Capítulo 3

Brianna

Me levanto temprano como cada día, para compensar mi día de ayer con ejercicio. Me pongo un conjunto de pantalón y blusa cortos, ambos grises, unas zapatillas negras y recojo mi cabello en una coleta, algo de música, una toalla, agua, mi sudadera y bajo para gastar algo de energía.

Permanezco en el gimnasio una hora y media, ignorando miradas tanto de hombres como de mujeres, que sólo me enojan. Trotadora, spinning y algo de pesas sin tratar de exagerar en ello. Cualquier cosa parece buena en este momento para no pensar en él.

Esa cena de anoche fue cualquier cosa menos placentera. No entiendo qué pasó. Aún intento encontrarle sentido a todo lo sucedido. Un estúpido beso, sus manos dentro de mi vestido… Por más que intenté desquiciarlo para que intentara detener este absurdo, al ver que él no estaba más feliz con este matrimonio, pero todo se torció de una manera que no comprendo.

Lo que vi en su mirada no me gusto. Un reto.

—Hola hermosa chica borde —escucho que hablan cerca de mí, pero lo ignoro valiéndome de mis audífonos.

Necesito llamar a Any para enterarme de cómo están las cosas. Confío en el trabajo de Camille, pero nunca está de más el estar pendiente de tu propio personal. Al llegar a la recepción un cuerpo se me interpone impidiéndome en mi camino y miro al sujeto bastante irritada.

—Hola, hermosa chica borde —repite y retiro mis audífonos.

—¿Disculpa? —digo ocultando mi enojo.

Lo reconozco de ayer en el aeropuerto. Me alcanzó mi maleta, pero su ego de macho no resistió ser ignorado y ahora me llama borde por el simple hecho de no caer a sus pies. Idiota. Si Camelia estuviera aquí, seguro ya estuviera sobre el pobre hombre. Mi pobre prima tiene una estúpida debilidad por los hombres rubios y altos, tal como este. Creo que entra perfectamente en sus estrictos estándares, donde entran rubios, pelirrojos, castaños, pelinegros… Una larga y selectiva lista.

—Hola nena —reconozco esa voz a mi espalda y, como si estuviera parada sobre una fogata, el calor me invade desde mi estómago hasta invadir mi cuerpo por completo.

Dante toma mi cintura provocándome cosquillas y me gira hacia él. Lo siguiente que siento, son sus labios sobre los míos. Un casto beso que me pone una estúpida sonrisa, niego rendida cuando deja ver su arrogante sonrisa.

—Hola amor —susurro, apoyo mi mano sobre su pecho y amplía su estúpida sonrisa.

Dirige una fuerte mirada hacia el rubio, la misma que provoqué ayer para intentar manejarlo. Ruedo los ojos al recordar al sujeto que ha decidido acosarme en esta mañana.

—¿No nos presentas, cariño?

Me vuelvo hacia el rubio, pero Dante abraza mi cintura pegándome a él, acariciando mi cintura descubierta haciendo que me acalore aún más. Gracias al cielo no me puede ver.

—En realidad, no nos conocemos —contesta el rubio—. Tienes una novia muy hermosa, pero muy borde —concluye bastante serio y se va.

No estoy segura de lo que acaba de pasar aquí, lo único que sé es que necesito un baño, estoy asquerosamente sudada... Y necesito alejarme de este hombre. Empiezo a caminar hacia el ascensor cuando finalmente me suelta y siento las pisadas de mi estúpido prometido detrás de mí.

—Creí que no nos veríamos hasta esta noche —digo cuando entra al elevador detrás de mí.

—¿Te gusta atraer hombres, cierto?

Noto algo de rabia en su voz y muerdo mi labio para no reír.

—¿De qué hablas?

Giro para mirarlo. Parece que mi actitud lo exaspera. La verdad es que no me interesa si me miran o no.

—Te gusta tener a los hombres detrás de ti como si fueran tus malditos perros. Disfrutas la atención que te dan.

Este idiota ni siquiera me conoce, cómo se atreve a hablarme de esa manera. Como si fuera mi culpa si me miran o no. Respiro profundamente, decido no contestarle y conservar mi completo autocontrol. Las puertas se abren en mi piso y me dirijo a mi suite huyendo de éste imbécil.

—Te estoy hablando, Brianna —espeta—. No me dejes con la palabra en la puta boca.

¿Enserio me tengo que casar con este cavernícola?

Doy media vuelta y lo encaro, pero mi voz es la más monótona del mundo.

—No estás hablando, estás gritando. Además, ese sujeto se me atravesó... ¿A qué has venido después de todo?

