Sonia apenas tenía una relación superficial con Regina, y con su padre ni siquiera eso. Como cabeza de familia y presidente del grupo empresarial, Javier llevaba sus hábitos laborales a la vida familiar: autoritario e incuestionable.Si Regina le daba a Sonia la sensación de favorecer infinitamente a Ana, Javier era simplemente frío. Rara vez estaba en casa, y en los recuerdos de Sonia jamás había cumplido con sus responsabilidades paternales, pero no permitía que nadie desafiara su autoridad como "cabeza de familia".En todos estos años desde su regreso, esta era la primera vez que Sonia comía a solas con él. Cuando llegó, él ya la esperaba en el salón privado, mirando impaciente su reloj.—Disculpe el retraso —dijo Sonia.Javier no se enfadó, solo la miró brevemente y señaló a un lado. —Siéntate.Sonia no se movió; su mirada se posó en los otros lugares de la mesa. Había cinco juegos de cubiertos, incluyendo los de ella y Javier.—Vendrán otras personas —dijo Javier, notando su inqui
—Señor Fuentes, cuánto tiempo sin verle.Los padres de ambas familias se estrecharon las manos rápidamente, y sus miradas convergieron en Sonia. Javier le lanzó una mirada de advertencia. Ella, después de apretar sus propias manos, finalmente forzó una sonrisa.—Permítanme presentarles a mi hija, Sonia.—La señorita Fuentes es realmente hermosa —respondió Alex Romero primero, haciendo un gesto hacia su hijo.El hombre frente a ella extendió su mano. —Hola, soy Emilio.Vestía un traje impecable y llevaba gafas de montura negra. Sus facciones, aunque no destacables, eran correctas. Con una sonrisa amable en el rostro, Sonia mantuvo su sonrisa forzada y extendió lentamente su mano. —Hola.—¡Siéntense todos! —invitó Javier.Todos tomaron asiento mientras Javier y Alex iniciaban una conversación sobre negocios. Si Sonia no hubiera conocido sus verdaderas intenciones, podría haber parecido una simple cena social.Emilio, sentado frente a ella, no le prestó especial atención después del salud
La cena finalmente transcurrió con tranquilidad. Sonia no regresó con Javier, solo pidió que el chofer la llevara a su vecindario. El chofer miró a Javier primero y, al ver que no se oponía, activó el intermitente y cambió de ruta.Sonia evitaba hablar con Javier, mirando por la ventana. De repente, su teléfono vibró dos veces. Lo ignoró, pero Javier comentó: —Debe ser el señor Romero contactándote.Su tono sonaba como una advertencia apenas disimulada. Sonia finalmente abrió su teléfono, confirmando que eran mensajes de Emilio."Ha sido un placer conocerte.""Tengo dos entradas para un concierto, ¿te interesaría? Podríamos ir mañana juntos.""Por supuesto, si no tienes tiempo, no hay problema."La invitación de Emilio no era brusca, pero su intención era clara. Sonia se mordió el labio. —Bien.Después de enviar el mensaje, le mostró el teléfono a Javier. —¿Satisfecho?Javier no respondió. Sonia, sin mirarlo, dijo: —Pare en la acera, iré sola desde aquí.El chofer no respondió ni se at
La mesa quedó con solo madre e hijo. —¿Cuándo volverás a vivir aquí? —preguntó Fabiola tranquilamente mientras tomaba un sorbo de sopa.Andrés frunció el ceño.—Antes te pedimos que te mudaras por la conveniencia de vivir con Sonia, pero ahora que estás divorciado, deberías volver —continuó Fabiola.—No es necesario —respondió Andrés—. Me resulta más conveniente vivir allá.—¿Conveniente para qué? ¿Para llevar nuevas novias?Aunque el tono de Fabiola parecía tranquilo, Andrés detectó cierto sarcasmo. Dejó el tenedor y miró a su madre sin expresión.Fabiola pareció no notarlo y continuó: —Hablo en serio. Si crees que el matrimonio que tu padre arregló no era bueno, y quieres buscar por tu cuenta... no me opondré.—Solo una cosa: Ana, a esa chica, jamás le permitiré entrar en esta casa.—¿Por qué? —preguntó Andrés.La pregunta ensombreció el rostro de Fabiola. —¿Realmente estás pensando en casarte con ella?—Solo me pregunto por qué la detesta tanto.—Ja —Fabiola rio fríamente—. ¿Necesi
