Mariela: Dos meses antes: Mallorca: El resort y la playa están llenos de lujos, y se ve de lejos que aquí solo viene gente monstruosamente rica. Miro a través de la ventana de cristal, ya que no es una vista que aburra y me desconecto de la realidad por un momento hasta que tocan a la puerta y entran encargadas trayendo perchas rodantes llenas de prendas masculinas. La última trae también ropas de mujer, y me paralizo al notar que son todas Chanel, Dior y Lui Vuitton. —Escoge lo quieras, no puedo permitir que mi esposa ande mal vestida, eso me haría quedar mal —ordena Augusto, eligiendo lo que se va a poner. Las cosas están pesadas, si antes me sentía culpable por como se dieron las cosas, ahora más. Todo el mundo sabe que yo espiaba para Yunior y las miradas de odio me siguen dónde quiera que voy, e igualmente los comentarios malintencionado. Tomo los tres trajes de baño, no me importa si los usaré o no, ya que ele ha obligado a venir no tengo más remedio que cooperar. É
Mariela: Se mete el móvil en el bolsillo del pantalón, mirándome con mala cara. —¡Samuel! Su guardaespaldas entra. —Avísale a todos que en los próximos días no estaré disponible para nadie. No estoy aquí por diversión, vine a reunirme con socios de negocios. Vuelvo a preguntarme para qué me trajo entonces. Si va mantenerme encerrada aquí, bien podría haberme dejado en Madrid, realmente no le faltan los matones para ello. —Me llevaré a un grupo de hombres conmigo, tú encárgate de mantener custodiada a mi mujer. Y te lo advierto, reunión que me interrumpan lo pagarán con creces. Llámame solo si es una emergencia —se larga. El enojo hace que me arda la garganta. Samuel se queda con la mano en en el pomo de la puerta, mirándome con una clara expresión de lástima. —Venga conmigo, Señora. Iremos a por unas bebidas y luego la traeré de buelta. ¿Le parece?—intents sonreír, pero me sale una mueca de incomodidad —. Imagino que no querrá quedarse encerrada. Yo asiento. Siguiéndolo
Augusto: Viktoria desliza su mano por mi pierna, y yo ruedo los ojos, molesto. — Ya dije que no.— mascullo. Ella hace un puchero y se retira, recuperando su asiento. — Es evidente que no es el tuyo, hermana.— comenta la rubia subida sobre las piernas del árabe. Ella y su esposo parecen incapaces de dejar de tocarse y besarse uno al otro. La expresión de Viktoria se torna aún más ácida, el mesero me llena el vaso de vodka otra vez. —Más—exijo, bebiendo todo de un trago, y le ordenó que lo deje hasta el borde, bebiendo de nuevo. Tengo que tragarme esto varias veces para ver si logro perder el sentido, no he parado de beber desde que llegué y ya he tratado botella tras botella como si eso fuera a apagar la rabia que me quema por dentro. Este club y este puto hotel son míos. Pertenecen a la organización. Aquí no se atrevería a entrar ningún enemigo, porque hasta la gente que baila como posesos son mis lacayos. El árabe y su mujer conversan por lo bajo, mientras que Viktoria
Augusto: Me suelta otro bofetón cuando me le acerco, y aprieto sus muñecas en mis manos, zarandeandola para ver si así se le baja un poco la borrachera. Con todo, intenta patearme, mientras yo me deleitó rozando mi la tela del pantalón que oculta mi adolorida verga, contra la tela de su tanga. —Un golpe más y te la encajo…zorra. Me da un cabezazo, y río por lo bajo. Porque no podrá decir después que no se lo advertí. Soy un torbellino de actividad, llevándomela contra la pared, rompiendo su sujetador y destrozando sus bragas. Metiendo mi mano entre sus piernas para encontrarla hecha un río de ganas, y caliente como el mismo infierno y ella se retuerce, pero entonces, en vez de luchar se lanza sobre mi a morderme la boca y a chuparme los labios, con desesperación. En lo que trato de abrir la cremallera de mi pantalón al menos, para poder... Su piel se enrojece con mis apretones , y chupetones y mordidas. Le abro las piernas deleitándome en la vista que me ofrece su precioso
