acuerdo que en este momento no me conviene. —¿Ah sí? ¿Cuál es esa oferta que te hizo cambiar de opinión?—Casarme con la hija de los Ricci —contesté con media sonrisa y entorné los ojos. ¿Ella sabía a quién me refería o nunca tuvo la intención de investigar a Gianna, por lo menos averiguar sus apellidos o de dónde venía?—¿La hija de los Ricci? —preguntó desconcertada y retrocedió como si recibiera un golpe en la boca del estómago—. ¿Qué hija? —No pienso explicarte nada… —contesté tomándola del brazo y llevándola hacia la puerta. —¡¿No sabes na
GIANNA RICCI—¿Un aborto? ¡¿En serio?! —exclamó la madre superiora mientras caminaba de un lado para otro dentro de la habitación. —Intento de aborto… —corrigió el doctor Bennet.—¡Usted cállese! —contestó la madre superiora furiosa antes de volver su atención hacia mí—. No solo fue muy peligroso tomar un medicamento que desconocía de manos de una mujer de dudosa moral, sino que atentar contra una vida es pecado. —Madre superiora, yo no quiero tener este bebé, no pienso casarme con un hombre que solo sabe herir a todos los que lo rodean. ¡No me voy a condenar a ese infierno! —exclamé con los ojos llorosos. —¿Qué daño te hizo el niño? —preguntó viéndome con decepción—. No soy nadie para juzgarte, pues ambas sabemos lo que estos muros guardan y todo lo que han visto aquí, pero… ¿atentar contra la vida de un pequeño que no es culpable de nada? Tú eres la única persona en el mundo que debería de amarlo de manera incondicional, pero en vez de eso intentaste matarlo. —Tiene razón, madre
LEONEL ARZÚA—Cuando… ella salía con ese chico, Matías, se embarazó de él —dijo la señora Ricci—. Todo fue un caos, mi esposo pensó que era una manera en la que ese hombre quería asegurarse una vida con Gianna, una manera de atarla a él, yo le quise dar el beneficio de la duda…»En una ocasión Gia llegó muy triste, melancólica y no quiso hablar con nadie, se encerró en su cuarto por días, ni siquiera quería ver a Matías, y lo siguiente que pasó fue que había abortado en su habitación. La llevamos al hospital y descubrimos que ella misma lo había provocado, pero nunca quiso decirnos por qué. Entorné los ojos con desconfianza e inhalé profundamente. —Leonel… Matías no es bueno para ella y temo que la siga buscando. Por favor, mantenlo lejos de mi pequeña.—Señora Ricci, no tiene de qué preocuparse. No pienso alejarme de ella… Cuando nos casemos regresaremos a España donde serán bienvenidos. Mientras me comprometía a ser el guardián de Evelyn, vi a una pequeña y menuda «pingüina» camin
LEONEL ARZÚAAl llegar a la casa de los Ricci, llevé en brazos a Evelyn hasta su habitación, depositándola con sumo cuidado en la cama. Sus enormes ojos azules me veían con intensidad, su mirada agradecida y gentil era la misma que había visto tantos años en mi esposa. Evelyn siempre encontraba la forma de recordarme que se trataba de ella encerrada en ese cuerpo. —Esto es una locura… —dijo el señor Ricci furioso en el umbral. —Amor, hay que apoyarla, si esto es lo que quiere, que así sea —insistió la señora Ricci queriendo consolar a su esposo. —¡No se trata de lo que quiera, se trata de que no se muera! —gritó furioso y aunque Evelyn quería aparentar serenidad, noté como su gesto se endureció.—¿Podemos hablar allá afuera? —pregunté plantándome frente al señor Ricci. A regañadientes me siguió hasta que nos alejamos lo suficiente de la habitación. —Pensé que en ti si cabría algo de raciocinio —reclamó furioso. —Si Gianna permanece en cama el tiempo necesario, sin nada que le gene
