Berlín, AlemaniaEmiliaEl primer disparo suena como un trueno dentro de la mansión. Estoy en la biblioteca, hojeando un libro sin leerlo, cuando el estruendo retumba en las paredes. Me congelo en mi asiento, sintiendo el escalofrío recorrer mi espalda. El segundo disparo es más cercano. Luego otro. Y otro más.Los gritos de los hombres de Viktor llenan el aire. Un estruendo se oye desde la entrada, y entonces los disparos se multiplican. Me pongo de pie de golpe, dejando caer el libro al suelo.Algo está mal. Muy mal.Salgo de la biblioteca con el corazón en la garganta, pero apenas pongo un pie en el pasillo, el caos me golpea en la cara. Hay un tiroteo desatado en el vestíbulo. Los hombres de Viktor están disparando desde la escalera, cubriéndose detrás de los muebles, mientras otros hombres, hombres que no reconozco, avanzan con armas largas y chalecos antibalas.Un cuerpo cae al suelo, la sangre salpicando el mármol blanco. Un grito se ahoga en mi garganta.—¡Se metieron en la ma
Berlín, AlemaniaViktorEl rugido de los motores llena el aire, resonando en la noche como una sentencia de muerte. Mis hombres y yo avanzamos como un enjambre de sombras, moviéndonos con precisión letal hacia la mansión de Reinhard Schäfer. No hay espacio para la duda, no hay lugar para la piedad. Solo hay una misión: recuperar a Emilia y hacer que paguen con sangre por haberla tomado.Mi mandíbula está tan tensa que siento que mis dientes podrían romperse. Mi cuerpo aún carga el cansancio de la batalla anterior, pero mi mente se mantiene alerta, afilada como un cuchillo. La furia y la sed de venganza me mantienen en pie. No hay otra opción. No hay otra salida. Es ahora o nunca.Henry, sentado en el asiento del copiloto, me mira con el ceño fruncido. Lo conozco lo suficiente para saber lo que está a punto de decir antes de que siquiera abra la boca.—Viktor, esto es una locura. Necesitamos más hombres. No podemos lanzarnos a un ataque sin pensar…—Cállate.Mi voz es un gruñido, un fi
Berlín, AlemaniaEmiliaLo veo delante de mí con esa expresión tan salvaje e indómita que me provoca mariposas en el vientre. Sabía que vendría por mí, lástima que lo haya arruinado al no ser honesta con él. Cualquier oportunidad que pudimos tener quedó se ha acabado, porque cuando él sepa la verdad, no querrá saber nada de mí. Viktor levanta el arma en dirección a mi padre y no me queda de otra que gritar: —¡No lo hagas!Mi voz sale más fuerte de lo que esperaba, más desesperada, más rota.Viktor no me mira. No parpadea, no respira, no tiembla. Su mano se mantiene firme en el arma, su dedo peligrosamente cerca del gatillo, y sé que está a un segundo de jalarlo. Sé que lo hará. Sé que Reinhard Schäfer está a un suspiro de la muerte, y aunque una parte de mí debería sentir alivio, lo único que siento es miedo.No por mi padre. Por Viktor.—¡No es su culpa, es mía! —digo con rapidez, temiendo que cada segundo sea el último.Reinhard suelta un resoplido divertido, como si toda esta sit
Berlín, AlemaniaViktorObservo con detalle al hombre que, de pie delante de los que estamos reunidos, se atreve a decirme que mi cargamento se ha perdido. Más de un millón de dólares en mercancía de contrabando ha desaparecido sin explicación aparente. —¿Me estás diciendo que se desvaneció? —inquiero. El hombre se pone rojo bajo mi escrutinio, espero que mi mirada lo disuada de responder algo que no quiero escuchar, pero no es tan sabio como pensé. —No la encontramos, señor.—Sabes lo que eso implica, ¿no? —Lo sé y acepto mi destino —murmura con tono derrotado. —La muerte no siempre es la solución —irrumpe otro de mis colaboradores. El fuerte sonido de mi vaso de whiskey cayendo con fuerza sobre la mesa de madera resuena en la sala de reuniones. El cristal se desliza apenas, la bebida tiñe la madera, pero nadie se atreve a moverse. Todos están tensos. Atentos. Solo espero una respuesta.—¿Eso es todo? —Miro al hombre al otro lado de la mesa, su nombre es Rainer, y hasta hace un
