Capitulo 3

                             

—Estas seguro de lo que piensas hacer… después de lo que hagas esta noche, no hay vuelta atrás… —apreté la pesada arma entre mi mano para apuntarle a Cerberos, que me miro con la expresión más calmada en su rostro. La chica en su cama pego un pequeño chillido metiéndose al baño con rapidez

—¡Si vas apuntarme! —increpo en un grito acercándose a mí y pegando en su frente el cañón de la pistola. —¡Hazlo para matarme, niño!, ¡Nunca levantes un arma si no estás dispuesto apretar el gatillo! —mi respiración se había acelerado y la razón domino primero que la rabia. Eros entro a la habitación mirando aquel panorama con incredulidad.

—¡¿Que cojones estás haciendo Nikolay?!, ¡Baja esa p**a arma! —dijo mirándome con los ojos a punto de salir de sus cuencas.

—Déjalo, Eros… le daré lo que quiere y yo mismo iré personalmente a verlo como termina con todo, pero quiero recalcar que no habrá vuelta de hoja. Estás dispuesto a llevar las manos manchadas de sangre por el resto de tu vida. —jamás había matado a nadie, era la primera vez que utilizaría el arma contra un ser humano, los trabajos que me había impuesto cerberos eran simples recados y entregas normales y pacíficas, esta vez probaría la verdadera cara de la moneda.

—Lo matare antes de que pueda dar un último suspiro a su alma. —Yo no tenía remedio, no veía vuelta atrás.

                                                                   ¶

Todo había pasado demasiado rápido, en un parpadeo me había metido en aquella casa familiar con algunos hombres de Cerberos, recuerdo perfectamente como temblaban mis manos y los escalofrió surcaban por todo mi cuerpo, mi respiración era rápida y el arma me pesaba quilos, el habiente se había vuelto prácticamente asfixiante. ¿Así era como se sentía la adrenalina recorrer todo tu cuerpo? Como si ante tus ojos el panorama se convirtiera en una visión en segunda persona, y el perpetuador no fueras tú… como un sueño. Solté un último y sonoro respiro ante la atenta mirada de Cerberos que sonreí deleitándose con el humo de aquel puro que fumaba, lo que no sabía era que había esperado este momento desde que vi el cuerpo inerte de mi madre ser embolsado. Pateé la puerta con fuerza para entrar al salón apuntando directo hacia el hombre que enfilaba la mesa en donde su familia cenaba en paz y alegría. Gritos se oyeron, y vi cómo se levantó con las manos en señal de tranquilidad, sus ojos no parecían estar llenos de miedo, parecían dispuestos a abrazar la muerte, sabia su pecado y hoy lo pagaría.

—¡Arrodillaos todos! —increpe tirando la mesa al suelo mientras el ruido ensordecedor de platos se escuchaba sin ninguna contemplación, ya podía sentir el subidón de adrenalina como la mismísima droga relajándolo todo.

—Piedad…. Señor. Si alguien tiene que morir, ese soy yo. Mi familia…

—Dije…. ¡ARRODILLAOS TODOS! —verberé dándole con la culata del arma en la cabeza para verlo caer al suelo como la miseria que era, sus hijas gritaron su nombre para correr al lado de su moribundo padre, su mujer era un mar de lágrimas, se arrodillo enfrente de él abrazándolo con fuerza mientras sollozaba protegiéndolo de mí, como si yo fuera el verdadero monstruo, me miro con ojos de dolor para soltar.

—Por favor perdónelo, clemencia… Él se ha arrepentido de todo lo que hizo, aquel acto tan horrible lo ha pagado cada día de su vida, esperando su castigo. —dijo con voz entrecortada. ¿Cómo? Como era posible que lo supiera y aun así le perdonara, aprete mis puños imaginando que su familia estaría engañada por él, pero no… »Todos debían morir« eso era lo que susurraba aquella voz en mi cabeza, ninguna de estas personas valía la pena permanecer con vida, cada vez que veía sus caras la rabia fundía en mí.

—Por favor… —rogo por última vez antes de que le interrumpiera tomando a su hija que se estaba aferrando a su madre con miedo mientras ponía el cañón en su cabeza.

—Decidan… —aquel hombre, al cual lo nombre número uno, levanto su mirada desesperada y llena de miedo.

—Decidirá el destino de sus hijas. Así que decida muy sabiamente quien de las dos merece seguir con vida —el hombre negó entre lágrimas tirándose al suelo y arrastrándose a mis pies rogando una y otra vez.

