LUCA MAGNANIMe alejé del área de urgencias, abrumado por todo el caos que el parto de Cristine había traído. Los pasillos se volvían más tranquilos conforme tomaba distancia, ya no veía a los doctores y enfermeras corriendo de un lado para otro. Entonces por fin llegué a una pequeña capilla. No soy un hombre de fe, pero un hermoso ángel llamó mi atención desde dentro. Berenice estaba hincada, con los dedos entrelazados y la mirada dolida escondida por su rostro agachado. Sus cabellos rubios brillaban por el titilar de las velas a su alrededor. Me acerqué lentamente y el sonido de mis pisadas la hizo salir de sus oraciones. Cuando alzó sus hermosos ojos azules hacia mí, me di cuenta de que había estado llorando. Con gentileza recogí la última lágrima que se había decidido a saltar por su mejilla. —¿Qué ocurre? —pregunté afectado por su ánimo. Aún no sabía qué era lo que la aquejaba y ya me sentía miserable. Le ofrecí mi mano en cuanto vi sus intenciones de levantarse. Sus delgados
LUCA MAGNANILevantamos la mirada hacia la puerta de la capilla. No sabía cuánto tiempo habían estado ahí Jimena y Finn, viendo todo en silencio. Aunque Jimena parecía contrariada, Finn lucía una enorme sonrisa cargada de satisfacción. Entonces me pregunté: ¿ese diabólico abogado podía entrar a esta capilla o se haría polvo en cuanto pusiera el primer pie dentro?—Irene Spoti, queda notificada —dijo Finn extendiéndole un folder lleno de documentos, mientras yo mantenía fija la mirada en el piso de la entrada, su zapato ni siquiera tocaba el borde, ¿en verdad no podía entrar?—¿Notificada? —preguntó indignada y volteó hacia Berenice, esperando una explicación, pero quién se la dio fue Jimena:—Desde ahora todo tema que quiera tocar con la futura señora Magnani, tendrá que hacerlo a través de sus abogados. —Jimena sacó su tarjeta y la señora Spoti casi se la tira de un manotazo si no fuera por Finn quien la detuvo. Su sonrisa se disolvió y su gesto se endureció mientras sujetaba con fir
LUCA MAGNANI—¿Es seguro? —preguntó Jimena torciendo la boca. —Es seguro porque tu entrada es con dinero y estudios recientes de laboratorio, ni te preocupes por alguna enfermedad de transmisión, además de que les dan globitos a todos los hombres —contesté relajado.—Pero… —susurró Jimena confundida y entornó los ojos—. Sí, «hipotéticamente» como ya dije, quisiera quedar embarazada. —Puedes hablar con el tipo con el que pasarás la noche, no sé, tal vez no le importe hacer su aportación a la causa o también puedes mentirle y decirle que tomas anticonceptivos para que se confíe… —contesté divertido y solté una carcajada—. Otra opción es llevarte un alfiler. —¿Un alfiler? —preguntó inocentemente sorprendida. —Claro, para picar el condón y que… bueno, ya sabes. —Mantuve la sonrisa mientras la codeaba—. También puedes contratar a algún gigoló. ¿No lo has pensado?—No quiero meterme con cualquier tipo —respondió con un resoplido.—Mira, haces mucho por esta familia, has cuidado a Cristi
LUCA MAGNANI—Ahora hay que descubrir si Bennet está comprometido —agregó Derek detrás de mí, con los brazos cruzados y usando esa vieja sudadera. —Ya pareces retrato con esa porquería. ¿Por qué no usas otra cosa? —pregunté dándole un jalón a la tela, recibiendo un fuerte manotazo como respuesta. ¡Vaya que tenía la mano pesada! Era la versión troglodita de Eliot. —Yo no te digo nada por siempre traer esa cara de tonto, así que deja mi sudadera en paz —canturreó pasando su brazo sobre mis hombros y tratando de frotar sus nudillos contra mi cabeza. Entonces tuve una fuerte regresión hacia mi infancia. Cuando era niño seguía a Eliot a todas partes, unas veces me ignoraba casi por completo y otras me molestaba por todo. Unos días solo me hablaba lo necesario y era demasiado frío, pero otros incluso él era quien se acercaba a mí para hacerme algo, desde sacudirme por los tobillos hasta hacerme cerillito, justo como lo estaba haciendo ahora. —¡Por fin lo entiendo todo! —exclamé sacudién