Presente: Mariela: — Es un gusto tenerle por aquí señora Cuéllar. Que bueno que ha recapacitado y decidió conservar su embarazo. ¿Es este su marido?— interroga la doctora. — Augusto Cuéllar, el placer es todo mío.— murmura él, estrechando la mano de la doctora. Noto al momento como la mujer se sonroja, y comprime sus labios nerviosamente. Ruedo los ojos. Sí, sí, lo sé. El cabrón es hermosísimo, pero es una bomba de tiempo. — Pasemos a la consulta.— ofrece la doctora.— señor Cuéllar, quédese aquí. Esta primera parte debe ser privada, ya que es el examen físico de su mujer. — No hay nada de ella que halla visto ya.— anuncia él, tercamente. — De todos modos, le prohíbo pasar. Cuando hagamos el ultrasonido, entonces podrá unirse a nosotras.— farfulla ella, cerrandole la puerta en la cara. * * * * — Es usted realmente afortunada Mariela.— Susurra la doctora mientras yo me visto.— rara vez se interesa tanto unarido por el brazo de su mujer, al punt
Mariela:—Me acaban de contactar, al parecer hay una persona interesada en invertir en el centro.— murmura mi secretaria. —¿De verdad?—me apresuro a tomar nota—¿Cuándo te llamaron y qué te comentaron?—Solo tomé los datos. Esta es la tarjeta que dejaron con el número de teléfono. Me sugirieron que concertaras una cita por WhatsApp. —¿Por quién pregunto?— No lo sé. No me dijeron.Cuelga sin decir más. Desde la ordenador , Tecleo con rapidez , para hacer una búsqueda de la empresa en internet.¡Gracias a Dios!Es una multinacional, que se dedica a patrocinar deportistas. Leo en detalle las sedes con las que cuenta, y elevo las cejas. Tienen presencia en casi todos los países del mundo.Agrego el número de contacto a mi móvil ideando cómo enviar el primer mensaje a la vez que trato de no imaginarme que lidiaré con algún tipo con cara amargada y mal talante. Solo espero contactar realmente con el dueño, y no con alguna secretaria ácida.Este debe ser un hombre extremadamente impor
Mariela: El sitio que ha elegido para nuestro encuentro es uno de los restaurantes más exclusivos de todo Madrid. Al llegar, recuerdo que no me ha dicho su nombre y me siento tonta, porque no sabré como buscarlo entre los concurridos comensales. — Buenas noches, señora. ¿ Su nombre por favor?— me interroga el maitre. Un nudo se apodera de mi garganta. — Mariela... ¿Mariela Martin?— susurro. El maitre me mira elevando una ceja, pero consulta su libro de reservaciones y sonríe. — Venga por aquí, señorita Martin, la esperan en la mesa trece. Una encargada se acerca, tomando mi abrigo y guardandolo, y luego me conduce por entre las mesas, hasta indicarme el lugar en el que me esperan. Me tenso al instante, y siento como toda la sangre abandona mi rostro. Porque no es un hombre con quién he de lidiar para conseguir el patrocinio. Ya que quien está sentada a la mesa, no es otra que la rubia rusa. La tal Viktoria me espera. Viktoria: En cuanto me ve, toma una postura tensa
Augusto: Una semana después: Luego de lo del bombazo en Bulgaria, los clanes nos están cazando, quieren poseer lo que le quitamos al Volka, pero se les olvida que en España solo hay un líder. El armamento se está moviendo a otro de los escondites, los Ivanov se están encargando de todo. Mariela descubrió el último y por ello es necesario trasladarlo. La prisión a la que me enviaron es un sitio terrible. Constantemente están torturando a alguien y sus gritos los transmiten por los altavoces. Me mantengo tranquilo en mi celda. Tío Marcos ha sido suficientemente amable como para otorgarme una solo para mí. Sin embargo, me recomendó mantener un perfil bajo porque por ahora no es bueno que me destaque entre los convictos. Dedicó el tiempo a leer y ejercitarme, porque ponerme a pensar solo me lleva a recordar lo que ella me hizo y aunque por ahora, estar oculto aquíe favorece, aún me duele su traición. Sé que ella y nuestro bebé están bien custodiadas en Estados Unidos, y eso me d