Berlín, AlemaniaViktorEl dueño —no tan dueño—, del bar regresa, pero esta vez su rostro es más tenso. En su ausencia, aproveché para preguntarle a Konstantin, su nombre, se llama Hans Keller, es un hombre regordete, de cabello ralo y mirada astuta. Su traje barato está empapado en sudor.Se para frente a mí, retorciendo las manos.—Señor Albrecht… —traga saliva— Me temo que no puedo vendérsela.La presión en mi mandíbula se intensifica. —¿Disculpa?—Ya hay una subasta programada para esta noche —explica con un tono servil—. Emilia es el «objeto» principal. Los asistentes están esperando… Y, bueno, no puedo retractarme ahora.Mi sangre se enfría. Una subasta. Aprieto la mandíbula. Claro, eso explica por qué está vestida con este ridículo conjunto que apenas cubre su cuerpo y también el motivo por el que la pusieron a trabajar en el bar. Ya tenían un plan para ella.El impulso de sacar mi arma y volarle los sesos a este cerdo es tentador, pero en lugar de actuar con impulsividad, me r
Alemania, BerlínViktorApenas cruzamos la puerta del club, siento cómo Emilia tira de su mano, intentando soltarse de mi agarre. Al principio no le doy importancia; la mayoría de las mujeres que han pasado por mi vida han jugado al mismo juego. Una mezcla de desafío y miedo, solo para acabar rindiéndose.Pero Emilia es diferente.Su tirón se convierte en un empujón lleno de fuerza y determinación. Tan repentino que me toma por sorpresa, haciéndome soltarla.—¡Maldita sea! —gruño mientras tambaleo un paso atrás, observando cómo sale corriendo como un rayo.Por un instante me quedo congelado, incapaz de creer lo que acaba de hacer. ¿Me empujó? ¿A mí? ¿Acaso no tiene aprecio por lo que acabo de hacer?—¡Atrápenla! —grito a mis hombres, señalando la dirección en la que huyó.Ellos reaccionan al instante, esparciéndose por las calles oscuras como sombras en la noche. Pero no pienso dejarlo en sus manos.Esta cacería es mía.Comienzo a correr, zigzagueando entre los callejones de la ciudad
Berlín, Alemania Viktor El insistente sonido del teléfono me arrastra de golpe fuera del sueño. Mi mandíbula se tensa al oír el timbre resonar por tercera vez. Con un gruñido bajo, extiendo la mano y alcanzo el celular sobre la mesita de noche, sin mirar el identificador.—¿Qué? —gruño con voz áspera, pasando una mano por mi rostro para despejarme.Apenas y pegué el ojo anoche. No es de extrañar que ya tenga mal humor.—Viktor, tienes que escucharme. —La voz de Konstantin suena seria, más de lo habitual, y eso no me gusta.—¿Sabes qué hora es? Esto más te vale ser importante —respondo, aunque su tono ya me advierte que lo es.—Lo es. Encontré lo que me pediste sobre Emilia. Pero no te va a gustar.Mi cuerpo, todavía relajado por el sueño, se pone tenso de inmediato. Me incorporo en la cama, el corazón latiendo más rápido de lo que debería. Konstantin no es del tipo que exagera o dramatiza. Si dice que no me gustará, es porque realmente no me gustará.—Habla —le ordeno, mi tono ahora
Berlín, Alemania Viktor El vaso de whisky descansa en mi mano, las yemas de mis dedos rozan el cristal mientras el líquido ámbar gira con lentitud. Una distracción inútil. El alcohol nunca ha sido la respuesta, pero al menos me mantiene en el límite entre la razón y la locura.Las palabras de Konstantin siguen repitiéndose en mi mente. «Es la hija de Reinhard Schäfer». Es como un eco constante e implacable. Una verdad que no esperaba, y mucho menos una que tuviera que manejar bajo mi propio techo.Schäfer. El hombre que arruinó mi infancia. El hombre que destrozó mi familia y convirtió mi vida en un infierno de muerte y venganza. ¿Y ahora? Su hija está aquí, en mi casa, dormida bajo mi protección.El nudo en mi estómago se aprieta, como si cada fibra de mi ser estuviera gritando que haga algo al respecto, que la confronte, que la obligue a explicarme por qué demonios está aquí.Pero no.La impulsividad es un arma de los débiles.Si su padre la mandó a propósito, entonces tengo la ve