Las manos de Cassandra temblaban mientras sostenía la prueba de embarazo. Su corazón latía desbocado, como si fuera a salírsele del pecho en cualquier momento. —Lo sabía… —susurró, con la voz quebrada por la angustia, en el interior del lujoso baño. Sus ojos dorados se llenaron de lágrimas que amenazaban con desbordarse. Clack~ Tras el sonido de la puerta del baño al abrirse. Frente a ella, la alta figura de Marco Fiorentino, su mejor amigo de la infancia, aguardando con una ansiedad notable. —¿Y? ¿Negativo o positivo? —le preguntó, sin poder ocultar su impaciencia. Necesitaba saber la verdad. El rostro de Cassandra lucía pálido, y las lágrimas brotaron de inmediato, deslizándose por sus mejillas. —Positivo… —murmuró, con un hilo de voz apenas audible. No sabía cómo sentirse, ahora que lo había confirmado. Estaba abrumada, aterrada, sin saber qué pensar, qué hacer, qué decir. Un bebé, otro bebé más de Angelo Fiorentino… ¿Cómo iba a afrontar esta situación? Marco tamp
Angelo clavó sus afilados ojos azules con frialdad en su primo. —¿Y qué diablos se supone que haga, Marco? Ella me tendió una trampa, me drogó, se metió a la cama conmigo y… Fue su primera vez. De esta no me saldré a no ser que renuncie a todo. —¿Y qué hay de tu amor por Evelyn Black? ¿No me habías dicho que pensabas confesarte y querías algo serio? ¿O ella es solo un capricho pasajero? Angelo esbozó una pequeña sonrisa indescifrable. —¿Crees que Evelyn vale que lo pierda todo? Me he esforzado. He sido criado desde que tengo uso de razón para ser el cabeza de los Fiorentino. ¡Nada ni nadie vale que lo pierda! —Angelo se acercó y le dio una palmada en el hombro a Marco—. Tú no lo entenderías, primo. Siempre has vivido en libertad. Cassandra será mi esposa. ………. ✧✧✧ En la actualidad. ✧✧✧ —Aquí está su nuevo teléfono señor Fiorentino —dijo uno de los hombres que trabajaba para ese CEO. Angelo lo tomó y guardó en el interior de su oscuro saco. Ese hombre tenía una expresión de l
—El bebé que tendré, es tuyo —recalcó Cassandra. Las palabras de esa mujer resonaron en la mente del CEO Fiorentino. En cuestión de segundos, él se alejó de ella, bajando bruscamente de la cama de la suite. Cassandra comenzó a sentarse lentamente, sintiéndose un poco mareada. Ni siquiera había terminado de incorporarse cuando Angelo la tomó del brazo y la jaló con fuerza. —¡Ay! ¡Ten cuidado! ¡Me haces daño! —gritó ella, ahora de pie, obligada por ese hombre alto que comenzó a caminar hacia la salida sin soltarla. —¿Te realizaste una prueba de embarazo? —preguntó Angelo. Cassandra arqueó una ceja. "¿Así que… me ha creído?" Pensó ella un poco más tranquila. —Sí. La hice… Me compré una en la farmacia —respondió la mujer rubia de inmediato. —Eso no es suficiente. Iremos a la clínica de un amigo. Está cerca —dijo Angelo, sin aceptar objeciones. —Está bien… —susurró Cassandra, viendo fijamente a ese hombre. Fue entonces que ella recordó las palabras de Marco, antes de tom
—¡¿Quién más?! —se exaltó Angelo hablando por teléfono con Antonio—. ¡ELLA DESAPARECIÓ todo el día!, luego… ¡VOLVIÓ POR SÍ MISMA! ¡ME DICE QUE ESTÁ EMBARAZADA! ¡¿Y sabes qué es lo peor?! ¡¡LO ESTÁ!! —Angelo. Cálmate, ¿qué es todo ese sonido ambiente tan estresante? ¿Dónde estás? —Estoy conduciendo. Voy a la villa. —¿Si?, espero que al menos estés sobrio —le recalcó Antonio, en su tono de voz, era notable la preocupación. —¡¡Qué más da eso!! ¡Te juro que tuve que contenerme y no sé cómo diablos lo logré! —¿Pero cuál es el problema?, el hijo es tuyo, ¿no? —Según el aproximado de la concepción, sí. En ese tiempo ella estaba en la mansión. —¿Y no quieres más hijos?, hazla abortar y se acaba el maldito problema —dijo Antonio con aburrimiento. —¡NO DIGAS ESTUPIDECES! ¡¿Qué clase de amigo dice algo así?! ¡El problema no es el maldito embarazo! ¡No me importa si me tiene diez hijos, si son todos míos, los aceptaré!, el punto es… ¡SE REUNIÓ CON MARCO Y SÉ QUE VA A INTENTAR HUIR
