Encerrada

Damián

Haberle dicho eso creo que fue un error. No quiero que se vaya. No puedo dejarla ir cuando me costó mucho tenerla conmigo.

«¡Carajo, carajo!».

Nunca había experimentado este miedo de perder a alguien, excepto a mi madre y mi hermana, hasta ahora que mis manos tiemblan por la simple idea de que ella se aleje de mí en realidad.

Si ella se va, mi mundo se viene abajo.

«¡Ay, no! ¿Qué carajos estoy diciendo? ¿Desde cuándo me he vuelto tan débil y tan sentimental? En serio comienzo a preocuparme por mí. Bajemos la guardia, Damián. Respira hondo, pausado y sin miedo a nada. Si ella se va, es su asunto, será quien se lo pierda. Sino es así, excelente, continuamos y ya».

No debe por qué afectarme tanto que una mujer se largue de mi vida. A fin de cuentas, hasta sería lo mejor, ¿o no?

Dejo de mirar el rostro de Antonella, que aún continúa impactada por mi decisión, aunque me encuentro en las mismas circunstancias que ella.

—¿De verdad me estás proponiendo eso?

Respiro profundo y asiento.
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