GIANNA RICCIMe sentía horriblemente mal y no era ninguna amenaza de aborto. Estaba mareada, nauseabunda, pálida, triste y sin ilusiones. La señora Ricci había intentado traerme todos los platillos que Gianna solía disfrutar, pero no era suficiente para quitarme las ganas de vomitar, por el contrario, algunos se me hacían asquerosos, aunque supuse que, en otro momento, no sería así. —Mi niña, ¿qué se te antoja? No hay mejor manera de quitarte las náuseas que complaciendo antojos, pero parece que nada de lo que te ofrezco funciona —dijo angustiada acariciando mi cabello, sentada en el borde de la cama.Entonces llegó a mi nariz un olor muy peculiar que me abrió el apetito y me hizo salivar. Levanté mi cabeza, que hasta el momento había estado colgando del borde del colchón, y la puerta se abrió, era una de las sirvientas con una charola y una sonrisa. La señora Ricci se hizo a un lado para que la mujer pudiera poner la comida sobre mi regazo y cuando por fin destapó el plato, el vapor
GIANNA RICCILeonel se asomó para poder verme a los ojos. En cuanto yo desvié la mirada, me tomó por el mentón, haciendo que levantara el rostro hacia él. —¿Estás bromeando? —su pregunta parecía sincera.—¡No! —desvié el rostro, librándome de su agarre—. ¡Por favor! Yo no tenía los ojos de color ni el cabello rubio o tan negro y bonito como el de Gianna. Mi piel no era pálida y…—No puede ser cierto… —dijo divertido y cuando fruncí el ceño, ofendida, se arrepintió de burlarse—. Evelyn, ¿te estás escuchando? »Entiendo que Gianna es muy bonita, tiene rasgos finos, ojos grandes y azules, si es guapa, pero Evelyn era preciosa también. —De pronto sacó ese pedazo de foto donde aparecía yo con el vestido de novia—. Tenías una piel hermosa, color canela, tan tersa que era como acariciar la seda más fina. Esos labios carnosos que cuando pintabas de rojo te hacían ver tan sensual y provocativa, y esa mirada firme y profunda, cejas bien delineadas y ojos grandes. Eras una preciosidad. »Sin habl
GIANNA RICCIDurante toda la mañana me quedé pensando en el sueño que había tenido y lo que sentí en cuanto besé a Matías. ¿Qué era lo que me estaba pasando? —¿Estás bien? —preguntó Leonel mientras caminábamos por el jardín, notando mi desconcierto—. ¿Te sientes cansada? Lo mejor será que regresemos a la habitación. Se acercó para cargarme, pero lo detuve. —Estoy bien, en serio —contesté enternecida por su dulzura. Tomé su rostro entre mis manos y al verlo a los ojos, me sentí dichosa por tener por fin su amor sincero. No había duda en que lo amaba con devoción, pero… en cuanto volvía a pensar en ese sueño, era como si mi cabeza y mi corazón se partieran en dos. De alguna manera… sentía como si estuviera enamorada de los dos. Una parte de mi quería salir y buscar a Matías, la otra se quería quedar al lado de Leonel. ¿Qué me estaba pasando? —¡Leonel! ¿Podemos hablar? —preguntó el señor Ricci. —Anda… ve —contesté motivándolo a ir. —¿Estarás bien? —Se tomaba su papel como mi cuidado
GIANNA RICCICorría por las calles de noche, entre risas y jugueteos, con Matías de mi mano. Nos metimos a un callejón y me asomé para asegurarme de que nadie nos había seguido. Agotada apoyé la espalda sobre la pared, con la respiración agitada y los muslos ardiendo. Mi padre había enviado un par de hombres para seguirme y asegurarse que cumpliría con sus órdenes. De pronto una sombra se cernió sobre mí, cubriéndome de la luz de luna. Levanté mi mirada hacía el perfecto rostro varonil mientras sus manos se apoyaban sobre la pared a mi espalda, haciendo una jaula para mí con sus brazos. —¿Cansado? —pregunté divertida en cuanto su aliento chocó con mis labios. —Ni un poco… —contestó Matías antes de devorar mi boca con pasión y bajar por mi cuello, succionando y mordiendo, haciendo que mis bragas se humedecieran. Con una sonrisa pícara se alejó, mordiéndose los labios. Bajó la escalera para incendios y me dejó ir primero. ¡Vaya trampa! Pues sus manos juguetonas no dejaban de alcanzar