Me mira, todavía enojado, y decido que lo mejor será hablar con mis padres acerca de esta estupidez. Ni por todo el dinero del mundo me voy a atar a un sujeto tan idiota como este. Ruedo los ojos y entro a mi suite, cuando intento cerrar la puerta, el imbécil la empuja lastimándome la mano.

—No te he invitado a entrar —espeto sobando mi muñeca.

No ha sido tan fuerte.

—No necesito autorización para entrar a la habitación de mi futura esposa, así que tengo derecho a estar aquí. Ahora ve a bañarte que necesitamos hablar.

—¡No tengo por qué hacer lo que a ti se te de la maldita gana! —digo casi gritando.

—Guao. La mujer de hielo tiene sentimientos —dice con fingido asombro.

En realidad, no sé por qué he reaccionado de esta manera tan emocional y tan fuera de lugar. Definitivamente este hombre saca lo peor de mí.

—Eres un imbécil.

—A bañarte, Brianna. En veinte minutos desayunaremos, te sacaré de aquí sin importar cómo estés.

—No voy a ir a ningún lado contigo, patán.

—Veinte minutos.

Mira su reloj, siento como mis manos pican por saltarle al cuello y estrujar su cuello. Doy media vuelta y me encierro en mi habitación dando un fuerte golpe a la puerta. No me gusta actuar ni sentirme de esta manera y él no me está facilitando el trabajo.

Saco la ropa que me colocaré para recorrer algunas calles hasta la hora de la famosa cena con mis desconocidos suegro. No creo que sea necesario permanecer más tiempo en esta ciudad tan fría. Un fin de semana ha sido suficiente para conocer al patán que será mi esposo. Entro al baño y me relajo veinte minutos, tranquilizando mi ánimo. Dejo ir el mal rato que ha provocado este idiota sin razón alguna, sin ningún derecho. Salgo con una toalla en mi cabeza y la otra en la mano secando mi cuerpo.

Jadeo, sin poder creer la nueva aventura de este hombre.

—¿Qué haces aquí? Afuera, idiota —espeto, mientras intento cubrirme.

Dante no aparta la mirada de mi cuerpo.

—He venido por ti —susurra, da un par de pasos hacia mí.

Su sonrisa es malvada y mi enojo crece, considerando a cada segundo la posibilidad de arrancar su cabeza. Pasa su lengua por sus labios y me hace poner más nerviosa y enojada de lo que ya estaba.

—¿Me llevarás a desayunar desnuda? —inquiero.

Sonríe acercándose y me toma por sorpresa agarrándome de las piernas para alzarme como un costal provocando que la toalla en mi cabeza caiga y grito por la sorpresa antes de golpear su espalda mientras suelto improperios y el imbécil ríe. Me saca de la habitación y me lleva hasta el comedor de la suite. Siento sus manos subir por mi pierna suavemente haciendo que me tense y la voz se atore en mi garganta, pero le doy un fuerte golpe en las costillas cuando sus dedos están por llegar a mi trasero y se arquea, pero el idiota sólo se ríe aún más fuerte.

Siento que mis ojos arden, pero no pienso llorar delante de él. ¿Cómo se atreve a tocarme de esa manera? Es como si todos aquellos recuerdos se agolparan en mi mente haciendo doler mi cabeza.

—Bájame —gruño.

Atiende a mis palabras, frunce el ceño y limpia una solitaria lágrima rebelde que escurre por mi mejilla. Aparto su mano con un golpe y vuelvo a la habitación dando un portazo. Me siento en la cama con la respiración agitada y más lágrimas luchan por salir, pero jamás lo permitiré. Escucho sus golpes en la puerta y me llama pareciendo preocupado. Necesito salir de aquí y alejarme de este lugar. Necesito poner límites con él y volver a casa inmediatamente. Me pongo una falda amplia tipo A hasta las rodillas de pequeños cuadros blancos con negro, una blusa corta negra, dejando mi cintura descubierta. Mis zapatos rojos de tacón alto, argollas de oro, una cadena de oro larga y pulseras de oro. Seco mi cabello y lo dejo suelto, me maquillo un poco, tomo mi bolso grande negro, mis gafas oscuras y salgo con mi gabán blanco en la mano.

Lo miro unos segundos, justo para ver el arrepentimiento en sus ojos. Niego y sigo mi camino.

—¿No desayunas? —pregunta sonando, para mí, falsamente arrepentido.

No había notado la mesa con el desayuno servido para dos. Me siento algo tonta en éste momento, pero eso no le quita lo imbécil. Lo miro a los ojos con la mayor frialdad posible y mi cabeza en alto tratando de no dejarme afectar. Doy media vuelta mientras coloco mis gafas y salgo con paso calmado. No puedo creer que haya casi llorado delante de semejante imbécil. Odio que me vean vulnerable y más, personas como la que viene caminando tras de mí.

