La gran mentira

Una vez que Abel llegó a Milán fue recibido por la junta episcopal, las imágenes en las redes ya habían sido difundidas por todo el mundo.

—Padre Abel, no le tenemos muy buenas noticias. —dijo el sacerdote pidiéndole sentarse.

—¿A qué se refiere monseñor Benedetti? —preguntó sin entender lo que pasaba, aunque obviamente tenía algunas sospechas.

—A esto —respondió el hombre mostrando en la pantalla aérea la información de lo ocurrido. Abel bajó el rostro, no pensó que tuviera que enfrentarse a una vergüenza como esa.

—Puedo explicarlo todo. —contestó y comenzó a relatar los hechos, sin obviar el más mínimo de los detalles.— Estoy dispuesto a aceptar las consecuencias de mis actos, quedo sujeto a sus órdenes, monseñor.

—Realmente y durante más de siete años vimos en usted, una conducta recta y moralmente intachable. Nos deja sorprendido que al final de su carrera se vea involucrado en algo como esto. Sabemos quien es usted y es por ello, que el episcopado asumirá su defensa ante
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