ELIOT MAGNANIPor suerte Mario le arrebató el florero a Gerardo antes de que causara un desastre.—Pensé que no querían a su hermanita —pregunté levantando una ceja. —No es que la queramos… —dijo Gerardo dando saltitos para alcanzar el florero que Mario mantenía en alto—. No significa que de pronto haya dejado de ser fea o que nos caiga bien… es solo que… pobrecita. —¡Escúchala! ¡Llora muy feo! ¡Algo le debe de doler mucho! —exclamó Leonardo angustiado y casi al borde del llanto. —Solo la están bañando —aseguró Mario dándome el jarrón.—Pobrecita, a mí tampoco me gusta bañarme —dijo Bruno casi compartiendo su dolor. Entonces la enfermera abrió la puerta, con mi pequeña en brazos, viendo a los niños uno por uno. —Creo que mantendré la puerta abierta por si se quieren unir… —No lo tuvo que decir dos veces. Apenas dio media vuelta mis pequeños avanzaron detrás de ella para ver con atención como Aurora recibía su baño. En cuanto me asomé los vi fascinados, metiendo sus manos en la t
DONNA CRUZ—Si no está dispuesta a unirse a nosotros, no le veo sentido mantenerla viva —dijo Carla levantando su arma hacia mí. Ni siquiera me preocupé, estaba esposada a la cabecera de la cama. No podía gritar, pues estaba amordazada. Solo podía esperar pacientemente. —No tuviste el valor de matar a tu padre, pero… ¿si de matarla a ella? —preguntó Jerry sentado cómodamente en el sofá de la esquina, mientras veía todo con calma.—No es como nosotros —agregó Carla alzando el percutor, lista para jalar el gatillo.—Es como nosotros, ha sufrido lo mismo que nosotros, pero aún no quiere ver que esto no es una venganza vacía. Se aferra a la falsa moral que el mundo promulga: perdona y pon la otra mejilla. —Se levantó de su asiento y caminó hacia Carla, quien no despegaba la mirada de mí—. Ve por el auto. Como la perra obediente y faldera que era, le entregó el arma a Jerry antes de salir furiosa de la habitación barata de hotel de dudosa procedencia. Jerry guardó el arma en la pretina d
JIMENA RANGEL Todos esperábamos pacientes en la corte, mientras yo le daba vueltas a mi bastón, impaciente por ver llegar a D’Marco y su séquito de abogados, pero los minutos pasaban y ni siquiera llegaba algún mensajero para justificar su ausencia. El juez ya estaba desesperado y había dado un receso para hacer tiempo, pero parecía que no sería suficiente. —¿Le habrá pasado algo? —preguntó Eliot torciendo la boca. Sabía que no quería estar aquí, perdiendo su tiempo cuando podía estar con Cristine y su nueva bebé. —Ojalá… —respondió Finn con cara de fastidio. Entonces las puertas de la sala se abrieron de par en par y entró un hombre trajeado y distinguido que caminaba lleno de seguridad hacia el estrado, acompañado de dos policías. —El director del psiquiátrico —susurró Eliot entornando los ojos cuando este pasó por nuestro lado. —Señor Eliot Magnani, me alegra verlo de nuevo —dijo el hombre con una sonrisa segura antes de seguir su camino hacia el juez.—¿Qué ocurre? —pregunté
SLOANE D’MARCOCon mano temblorosa abrí la puerta, no podía apartar la mirada de la caja, sentía que en cualquier momento comenzaría a escurrir sangre de las esquinas. ¿Jonathan había sido tan comprometido con el trato que hicimos que me envió la cabeza de mi padre por paquetería?—El paquete no tiene destinatario en específico, solo la dirección. ¿Puede recibirlo? Solo necesito su nombre y firma —preguntó el repartidor leyendo los datos de una tableta.—Sí, soy Sloane D’Marco… —contesté temerosa en cuanto me ofreció la caja. Para mi sorpresa no estaba tan pesada como esperaba. La agité un poco y escuché que algo chocaba dentro. —Por favor, firme aquí —pidió entregándome la tableta. Con la mano aún temblorosa garabateé una pésima firma antes de que el hombre se fuera y me dejara sola con mis pensamientos.Dejé la caja sobre la mesa y pensé por largo rato en qué hacer. ¿Esperaba que alguien más estuviera en casa para abrirla? ¿Qué tal si tenía algún agente biológico letal? ¿Qué tal si