—Nena, lo siento. No fue mi intención ofenderte.

Volteo para encararlo cuando ya estamos dentro del elevador.

—No soy nena —digo, modulando la voz. He notado que lo odia—. Aclaremos algo, ¿está bien? No quiero ningún tipo de confianza entre nosotros, esto es solo una fusión empresarial y te prohíbo volver a tocarme.

—Como quieras, Brianna. Sólo eres una zorra frígida, nada especial —espeta y sale del ascensor inmediatamente las puertas se abren.

Tomo una gran bocanada de aire y cuento hasta diez antes de salir. Ni que sus palabras me afectaran, yo sé quién y qué soy. Él no me conoce y es nadie en mi vida.

—¿En qué le puedo ayudar, señorita? —pregunta la recepcionista con una amable sonrisa comercial.

—Un auto de alquiler, por favor.

La mujer me sonríe y empieza a digitar en su computador.

—¿Alguno en especial?

Cuando me entregan el Mercedes Benz blanco descapotable, me voy a pasear y conocer la ciudad aprovechando el poco sol que hay, pero antes, despido a Arthur y así estar sola. Para recorrer la ciudad, ir de compras y comer, no necesito vigilancia. Mucho menos de ese idiota.

 […]

La oscuridad ya envuelve la ciudad y el frío de inicios de noviembre se cuela en mis huesos. No me gusta el frío. Enciendo la calefacción y sigo conduciendo mientras busco la dirección que Dante me ha enviado. Le agradezco la distancia que puesto entre nosotros. No soportaría un encuentro más sin golpearlo.

Me desespera sentirme así. Como si estuviera atrapada y mis barreras no fueran suficiente.

Quiero irme de ésta ciudad y volver a casa cuanto antes. Extraño a mi pequeño Max.

El GPS me lleva hasta las afueras de la ciudad, el final del camino, me lleva a una mansión muy linda de tres pisos y paredes de ladrillos grises, lo que parece otorgarle cierta calidez y elegancia a la enorme casa. Me anuncio y el portón se abre sin espera. Conduzco hasta la puerta de la gran y hermosa casa. Dante sale a abrirme la puerta del auto. Su mirada es indiferente demostrando su poco agrado hacia mí, pero al sacar las piernas, que se descubren casi hasta el final de ellas por la abertura de la falda, sus bellos ojos verdes se oscurecen, le guiño un ojo y sonríe.

—Brianna —dice.

Toma mi mano y me hace mirarlo una vez más. Su mirada arrepentida me hace bajar la guardia un poco y asiento, porque parece que el trabajo se le dificulta más que a mí.

—Todo está bien.

—No, no lo está —dice con seguridad—. ¿Me creerías si digo que me molestó ver a aquel sujeto cerca de ti?

—No —digo con sinceridad y sonríe.

—Lo intenté. —Sonrío y me cruzo de brazos a la espera—. Eres tú que me enoja con esa frialdad. Eso es todo. Ah, y no creo que seas una zorra, pero si una frígida.

Abro la boca, indignada, y boqueo como un pez.

—No sé por qué…

Las palabras se quedan en mi garganta cuando Dante besa mi mejilla y mi mano.

—Estás hermosa, Brianna.

—Esto aún no termina.

—Cuento con ello.

Con una enorme sonrisa me guía hacia donde están sus padres esperándonos, su madre ansiosa y su padre parece precavido hacia su hijo. Parece que conocer que puede llegar a ser un idiota.

—Brianna, querida —saluda su madre—. Mi nombre es Agnes y este es mi esposo Frederick. Bienvenida.

—Encantada de finalmente conocerlos a ambos y gracias recibirme en su casa. Mi madre me habló mucho de ustedes.

Extiendo mi mano, pero ambos me sorprenden cuando me abrazan. A mis espaldas escucho al idiota reír por mi tensa reacción. Las únicas personas que me abrazan son los miembros de mi familia.

—Espero que cosas buenas —dice sonriendo.

—Eso no lo ponga en duda.

—Pasemos querida, el frío ya se siente.

Entramos a la casa y Dante quita mi abrigo negro rozando mi cuello con sus nudillos provocando que se me erice la piel y hace un sonido de aprobación al darse cuenta de ello. Me doy vuelta y le lanzo una mirada matadora, pero el idiota sonríe con suficiencia. 

