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Lorena se acomodó a medio lado en la cama y sumergió una mano debajo de la suave almohada de algodón.

Una mano grande, pero suave, acarició sus piernas y se camufló por debajo de la bata de satén rojo pasión.

—Cristian… —balbuceó Lorena entre el sueño—, no… Debemos ir a trabajar.

—Amor… —susurró Cristian a su oído— un ratico, sólo un poquito…

Cristian comenzó a besar el cuello de su esposa, ese era su punto más débil y sabía que Lorena no se resistiría a una pequeña mordida en su nuca.

—Amor, amor… No, en serio, no quiero llegar tarde —gimió la chica.

Pero Cristian siguió y encendió su cuerpo a tal punto que no pudo controlarse. Algo que le encantaba al joven de su bella esposa era el elevado deseo sexual que ella t

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