Dèsire

Kentin se acercó y me beso los labios. Era tan seductor y erótico como la primera vez que nos habíamos besamos, de camino a Edimburgo y a dos mil pies de altura. Los dedos me temblaron y un poco de chocolate caliente cayó en su pantalón, haciendo que salte de la cama de inmediato.

—¡Ay! —exclamó con dolor. Al parecer el chocolate lo había quemado. Yo ahogué un grito y me tapé la boca con la mano.

—¡Lo siento! —exclamé, ¡pero que tonta eres, Annie! ¡estás a punto de tener un encuentro romántico con tu novio y tú le derramas chocolate caliente!

—No pasa nada, no te preocupes —rio Kentin, quitándole importancia al asunto—. No me lastimaste, sólo fue una reacción automática.

Sorbí la mitad de mi taza por impulso, estaba tan avergonzada que quería ahogarme con el chocolate. Mientras Kentin se limpiaba con una camiseta volvió a sentarse en la cama; todo el romanticismo se había ido a la mierda.

—Listo, ya está. Afortunadamente no pasó nada. —dejó la camiseta, ahora sucia, tirada en el suelo
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