8. Una nueva familia...
Mariel no respondió. Caminaba en silencio, obediente, sin saber con certeza por qué estaba allí ni bajo qué condiciones.
— ¿Qué te parece? — preguntó Héctor, intentando romper el hielo.
— Es… lindo — susurró ella con voz temblorosa. Todo le resultaba nuevo y confuso.
— Me alegra que te guste. Pronto te llevaré a una habitación más bonita y tendrás más libertad. Por ahora, descansa aquí. Te traeré algo de comer — Cerró la puerta con llave, no por desconfianza, sino para protegerla de cualquier intromisión.
Mariel se quedó observando la habitación. Tocaba con cuidado la suave tela del cobertor, los muebles finamente tallados, los objetos delicados que jamás le habría sido permitido mirar siquiera, mucho menos tocar.
— ¿Libertad? — murmuró, repitiendo una palabra que le parecía ajena, casi imposible.
Recordó los años de su entrenamiento en la organización Zion, donde los niños eran convertidos en asesinos mediante torturas físicas y psicológicas. Allí no existía el descanso ni la compasió