—¿Qué? ¿Otra vez con eso, Angelo? —preguntó Cassandra, frunciendo el ceño mientras se acercaba al escritorio del CEO. ¡PUM! Con un golpe, apoyó las palmas de sus manos sobre la superficie, sus ojos dorados brillando con furia. —¡NO LAS HE VISTO! ¡¿Vuelves a decirme que esto seguirá así?! Angelo, sentado con las piernas cruzadas, exhaló lentamente, mostrando una expresión de aburrimiento que resultaba casi insultante. —¿Realmente pensaste que después de verte con Marco, te dejaría volver a ver a mis hijas, Cassandra? Las manos de Cassandra se convirtieron en puños apretados. Intentó controlar su rabia, pero esa resolución se desvaneció en cuestión de segundos. Ella caminó alrededor del escritorio, girando la silla de Angelo para enfrentarlo directamente. —¡MARCO NO ES MI MALDITO AMANTE! ¿ACASO NO ERES TÚ MI ESTÚPIDO AMANTE? ¡ME TIENES HARTA CON TUS CELOS INFUNDADOS! —Cassandra se inclinó hacia él, sus manos aferrándose al cuello del elegante saco que él lucía, mientras
Angelo se quedó en silencio, su mirada fija en la pantalla de la computadora. Las palabras de Cassandra resonaban en su mente, como un eco que no podía ignorar. Abrió el cajón con clave de su escritorio, sacando un sobre que contenía las fotografías de Marco y Cassandra juntos, en momentos que nadie debería haber presenciado. —¿Escuchaste la advertencia que te di? ¡No! ¡Por supuesto que no lo hiciste! —dijo Antonio con desdén, viendo cómo Angelo revisaba las imágenes. —Son falsas —respondió Angelo, aunque su voz tembló un poco. —Apuesto a que si investigamos, podemos encontrar al responsable. Fue la loca de Madeline quien te las dio, ¿no? Los ojos azules de Angelo recorrieron las fotografías con atención. Antes, apenas había podido mirarlas. El odio hacia Cassandra y la traición de Marco lo habían cegado, pero ahora, cada imagen parecía perforar su corazón. —Es cierto… Están demasiado bien hechas. El diseñador debió estudiar cada detalle: medidas, tonos de piel, tipos de lu
Esa noche en la mansión Fiorentino. Cassandra se encontraba en el baño de la habitación del señor Fiorentino, el vapor del agua caliente envolviendo el ambiente mientras se preparaba para disfrutar de un descanso… Bueno, al menos eso intentaría. Después de todo, no estaba segura de descansar cómoda en esa habitación. Esa misma en la que vivió siendo la señora Fiorentino, cinco años atrás. La mujer rubia se deslizó bajo el chorro de agua tibia, que caía como un manto sobre su piel. Ella cerró los ojos, permitiendo que la calidez del agua envuelva su figura esbelta y ejercitada. Apoyó su mano derecha en su vientre. —Un bebé más… Susurró para sí misma, una pequeña sonrisita curvando sus labios. De repente, un sonido la sacó de su trance: Clack~ la puerta del cuarto de baño, se abrió con un suave crujido. Angelo, con su presencia imponente, se detuvo bajo el marco de la puerta. Su alta figura apoyándose al pilar derecho. Cassandra, aún con el agua resbalando por
La mirada de Angelo nunca se apartó de la de Cassandra. Con cada prenda que caía, su confianza se volvía más evidente, más intimidante. —Recuerda que eres mi amante —dijo con frialdad—. Aceptaste eso sin problemas esta mañana en la oficina. Y, por cierto, tenemos un contrato. Cumple. Cassandra sintió cómo una mezcla de deseo y rencor se agitaba en su interior. —No soy solo una amante —respondió, su voz más suave pero aún desafiante—. Soy la mujer que… Angelo se acercó, eliminando cualquier distancia entre ellos. Ella guardó silencio, incapaz de articular sus pensamientos mientras él se mantenía semidesnudo frente a ella, su piel tocando la suya, acelerando el latido de su corazón. —Eres lo que quiero que seas —susurró ese italiano, inclinándose hacia ella, sus rostros tan cerca que podía sentir su calor—. Así como debes darme lo que quiero cuando lo deseo, sin rechistar, como ahora… —dijo, mientras su mano levantaba la pierna izquierda de Cassandra apoyándola en su cadera