Mónica había llegado a su trabajo, faltaba muy poco para la boda y Rafael quería que fuera una sorpresa para ella. —Hola, Lisandra… —¡Mónica! —La recepcionista salió del mostrador con tal de abrazar a su amiga—. Ay, Dios. Supe que te secuestraron y que tu ex marido te agredió. ¿Cómo estás? Mónica parpadeó. —¿Quién te lo dijo? —El jefe, por supuesto. Ya me preocupaba no verte desde hace más de una semana —murmuró, apenada—. Menos mal que lograron meter presos a los secuestradores y eso… —Ah… Si supiera que en realidad terminaron muertos. Pero Rafael trataba de no meter a ningún empleado en su infierno, el único que sabía era Camilo por ser su aliado más cercano.Les contó a todos que Mónica fue secuestrada, pero que la policía se encargó del caso. —Amiga, sé que te casarás pronto. No dejan de murmurar por todo el edificio sobre una supuesta boda del año —Usó un tono chismoso—. Me invitas, ¿verdad? —Lisandra, todos en el edificio están invitados —rio—. Eso te incluye a ti. —Ra
Camilo había llegado al despacho de Rafael en la mansión, aprovechando que él estaba disponible ese día. Había conseguido a un vital aliado, uno que jamás creyó que obtendría. De hecho, quería hablar con Rafael sobre eso. Tocó. —¡Pasa! Abrió la puerta y vio que su jefe estaba solo, revisando varios documentos sobre el escritorio. —¿Recibiste mi mensaje? —He estado ocupado hoy, no he podido ni revisar el celular —resopló, cansado—. ¿Es muy importante lo que tienes para decir?—No sabes cuánto —Ladeó la sonrisa. Rafael tuvo que dejar el trabajo de lado, porque cuando Camilo le decía eso, era suficiente para prestar suma atención. —Te escucho. —Hay un excelente aliado que nos ayudará en nuestro objetivo, o bueno, en tu objetivo —expresó, sentándose frente a él—. Está esperando afuera. Quise obtener tu permiso antes de dejarlo entrar. —Antes de llegar a esa decisión, ¿de quién estamos hablando? —Frunció el ceño. —Víctor Miller. Rafael abrió los ojos. Se trataba del hombre que
—¿Cómo que el amante de Catherine ahora está de nuestro lado? —inquirió Mónica, quedó aturdida. Ella estaba junto a Rafael, recién se había bañado y era de noche. Victoria ya dormía en la habitación de al lado, eso significaba que estaban solos. La rubia terminó de vestirse con una bata casi transparente, sin brasier y con unas bragas negras que eran visibles. —Así como lo oyes. Créeme, será un buen aliado a la hora de actuar. —Es que… No me lo esperaba, sinceramente —murmuró, sentándose al lado de su prometido—. Por otro lado, últimamente hemos tenido mucho sexo, ¿qué buscas, Rafael? —sonrió con picardía.—Vaya, me has descubierto —La tomó de la cintura estando de lado—. Quiero hacerte un hijo. Plantó sus labios en un apasionado beso que la dejó con los ojos abiertos. Mónica se sorprendió, era algo inesperado, pues ya le había contado todo lo que tuvo que pasar para tener a Victoria. Mónica se sintió un poco inútil otra vez, porque no podía cumplir el deseo de un hombre. —Rafa
Mónica se había arreglado para ir a comprar el vestido, Lisandra quedó en acompañarla a la tienda dónde había comprado el suyo en el pasado. —¿Por qué no puedo ir? —preguntó Rafael, arrugando los labios. Se estaba despidiendo de su mujer en la entrada de la mansión. Elsa también quiso ir, pero Victoria no la dejó, así que tuvo que quedarse a cuidarla. —Dicen que es de mala suerte que el novio vea el vestido de la novia antes de la boda —respondió la rubia, con una risita.—Pienso que solo es un mito —bufó, abrazó a Mónica con fuerza. Inhaló el dulce aroma de su cabello, era un champú que olía a fresas. Se quedó así un buen rato, disfrutando de la calidez que le brindaba. Se sentía como un niño pequeño cuando estaba con ella. El auto de Lisandra apareció. Bajó el vidrio para saludar a la parejita. —Buenos días, lamento interrumpir, pero necesito llevarme a la novia con urgencia —bromeó, quitándose los lentes de sol—. Tenemos una misión importante. —Es toda tuya, Lisandra —Rafae