Sigo a su madre hasta un gran salón y nos sentamos alrededor de una hermosa chimenea de estilo rococó, al igual que toda la casa y la decoración dentro de ella. Me encantan los moldes dorados en la parte superior de las paredes y que también rodean las grandes ventanas. A pesar del estilo antiguo de la casa, se ve muy bien conservada. Agnes tiene un gusto muy exquisito, como diría mi madre. Me siento junto a ella, su esposo frente a nosotras y el idiota se queda de pie junto a su padre alejado de mí, afortunadamente. Al sentarme, una de mis piernas queda totalmente descubierta y su padre la mira por un segundo, pero luego se fija sólo en mi rostro observándome incómodo.  Igualmente me cruzo de piernas y cubro la que estaba descubierta, mientras que el idiota no aparta su mirada de ellas.

—¿Por qué has venido sola? Creí que Dante te había puesto seguridad —pregunta su padre recriminándolo con la mirada y él agacha la cabeza.

—Lo hizo, pero quería pasar un tiempo sola y conocer un poco la ciudad.

Su padre asiente.

—Es una ciudad muy peligrosa, Brianna. La seguridad para nosotros no es un juego.

—Lo tendré en cuenta, señor Williams. Gracias por su preocupación.

El señor me sonríe con calidez y me pregunto, ¿Por qué su hijo no puede ser así?

Tenía que salir siendo el mayor patán de todos.

Llega una mujer anunciando que ya está lista la cena y nos dirigimos hacia el comedor. El señor Williams se sienta a la cabeza, a su derecha Agnes y a su izquierda Dante, a mí me hacen sentar al lado del cavernícola.

Pasamos una agradable noche platicando de ambas familias y las empresas, Agnes habla de todos sus hijos con mucho orgullo. Daniel quien trabaja con su padre, eso ya lo sabía, y Abigail quien es diseñadora y vive en Francia, pero tiene planes de regresar al país con su pequeño hijo muy pronto. Esa noticia alegra mucho a Dante. Agnes intenta distraerme con una conversación sobre arte cuando le comento sobre el cuadro que compré para mi madre, pero alcanzo a escuchar una conversación que tiene Dante con su padre. Una muy interesante conversación.

En más de una ocasión lo atrapé mirando mis piernas destapadas mientras tragaba con dificultad. No sé sentirme complacida o aborrecer ese hecho.

Luego de una taza de café, me despido de todos. Agnes promete llegar cuanto antes a California para ayudar con los preparativos. Dante y yo rodamos los ojos, sincronizados, hecho que nos hace reír a ambos. Es inaudita la emoción de nuestras madres.

El camino de regreso al hotel la pasamos en silencio. Frederick Williams parece ser una persona autoritaria acostumbrado a manejar la vida de sus hijos. No le ha dado oportunidad a Dante de negarse para traerme de regreso a la ciudad. Pero no pensaba negarme a subir a ese precioso Ferrari GTE. Tengo una extraña afición por los autos veloces, las carreras de la Indi y las exposiciones. Dante ríe entre dientes cuando acaricio la cojinería de cuero como si fuera el cielo mismo. Mis autos no tienen nada que envidiarle, pero nunca había montado un GTE.

Al llegar, un mozo abre la puerta para mí, al ver que no tiene intención de bajar de su auto, lo miro. Desliza su mirada por mis piernas y asciende hasta llegar a mis ojos, sin ninguna vergüenza.

—¿Puedo hablar contigo sobre algo?

Me mira extrañado por mi petición y ruedo los ojos. Se encoge de hombros y sale para seguirme hasta al bar del hotel. Nos sentamos en una mesa central, demasiado vistosa para mi gusto.

—¿Debería sentirme complacido porque todos los hombres miren a mi futura esposa? —dice con fastidio, señalando el lugar.

—Dante —le recrimino y rueda los ojos.

El mesero parece salvarme de la exasperación del hombre. Ahora no entiendo qué es lo que he hecho para que cambie sus acciones hacia mí de esa manera tan abrupta. Pido un vino tinto y él un vaso de whisky.  

—Te escucho —dice con indiferencia.

—Escuché lo que hablabas en la cena con tu padre. Sólo te quería dar mi opinión, si es que se puede.

—No te ofendas, pero no creo que sea tu campo.

—Pruébame.

Ríe socarronamente, una acción que me relaja considerablemente.

—Te escucho, chica borde.

Ruedo los ojos, irritada por ese horrible mote, y empiezo.

—Según entendí, pretendes contratar una empresa para que diseñe y fabrique unos chips que necesitas para implementarlos en no sé qué cosa.

Sonríe y niega.

—Algo así. ¿Cuál es tu opinión?

