BAJO LA TORMENTA.

Llovía cada vez más fuerte y el oleaje golpeaba brutalmente el bote. Elizabeth y David se aferraban al bote con todas sus fuerzas para no caer al mar; sin darse cuenta, con el vaivén de las olas, se habían quedado sin remos.

Los terribles truenos estremecían todo con su estruendo y el viento azotaba el bote de manera implacable.

Después de varias horas, la lluvia cesó. A lo lejos se veía cómo el sol se asomaba. Exhaustos, Elizabeth y David dormían en el bote.

A medida que el sol llegaba a su punto máximo, el calor y la deshidratación se hicieron presentes. Ambos despertaron por el inmenso calor; hambrientos y sedientos, Elizabeth recordó que en su bolso llevaba agua y barras energéticas, que ahora eran su única opción para no deshidratarse. De inmediato comenzó a buscar dentro del bote.

Era inútil, su bolso no estaba. Quizás había caído al mar mientras la tormenta los golpeaba.

—Ya no aguanto, tengo mucha sed. No puedo más. Tomaré agua de mar. —dijo David, inclinándose para tomar agua
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