La luz del sol se filtraba a través de las hojas de las pequeñas palmeras que adornaban la elegante terraza. El viento dejaba a su paso el aroma de flores tropicales que florecían en el jardín cercano. Cassandra Brenaman se encontraba ahí, atrapada entre el esplendor del entorno y la intensidad de la presencia del señor Fiorentino, su ex. El sol iluminaba la figura imponente de ese atractivo italiano, mientras su mirada fría y penetrante la mantenía expectante… ¡Era claro que ese hombre no la dejaría ir! Aún viendo el cuerpo de ella lastimado, él pensaba únicamente… EN SÍ MISMO. Angelo se inclinó hacia Cassandra aún más, la sombra de su alta figura proyectándose sobre ella. —Quiero algo distinto —dijo ese CEO, su voz un susurro lleno de firmeza, uno que confundía a Cassandra—. Te haré disfrutar como nunca antes, ni siquiera recordarás cómo te lo hacía Marco. Cassandra sintió un rubor intenso en sus mejillas al escuchar ese nombre. La comparación la incomodaba. Nunca ha
—Tú, eres un… —dijo ella, entrecerrando los ojos, intentando controlarse, se repetía mentalmente: "debo tomar el control, no dejar que él me controle"— Sí, me dolió, pero… Solo un poco. Angelo comprendió de inmediato lo que ella intentaba hacer. —Parece que no eres tan tonta como pensé, sabes que si te dejas llevar, seguro lo disfrutarías mucho más, en lugar de pasar quejándote y poniendo a prueba mi paciencia —sugirió él, su voz imponente y engreída, sus manos sobre las caderas de buen tamaño de esa mujer, él comenzó a levantarle la falda. Cassandra sintió la brisa de la mañana ingresar entre sus piernas, una extraña combinación con el calor del cuerpo de ese hombre que la acorralaba. Estaban en lo más alto de esa mansión, nadie los podría ver, aún así… Se sintió incómoda. En su vida, Angelo fue el único hombre que la tocó, y no porque Cassandra no tuviera pretendientes de sobra. Simplemente, ella lo amaba, un amor que fue intenso, un amor drástico, infantil y muy posesi
La rayos del atardecer se filtraban através de los cristales de la terraza, bañando con su cálida luz naranja el interior de la elegante zona de estar. Cassandra, desnuda y cubierta solo por la tela blanca de un mantel, se encontraba con su mirada perdida en la nada, sentada en un sillón largo color blanco. Angelo Fiorentino, se terminaba de abrochar la camisa manga larga, con movimientos rápidos. Sus ojos, azules y penetrantes, se posaron en ella de reojo. —Descansa el resto del día. Hoy no verás a mis hijas —le informó ese hombre, su voz fría, no aceptando debatir el tema. La sorpresa recorrió el cuerpo de Cassandra como un escalofrío. Se levantó de inmediato, sus piernas aún temblorosas. —¿Por qué?, pensé que no tenían a alguien que las ayude hoy… —preguntó, su voz temblaba, deseaba ver a sus hijas, su corazón dolía al saber que no podría, sobre todo después de creerlas en peligro. —¿No es obvio? —replicó él, con un tono que la tomaba por tonta—. Luces un desastre.