—Pues… Eso fue lo que me comentó. Mónica estaba sentada en el despacho de Rafael, le había contado lo que sucedió con Catherine el día anterior cuando fue a comprar el vestido. —¿Dices que David descubrió que trabajo con la mafia? —inquirió, alzando una ceja—. Mónica, no tienes de qué preocuparte. ¿Se te olvida que ese hombre me ruega cada vez que necesita dinero? —No es que me preocupe, pero David puede ser impredecible —resopló, decaída.—Hablaré con él —Se levantó, dispuesto a visitar el hogar de su enemigo. —¿Qué? ¡No! —Tú no tendrás problemas, si él estuvo investigando sobre nosotros, significa que sabe las consecuencias de ser descubierto —proclamó, acomodando su corbata—. Será rápido. Alguien abrió la puerta, interrumpiendo el ambiente tenso que se había creado. Alejandro cruzó el umbral con aires de grandeza, tenía buenas noticias. —El salón privado dónde se hará la boda está listo —informó. —Papá, todavía faltan cuatro días. —¿Por qué tienen esas caras? ¿Interrumpí s
Mónica se vio una última vez en el espejo, Elsa la acompañaba y tenían que salir de la mansión. Estaba lista, bella y emocionada por su boda. El vestido blanco la hacía ver como una princesa, porque le agregaron piedras preciosas en la parte del torso. Ella quería llorar, pero no iba a arruinar el maquillaje que le hizo la estilista profesional que se fue hace rato. —Oh, Mónica —Elsa no contuvo las lágrimas. Sollozó, como no se echó rímel, no le importó llorar. Abrazó a su querida amiga y jefa, la que conoció por obras del destino y vio cómo olvidó a su antiguo amor, para darse la oportunidad de conocer a alguien mucho mejor. —¿Me veo bien? ¿No me falta nada? —interrogó, mordiéndose el labio—. Papá debe de estar afuera esperándonos. Él me llevará al altar. —¿Que si te ves bien? ¡Te ves increíble! Por Dios, eres la novia más hermosa que he visto en mi vida —chilló, secando sus lágrimas—. Si no fuera heterosexual, sin dudas me enamoraría de ti. —Ay, Elsa, no exageres —refutó, en u
Alejandro estaba esperando justo en la puerta principal del salón privado que alquiló para su hija. Había un camino lleno de rosas que se adentraba hacia el altar dónde Rafael estaba esperando. Su hija bajó del vehículo con ayuda de su viejo amigo, Miles. Él se la entregó a su padre, quién la veía con una orgullosa sonrisa. —Mi niña, estás preciosa —comentó. —Gracias, papá —Agradeció—. ¿Y Victoria? —Está lista para llevar a cabo su papel esta tarde —informó. Mónica se aferró al brazo de su padre y ambos se voltearon con la intención de entrar, pero esperaron un rato, mientras los otros tres se adelantaron para ir a sus puestos. —Estoy nerviosa, papá. —Es normal, te vas a casar por segunda vez —bromeó—. Y esta vez, yo estaré presente, como siempre tuvo que haber sido. —Nunca imaginé que mi verdadero padre me trataría muchísimo mejor que mis dos adoptivos, que en paz descansen —comentó ella, nostálgica—. Y eso que fui su única hija. —No pienses en el pasado, querida. Ahora lo i
Los recién casados fueron al lugar del banquete, que quedaba en ese mismo salón, pero cruzando por una puerta. Era una habitación mucho más amplia con mesas decoradas con un mantel blanco y liso. Las flores estaban por doquier. Las sillas eran de madera, con una tela acolchada que daba un resultado cómodo. Los invitados ya estaban en su respectivo lugar, mientras los novios acudieron a la pista de baile. Dejaron a Victoria junto a Elsa. —Este lugar es precioso —comentó la rubia, dejándose llevar—. Me siento en un cuento de hadas. Rafael tomó su cintura, la música empezó, era una melodía delicada, digna de un vals lento. —Tu padre tiene buen gusto. —Es verdad, él fue el que te ayudó a organizar todo esto, ¿verdad? —Así es. —Por cierto, ¿cómo haremos con la luna de miel? —preguntó, intrigada. —Dejaremos a Victoria con su niñera, ella entenderá que sus padres deben irse de viaje juntos —sonrió, bailando lento. —No hace falta salir del país. Estaré bien con pasar unas noches en