Es él

Damián

—Necesito hablar con él.

El detective se rehúsa.

—No puedes aún, Damián, debes esperar.

¿Cómo puede decirme que debo esperar cuando ya he esperado demasiado?

—Voy a entrar, y no me importa su opinión. No vine hasta aquí, solo para ver que está ahí metido. Supongo que Franco y usted llegaron a un acuerdo, así que déjeme entrar.

Franco le lanza una mirada y el señor asiente.

—No puede tardar mucho. —Me indica la puerta.

Sin pensarlo, entro.

El muy desgraciado solo se ríe con esa expresión sádica que me causan náuseas.

—¡Al fin has llegado!

Tomo asiento frente a él.

—¿Quién te pagó para intentar hacerle daño a mi mujer?

Soy directo con mi pregunta, y de aquí no me iré sin respuesta.

—No sé de qué hablas.

Tomo aire, conteniendo las ganas de matarlo.

—¿Quién te está pagando? —vuelvo a preguntar.

—No sé de qué hablas. —Cierro mis ojos. Ya su rostro se ha tornado serio—. El que esté aquí no quiere decir que ella esté a salvo. Puedo volver a escaparme o alguien podría ayudarme a
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