***ABEL*** La Gioconda o Mona Lisa representa entre otras cosas, serenidad, sencilles, pureza, castidad. Qué mejor manera de describir a Carolina. Tenía razón al sentirse identificada con ella. Meditaba en eso mientras llevaba los platos del almuerzo que había llevado Lorena. Lorena y su familia habían sido siempre parte de nuestra familia. Habíamos crecido juntos. Sus padres eran amigos cercanos de los míos. Siempre tuvieron deseos de que me fijara en ella, pero yo solo podía verla a lo sumo como una hermana. No era el tipo de mujer con el que podría imaginarme el resto de mi vida. Salí de la cocina y vi la expresión incómoda de Carolina. ¿Qué habría podido decirle Lorena para que tuviera esa cara? Lorena me pidió llevarla a su casa y noté los ojos de Carolina entristecidos. ¡Cuánto amaba la honestidad de su mirada! Me permitía ver cuando estaba feliz, triste o furiosa... En ese momento pude intuir que se sentía amenazada por la presencia de Lorena, quien no era nada discreta ha
***CAROLINA*** —No tenemos nada de que hablar, Abel. —Caro, por favor, debo explicarte lo del... —Abel ¡No! —Le iba a cerrar la puerta en la cara, no quería escucharlo, no quería que su mirada, me hiciera dudar y caer de nuevo en su juego. Puso su mano frenando que cerrara la puerta. —Está bien, no insistiré —había tristeza en sus ojos y me contuve de mirarlo fijo, podía estar fingiendo—. Traje a Becky, ella también quería verte. Mi rabia se esfumó en cuestión de segundos por la bebé. Miré hacia el carro, buscando con ansias verla. Él fue por ella y la bajó. Me la dio en los brazos rozando mi piel, haciendome sentir la corriente habitual de su contacto. —Si quieres la vengo a buscar en un rato —dijo mirándome a los ojos y alcancé a ver que tenía los suyos cristalizados. Sentí debilidad, pero me esforcé por contenerme. —Ok—fue lo único que le dije. Entré a la casa y cerré la puerta mientras lo ví caminar a su carro. Me reconfortaba la presencia de Becky. Había estado todo el
***ABEL*** Estaba acostado intentando dormir cuando escuché a Lana ladrar y luego el timbre. Me asomé por la mirilla de la puerta y la vi ahí. Le abrí de inmediato. Sostenía unos papeles en la mano y sus ojos estaban irritados de llorar. Levantó la mano con los papeles mostrándomelos y fue cuando supe de qué se trataba. Había estado escribiendo cartas dirigidas a ella para no sentir tan dura su ausencia. —Caro, ¿quién te dio eso? —Lo siento, las agarré de tu cajón —Me miró por unos segundos a los ojos antes de hablar nuevamente—. Dime que esto es real, Abel. —Cada letra. —Dime a la cara, ¿qué es lo que quieres de mi? —¡TODO! Yo quiero todo de ti, Carolina —afirmé sin titubeos. —¿Realmente me amas? Me acerqué a ella. —¿No te has dado cuenta que me muero por tí? ¿No has notado todo lo que siento por tí? Claro que te amo, te amo completa. Eres un tesoro para mí —Apretó los ojos queriendo retener las lágrimas, pero algunas escaparon de sus ojos. Las limpié con mis dedos y cubrí
***CAROLINA*** Había pasado toda la mañana en reunión con los floricultores, buscándole solución a un problema que surgió en el invernadero de tulipanes, se había perdido una gran cantidad que debía ser entregada y la situación me tenia estresada. Salí con dolor de cabeza y camino a mi oficina apareció Adela con un ramo de rosas blancas. —Por aquí estuvo tu amado y te dejaste esto. —¿Estuvo aquí? ¿Con la bebé? —Sí, iba con el bebé. —¡Vaya! ¿Por qué no me esperó? —Supo que estaba en reunión y no quería molestar. Me pidió que te diera esto con esta tarjeta. —Tan bello —Tomé el ramo de rosas y la tarjeta. Solo ese hombre podría mejorar mi día en cuestión de segundos. Abel me tenía derretida con sus atenciones, con sus detalles y sus palabras. Había estado llevándome rosas blancas, magnolias blancas y rosadas y claveles rojas. Cada una de las flores tienen significados por sus colores. Pureza, inocencia y amor puro. Adela me había dicho que se había convertido en un fiel cliente