—¿No estará? ¿Qué pasó? —le preguntó Cassandra al mayordomo, esperando saber de Madeline. —La señora Fiorentino simplemente salió. Los detalles no los puedo revelar —dijo Robert con una expresión imperturbable. —Ella fue la culpable, ¿no es así? —creyó Cassandra de inmediato—. ¡¿Esa mujer fue la que causó todo, verdad?! ¡¿Por qué otra razón se iría una semana después del accidente?! ¡¿Angelo la tenía cerca para torturarme y ahora la echa?! ¡Está claro que hizo algo que lo enfureció lo suficiente! ¡Lo conozco! El mayordomo exhaló, su expresión continuaba seria. No le diría nada a Cassandra, sus labios sellados como tumba, por respeto a su señor. Clack~ El sonido de la puerta, avisando que esa rubia quedó completamente sola, resonó en toda la terraza. —¡¡¡M@LDITA!!! ¡M@LDITA DESGRACIADA! ¡Cassandra estalló de ira! ¡¡CRAAAAANK!!¡Ella aventó con fuerza el frasco del ungüento que sostenía en sus manos, contra la mesita de cristal! —¡No le bastó inventarse pruebas falsas para que
✧✧✧ Tres días después. ✧✧✧ El sol de la mañana iluminaba a través de los frondosos árboles, creando un hermoso juego de imponentes sombras y pequeñas luces sobre el césped bien cuidado en el jardín este de la mansión Fiorentino. Arbustos floreados de distintas tonalidades adornaban los alrededores, un ambiente fresco y agradable que era llenado por el cántico de los pajarillos y el sonido de las ramas meciéndose al compás del viento. Cassandra se acercaba con una bandeja en sus manos que contenía la merienda de las gemelas, a una distancia considerable sin interferir en el ambiente unos guardaespaldas y una sirvienta vigilaban a las niñas. Al acercarse a Cristal y Clara, Cassandra notó que la calma del jardín había sido interrumpida. Ahí, en la suave hierba, cerca de las pequeñas y coloridas bicicletas, estaban Cristal y Clara, las gemelas Fiorentino. Clara, la más pequeña, estaba sentada en el suelo, con lágrimas en los ojos y la cara roja por el llanto. Cristal, la
Cassandra, con el corazón latiendo con fuerza, respiró hondo y dijo: —Quiero pedir permiso para llevar a las gemelas a la salida semanal que siempre tienen. Angelo frunció el ceño, viéndola como si fuera tonta. —¿Te has vuelto loca? No permitiré que salgas con mis hijas. Cassandra sintió que su cuerpo temblaba ante la presencia fría e imponente de ese CEO, pero la determinación brilló en sus hermosos ojos dorados. —Ellas lo están necesitando, Angelo. Necesitan un respiro de esta tormenta de emociones a su alrededor… Y tú sabes que digo la verdad… Angelo arqueó una ceja, como si no entendiera en lo absoluto lo que decía la rubia, para él, sus hijas tenían una vida perfecta. —Cancelaré la salida de ellas. Con una semana que no salgan, no se van a morir. El ambiente en la oficina de inmediato se volvió tensó. Cassandra hizo sus manos en puños, y clavó su mirada llena de indignación en ese hombre. —¡TIENES QUÉ! ¡Ellas estaban llorando porque su supuesta "madre" está desa
La limusina se detuvo en la marina exclusiva donde se ubicaba el Yate del señor Fiorentino, el sonido de las gaviotas se entrelazaba con el aroma del mar, el viento agitando el cabello rubio de esa mujer y sus hijas que bajaron del vehículo. En ese instante, un lujoso auto se acercó, y de él emergió Antonio Rossi, con una elegancia casual en su atuendo de tonalidades claras. El hombre italiano, con una sonrisa amplia y amistosa, se acercó a las niñas, saludando con entusiasmo. —¡Pequeñas! —exclamó Antonio, acercándose—. ¿Listas para un día de playa? —¡Sí! —dijeron las niñas al unísono. Cassandra sintió un escalofrío. Cuando la mirada de ese hombre se clavó en ella por un instante. Sabía que Angelo desconfiaba de ella, pero no que creyera incluso más en ese hombre, cuya aura escalofriante atemorizaría a cualquiera. Mientras Antonio dirigía a las gemelas que avanzaron delante de ellos, Cassandra sintió un tirón en su brazo… Era Antonio. Que se inclinó hacia esa mujer rubi
—¡Clara! ¡¿Qué hiciste?! —gritó Cristal molesta, a la vez que sacudía la arena de su traje de baño de colores—. ¡Ya me aburrí! ¡Ya no jugaré a esto! ¡Quiero ir a surfear! Cassandra, sorprendida, la miró fijamente. —¿Surfear?, Ustedes no saben de eso… Y no hemos traído tablas; no puedo guiarlas en algo tan peligroso —respondió Cassandra, la preocupación marcando su voz. ¡Por supuesto que las niñas no sabían algo como Surfear!, pero al menos, sí nadar. —No sé hacerlo, pero puedo pedirle a papá que busque un nuevo instructor para que me enseñe. ¡Ahorita, quiero nadar con él! —dijo Cristal, corriendo hacia Angelo. —¡Cristal, espera! —la intentó detener Cassandra, algo que fue inútil. La adorable mini silueta de la niña en bañador con sandalias, trencitas y un sombrero playero, se iba haciendo cada vez más pequeña conforme se alejaba hacia su padre. Angelo, que estaba reclinado en una silla de playa, revisando su tablet, con gafas oscuras, como si el mundo a su alrededor no exi