—Por favor…. Ellas no, se lo suplico. Máteme a mí, pero ellas no… —dijo gimoteando y sollozando mientras su hija trataba de soltarse de mi agarre llamando a su padre con desespero. Su madre empezó a rezar en susurros que podía oír perfectamente, al detener sus rezos se levantó lánguida del suelo abalanzándose encima de mí, sin ninguna especie de duda apreté el gatillo perpetuando así mi primera muerte. Un pitido fuerte lleno la habitación para quedar en un silencio de paz. ¿Así se escuchaba la muerte? Que irónico podía ser la vida. La mujer cayó enfrente de mi desangrándose mientras los gritos agudos de sus hijas la rodearon, un rojo carmín lleno el piso en segundos y así supe que esa mujer ya no estaba con nosotros.

—O mueren juntos… o solo una puede sobrevivir —Negó sin palabras sollozando con la mirada gacha hacia el piso mientras negaba en silencio. Por el rabillo del ojo vi como entraron Eros y Cerberos observando aquella escena, pero ya era demasiado tarde para cambiarlo, me había desecho de mi alma y corazón quedándome como un simple cascaron vacío, carente de ninguna emoción y empatía.  

—¡Papá, ayúdame! —alzo su mirada llena de lágrimas del suelo, miro a sus dos hijas y soltó tranquilizándolas.

—Tranquilas mis niñas, pronto iremos con mamá. Se los prometo… —estiro su mano hacia su hija para que la tomara. Alejé a la joven con rapidez empujándola a los brazos de Eros mientras le sonreí a su padre con inmensa satisfacción, destripando su esperanza y convirtiéndola en desilusión. Aquella dulce he intoxicante Sención de poder, decidir entre la vida y la muerte, desmenuzar las esperanzas de las personas, este era el poder cruel del que me alimentaria.

—Cambie de opinión, creo que su destino será vivir por y para los hombres, será tan usada tu hija que te juro por mi vida que te revolcaras en tu tumba viéndola padecer todo tipo de vejámenes —dije con una sonrisa entre mis labios, disfrutando de su desoladora mirada.

—Dime… ¿qué se siente la desesperación en su máximo esplendor? No respondas… yo sé perfectamente lo que es.

—¡Maldito hijo de p**a, son solo unas niñas! —me erguí enfrente de él para luego soltar.

—Yo también lo era…. ¡Llévatela, Eros!

—¡Papá!, ¡papá! No dejes que me lleven —mire a Eros consternado sin saber qué hacer.

—¡LLEVATELA! —Eros despertó de su ensimismo saliendo.

—¡No!, ¡Déjela! Es solo una jovencita… ¡Malditos desgraciados! —tomo a la chica del brazo jalándola a la salida mientras gritaba el nombre de su padre una y otra vez hasta quedarse sin aliento.

—Mi decisión no tiene vuelta atrás —dispare a sus dos piernas sin vacilar ni un micro segundo. Total… ya lo había hecho una vez, la segunda y tercera me sentía como pez en el agua. El hombre cayo en gritos y lamentos golpeando el suelo con fuerza, sintiendo su impotencia, luego dispare a sus manos y brazos escuchando aquellos deleitosos gritos para el deguste de mi mente.

—La muerte es tu única salvación, te quemaras en las llamas mientras la conciencia te carcome —mire una última vez los vestigios de lo que fue antes un hombre con una familia. Cuando mi hora de regodearme en la miseria de este hombre termino, salí con tranquilidad sacando un pañuelo de mi bolsillo para limpiar mi cara sucia por la sangre de aquella mujer, sus gritos y suplicas aún se oían pidiendo que matara a su otra hija que permanecía al lado de su madre en una especie de shock mental, no era tan misericordioso para eso, ya no. Los dejaría quemarse juntos como la familia del pecado que eran, mientras a su otra hija la vería convertirse en prostituta para el deleite de los hombres, esto era la verdadera justicia poética. Empezaron a llenar la casa de gasolina para que un solo chasquido de dedos la casa se llenara de llamas y humo bolar por los aires, verla arder con gritos en su interior, gritos… que helarían la sangre del más duro de los hombres. Me gire hacia la casa viendo como las llamas hondeaban reflejándose en mis ojos.

                                                              ¶

—Aun puedo escuchar los gritos de aquellas jovencitas en mis pesadillas…  siendo así el primero de mis pecados. Lo que vino después fue como una plaga bíblica transformándome en lo que había decidido destruir —un nudo en mi garganta se había formado al final de mi relato. Aquel hombre que me había estado oyendo atentamente me veía con horror, los truenos iluminaron mi rostro lleno por el remordimiento de aquel acto que me perseguiría. Esa noche tranquila se había vuelto tormentosa, los cielos lloraban aquellos actos viles, que hacía tiempo había cometido.

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