d
***CAROLINA*** Llegamos y había otra rosa negra en la puerta. La expresión de Abel se tornó muy seria, mas no dijo nada. Dejé la rosa ahí y entré. Abel se quedó mirando afuera y caminó al rededor de la casa. —Amor, entra —le pedí, pero no entró. Salí y lo tomé de la mano—. Ven, cariño. Cerré la puerta detrás de nosotros. Lo llevé al sofá y lo senté. —¿Me esperas aquí? O ¿me ayudas a cambiarme? —le dije coqueteándole. Suavizó su rostro y asomó una sonrisa en sus labios. —Te espero aquí. Hice un puchero que lo hizo sonreír con amplitud. Subí a cambiarme la ropa y cuando bajé estaba ahí en el sofá, pensativo. Me miró y suspiró; había preocupación en sus ojos. —¿Lista para recordar cómo conducir? —¡Lista! ¿Has hablado con tus papás? Quiero saber cómo está Becky —me senté a su lado. —Antes de recogerte hablé con ellos, dijeron que estaba bien. Llamaré para que la mamita se sienta tranquila —dijo con su bella sonrisa. —Sí por favor, papito —lo besé en la nariz. La bebé estaba d
***CAROLINA*** Mojada con la toalla en las manos y la ropa que me dejó antes de salir. Yo me quedé pensando en lo que dijo. Lo deseaba, pero tenía razón, no estaba razonando solo me dejaba llevar por la pasión y la pasión no deja discernir. Salí del baño y él estaba recostado de frente a la puerta, esperándome. Lo miré con vergüenza. —Ven aquí, mi reina —me abrazó—. Te amo tanto, Carolina. —Lo lamento... Yo también te amo. Bajé la cabeza avergonzada, pero él me la levantó con sus manos y dejó un dulce beso en la frente. —Ya llegará el momento y será muy especial para los dos, especialmente para ti. Será sin prisa y yo disfrutaré de hacerte mía, mi cielo. —Te amo —repetí abrazándolo. —¡Yo te amo más! Y, ¿cómo dudar de su amor? No cualquiera hubiese hecho lo que él hizo, no cualquiera habría pensado en mí antes que en satisfacer su deseo, no cualquiera hubiese respetado mis principios cuando yo misma los había dejado a un lado. Cada vez estaba más segura de que era Abel con qu
***CAROLINA*** Adela llegó a reemplazarme. Ella tenía carro así que tenía pensado regalarle la moto a Carlos el trabajador que llevaba más tiempo con nosotras y que se encargaría de mi trabajo cuando tomara mis vacaciones. Era sobrino de la Abuela López. Le serviría mucho ya que donde vivía era difícil el transporte. Carlos se puso feliz. —¿Compraste el carro por fin? —me preguntó Adela. —No precisamente, Ade; me lo regalaron. —¿Abel? —Sí, fue él —sonreí. —¡Dios mio, mándame uno así de mi edad! —exclamó con las manos al cielo, después me miró con ese rostro maternal que ponía antes de darme un consejo—. Me alegra tanto verte tan feliz y enamorada y que a tu vida haya llegado ese hombre tan maravilloso. Pero quiero advertirte que Martín estuvo por aquí preguntando por ti y hace días veo que ronda el almacén. —¡Ay, Adela! Si supieras... —me senté con ella a contarle lo que había ocurrido. —No pudo creerlo, Caro. Cuídate mucho, así se portaba al principio mi ex marido y recuerda t
***ABEL*** Salí de la clínica e iba camino a la joyería. Aquella noche compraría el anillo de compromiso para Caro. No tuve dudas desde un principio que ella era la mujer con la que quería pasar el resto de mi vida y no quería esperar más para hacerla mi esposa. Nuestro amor cada día crecía más, al igual que el deseo, pero quería cumplir mi promesa y demostrarle que quería estar con ella eternamente. Sin embargo, antes de llegar a la joyería, recibí una llamada de Carolina, avisando que Lola estaba herida y Martín había sido el causante de aquello. ¡Maldito! Conduje rápido con las manos temblorosas, no quería imaginar lo que les hubiera pasado si hubiesen estado en casa. Llegando A la veterinaria, vi a Ana con Becky en brazos y Emilio en el coche. La vi a ella sentada con las manos cubriendo su cara. Alzó la mirada y al verme, se puso de pie, la abracé y suspiré aliviado. —Estoy bien, amor. Pero mi Lola... —se echó a llorar. Ana se acercó a nosotros y me comentó lo que el zoote