El vestido negro largo le sentaba perfectamente a Sonia. Su cabello caía suelto sobre sus hombros con las puntas ligeramente onduladas, y una suave sonrisa adornaba sus labios, dándole un aire de excepcional delicadeza.Emilio debió decirle algo gracioso, porque su sonrisa se profundizó mientras levantaba la mirada hacia él. Sus ojos brillantes parecían un lago resplandeciente bajo la luz.Andrés no recordaba haberla visto sonreír así nunca. En sus recuerdos, Sonia siempre había sido seria y aburrida. Pero apenas tuvo ese pensamiento, recordó algo más: aquella vez en el coche, cuando al forcejear por un cuaderno de dibujos, ella lo había besado repentinamente en los labios.Ese había sido el primer beso que Sonia le había dado. Y aparentemente, también sería el último.Mientras Andrés divagaba, Emilio dio unos pasos adelante. Le dijo algo más a Sonia, quien negó con la cabeza sonriendo. Emilio no insistió y subió al coche.Sonia permaneció inmóvil en su lugar. La brisa nocturna agitó s
Ella lo sabía todo perfectamente. Pero aun así, había dejado escapar ese comentario instintivamente, solo para escuchar en su respuesta lo que ya sabía, como si quisiera herirse a sí misma.—Entiendo —dijo Sonia—. ¿Ya ha dicho todo lo que quería decir, señor Campos? ¿Puedo bajarme?Andrés no respondió, pero pareció reducir aún más la velocidad. Finalmente, detuvo el coche junto a la acera.Sonia no dudó y se giró para abrir la puerta.—Sonia —su voz llegó repentinamente desde atrás.Su movimiento se detuvo, pero no se volteó.Andrés apretó el volante, eligiendo cuidadosamente sus palabras. —Por nuestro pasado matrimonial, si los Fuentes tienen algún problema... puedes decírmelo.—No me insulte de esta manera.Sonia apretó lentamente la manija de la puerta. Después de un momento, respondió: —Gracias entonces, señor Campos.Abrió la puerta sin mirarlo ni una vez más y se dirigió directamente hacia la estación de metro.Andrés permaneció sentado, observando su figura alejarse, sus labios
Sonia no pudo dormir en toda la noche. Cada vez que cerraba los ojos, las pesadillas eran interminables: la habitación húmeda y oscura, la puerta que nunca cerraba bien, la ropa siempre inexplicablemente sucia, los armarios revueltos. Y al final, el rostro repugnante y depravado de aquel hombre.Ocho años después, Sonia seguía sin poder escapar de estas pesadillas, y ahora, él había salido de prisión... ¡Había salido de prisión!Sonia no sabía cómo había conseguido su número, pero esa sensación le resultaba demasiado familiar: la asfixiante impresión de no poder escapar sin importar a dónde fuera.Incluso el apartamento que acababa de alquilar ya no parecía seguro. Sonia sentía constantemente que unos ojos la observaban, como si en cualquier momento fuera a abalanzarse sobre ella.No quería quedarse allí, pero ¿a dónde podría ir? Ni ella misma lo sabía.Finalmente, fue al hospital. Sabía que su madre adoptiva no podía ayudarla ni ella podía contarle nada, pero solo mirándola podía sent
Finalmente, Sonia se dejó caer lentamente sobre el sofá, abrazándose a sí misma con fuerza. En ese preciso momento, el teléfono desconocido volvió a sonar. Aunque solo había echado un vistazo al número la noche anterior, ahora lo recordaba con absoluta claridad. Sin dudarlo un instante, tomó el teléfono y lo estrelló contra el suelo.En Puerto Cristal, Villa Azulejo, Daniela observaba a través de la puerta de aluminio al hombre frente a ella. — ¿Quién dice ser usted? — preguntó.— Me llamo Rafael Vega, soy el padre de Dana... no, de Sonia — respondió el hombre.Con una sonrisa que dejaba ver unos dientes amarillentos, añadió: — Sé que vive aquí. Haga que salga para hablar con ella.Todos en Puerto Cristal sabían que Sonia había desaparecido y había sido criada en el campo durante una década. Al verlo, Daniela identificó instantáneamente su identidad, y su mirada se tornó aún más despectiva. — La señorita Sonia ya se mudó de aquí — declaró.— ¿Se mudó? ¿Cómo es posible? Ella no es... —