—¿Por qué no contratas tus propios diseñadores?... Los contratistas se quedarán con los diseños y podrán implementarlos en cualquiera de sus trabajos, mientras que, si tienes tus diseñadores, todo lo que ellos hagan pertenecerá a tu empresa.

Se queda pensando con la mirada fija en mí, enarca una ceja y sonríe después de un rato.

—Yo hago los diseños, son míos, pero ya no puedo hacerlo solo —explica—. ¿Y la producción?

—Todo se fabrica en china hoy en día. Seria tomarte tu tiempo para encontrar la adecuada para ti. Estoy segura que ellos tienen su propia fábrica en china, pero te venderán los chips a precios más elevados. Tu empresa, por lo que he estudiado, puede solventar perfectamente ese tipo de...

—Has investigado mi empresa —dice, pero no le noto molesto, así que me encojo de hombros y amplía su sonrisa—. Lo tendré en cuenta.

Lo observo cuando levanta la mano para rascar su corta barba. No lo he visto sin barba, pero me encanta como es ve con ella. Como si fuera un hombre maduro, cosa que sé que no es.

—Bien. Me iré a descansar. Mañana temprano tengo un vuelo que tomar.

Intento levantarme, pero sujeta mi brazo y siento como si quemara. Lo remuevo un poco y me suelta disculpándose.

—¿Por qué tienes que regresar tan pronto?

—Tengo un trabajo, ¿sabes? Y nada me detiene aquí. —Asiente, pero parece apenado. Mi teléfono suena, lo reviso y es mi adorada prima—. Saldré a contestar.

—Hazlo aquí.

Ha vuelto a estar serio y yo solo ruedo los ojos.

Sagen sie mir, Verrückt (Dime, loca)

Mi prima me ha estado enviando mensajes para que le cuente del cavernícola y parece que ya no soporta la incertidumbre. Estar en ascuas la vuelve loca.

¿Por qué hablas en alemán? ¿No estás sola?

—Nicht (No)

Miro a Dante y me observa, parece como si estuviera estudiándome.

¿Me llamas mañana?

Ja, ich refu —digo rápidamente y cuelgo antes de guardar mi teléfono.

Se queda un largo rato con su mirada fija en mí y sonríe, pero ésta vez de manera agradable, hasta que decide cortar el silencio.

—Hay un fotógrafo que nos mira en la barra.

Dirijo mi mirada hacia donde mueve la cabeza.

—¿Cómo sabes que es un fotógrafo?

Veo a varios sujetos, pero solo uno nos mira "disimuladamente". Este tema es muy tenso, nunca me ha gusta a pesar de que mis padres gran parte del tiempo están en la mira de los periódicos por sus inversiones y avances. Mientras que yo sólo estoy detrás evitando ser el centro de atención de cualquiera.

—Me ha tomado fotos en varias ocasiones antes —dice terminando su trago.

—¿Que se supone que debemos hacer?

Se sienta en la silla a mi lado tomando mi mano y besa mis nudillos con sus ojos verdes brillando. Aparto la mirada disimuladamente para que no vea lo nerviosa que me pone el que se comporte de esta manera y tomo un sorbo de mi copa. Justo me tengo que sentir de esta manera por éste patán. Me tenso cuando siento su mano en mi rodilla descubierta.

—Quita tu mano, Dante —espeto en un susurro y la retira disimuladamente.

—Lo siento, lo olvidé... ¿Por qué no te quedas un día más o dos quizás? —susurra de vuelta.

Puedo sentir su aliento en mi cuello, cierro mis ojos y me permito disfrutar la sensación unos pocos segundos antes de volver mi mirada. Mi respiración se atasca cuando nuestras narices casi se rozan.

—¿Para qué? —pregunto, con el corazón a punto de abandonar mi pecho.

—Perdón por lo que te dije esta mañana, pero me molesta que seas tan frívola y borde conmigo, y no entiendo por qué mierda. Sólo quería llevarte de paseo por la ciudad ya que me habías dicho que no la conocías, pero parece que me excedí un poco.

Levanto mis cejas y ríe antes de besar mis nudillos una vez más. Tomo un poco de aire controlando mi voz.

—Esto es lo que hay, cielo. —Sonrío y beso sus labios con un simple roce. Acaricio su barba que me está matando, y disfruto esa sensación levemente rasposa que cosquillea las yemas de mis dedos—. Descansa, cariño.

Le doy un último beso, un poco más largo que el anterior disfrutando de la suavidad de sus labios. Me levanto para irme, sonriendo como él también lo hace. Nuestras manos se separan deslizándose lentamente hasta separarse, provocando que mi mano ahora se sienta fría; sonrío más mientras veo como empuña suavemente su mano, y salgo del bar.

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