1. El vestido del Bazar.
No debía de estar aquí, nunca debió de haber aceptado la invitación de la boda pero tampoco era como si ella pudiese negarse ir a la fiesta de compromiso de su hermana. Emily se miró en el espejo de la sala de estar y miro el vestido rosa palo que su madre había criticado cuando lo compro en la tienda de bazar . No había nada de especial en ese vestido, era simple y con una falda de caída que le llegaba antes de la rodilla. Pero algo en el le dijo que era el indicado para la ocasión.
La ocasión de la boda de su hermana con el chico que le gustaba a ella.
“Que m****a”
Emily no era de esas mujeres que se fijaban en hombres comprometidos o que robaba novios pero Dimitri era el chico con el cual había cursado la universidad. Al que había invitado a su primera obra de teatro y el muy cabrón se había enamorado de su hermana y no de ella.
Se aliso las arrugas que podría tener su vestido. Ese vestido ahora era su compañía, y no podía sentir vergüenza comparar ese vestido de segunda mano con el vestido de compromiso de su hermana confeccionado por Verá Wang.
“Venga ya” —se dijo. Ni que la fueran a ver, era a su hermana Stella quien se casaba no ella.
Se sujetó la cabellera rizada con un pasador y se limpió el pintalabios con una servilleta, lo que necesitaba en ese momento era una buena copa del Brandi más añejado de la casa para ver a su hermana casada con Dimitri. Emily agarro el rimer y se pintó las pestañas y cuando estuvo lista se miró en el espejo de nueva cuenta. Los Hamptons sentaba bien en una boda en el verano con piscina, cocteles y todos los invitados arropados con maravillosos vestidos de fiesta para ver comprometida a Stella Vanderbilt con Dimitri Sheparth. Emily odiaba el sol y la arena, ni siquiera le gustaba los lugares abiertos como aquél, en primera porque era su piel muy sensible al sol y lo segundo era porque cuando tenía 9 años se quedó jugando en la piscina de su casa y quedó toda llena de pecas por toda la espalda. Y lo que menos necesitaba era una boda en los Hamptons con un vestido bonito comprado recientemente.
—Emily, sal cariño que los invitados te quieren ver —hablo Stella I desde el patio trasero.
Emily suspiro y recogió sus cosas antes de ir a ver a su madre. Stella I era una mujer dura y sobre todo no le gustaba quedar en evidencia y sufrir vergüenza enfrente de toda la sociedad Neoyorquina. La verdad es que Emily le gustaba mucho arruinarle el trago a su madre desde que está le dijo que ser una Actriz de teatro no la llevaría a nada en la vida y que solo arruinaba su carrera y manchada el nombre Vanderbilt con obras baratas presentadas en Brooklyn. Parecía que su progenitora no sé cansaba de decirle que nunca llegaría a debutar en Broadway y en cierta manera su madre tenía razón.
Pero todas sus desgracias tenían un nombre y no era más que el mismísimo Stephan Tiago. Ese hombre se había encargado de arruinarle la carrera desde que le tiró una malteada en la universidad y le había gritado que era un Lerdo por no fijarse a dónde iba y que se comprará unas gafas nuevas porque las que traía no servían de nada.
Si Emily hubiese sabido quien era ese hombre que usaba gafas de topo en ese entonces jamás le había dicho eso y estaba más que segura que se habría postrado a sus pies y lamerle las botas solo para quedar bien.
No me mal entiendan Emily era orgullosa, pero Stephan no era cualquier hombre, él era la industrial en Nueva York, él se encargaba de toda obra teatral en Broadway y Emily había perdió su oportunidad en ese mismo instante en que le dijo que era un cegato. Stephan era el profesor de turno para la clase de teatro, sustituía a Miss Charlotte por la baja de maternidad y él nunca se había presentado por su verdadero nombre. La primera vez que Emily lo conoció no fue como socio de Larry Vanderbilt ni tampoco como Stephan Tiago sino que como Damon Walter en la sala de audiovisual cuando dio el discurso de bienvenida, él había exigido a Juilliard que nunca pronunciará y se diera conocer su nombre no al menos hasta que terminase el ciclo y ellos mismo se dieran cuenta de quién era.
Hasta si cerraba los ojos podría recordar ese momento en dónde arruinó su carrera para siempre:
Era un día normal para Emily en cierta manera, acababa de salir del primer curso y había decido que se quería convertir en actriz cuando terminase su carrera. Contaba con el apoyo de su padre pero no de su madre y era entendible debido a que Stella I solo tenía ojos para su adorada Stella II su hija perfecta y primogénita.
Emily ya estaba acostumbrada a los desplantes y los cumpleaños de Stella a lo grande con tortas de fiesta con siete pisos de tarta y las fiestas de gala. Recordaba que habían invitado a Elton John a su cumpleaños número 16 cuando a ella solo le habían dado una referencia bancaria de una cuenta que su padre había abierto para su disposición.
Pero nada de su madre, ni siquiera una torta o fiesta porque de encontraba viajando con Stella en Italia. Emily ya sé había acostumbrado en realidad, ella no era Stella, no había decidido dedicarse al ballet profesional como su madre quería y es que Emily no tenía la culpa de tener los pies perfectos que su madre quería para continuar su sueño frustrado de estar en la Ópera de París.
Ella al contrario de su madre tenía sueños americanos. Quería disfrutar la vida ser una famosa actriz teatral en Broadway; Emily no quería ser una actriz de Hollywood o estar bronceada cómo en los Ángeles o tener el pelo a la californiana. Emily solo quería ser una neoyorquina famosa en el teatro. Pero Stephan le dio una bofetada de guante blanco en todo el sentido de la palabra.
Fue un jueves y Emily odiaba los jueves desde aquello. Había sacado todas las notas en clase y llevaba el portafolio con un montón de post tips . Traía una falda corta con tiras de cuero y había comprado una blusa nueva color hueso en la quinta avenida. Así que era importante, había iniciado el curso a finales de Agosto y principios de Septiembre, el verano estaba a punto de terminar y el inicio del Otoño se acercaba, y con ello su fiesta favorita en todo el año. Emily no era la típica neoyorquina amando navidad, le cansaba que todo el mundo dijese “Marry Christmas” a todo el mundo y cantarán villancicos por todos lados. Y por todos lados se refería exclusivamente enfrente del Rockefeller center porque en su vida Emily había tomado el metro. Ella no era una persona topo cruzando la ciudad en el área más nefasta de Nueva York. Tal vez lo haría una vez, le encantaba sex in the city y de identificaba con Charlotte en la vida. Pero quería ser una Carrie teniendo una columna de sexo en un diario.
Era una artista, una privilegiada con carrera arruinada y Stephan lo sabía desde el principio cuando la vio en el pasillo de la cafetería. Y tendría sentido porque todos iban con jeans ajustados o simplemente en pijama para tomar clase. En cambio Emily llevaba una falda de temporada con botas Channel.
No era la típica chica que comía ensalada, a ella le encantaban las hamburguesas y la comida chatarra. Los Hot dogs eran una delicia y podían costar diez dólares pero valían cada billete verde.
Era una empollona, millonaria pero empollona.
Estaba en la cafetería ordenando los post tips por color. Le frustraba en sobre manera no tener el código de colores correctos y a Emily le frustraba mucho que las letras no fuesen exactamente iguales como ella prefería. A veces hacia planas de bolitas y palitos y compraba libros de colorear para niños Para gusto propio. La relajaban los colores y todo lo que tuviese que ver con el orden de su vida.
La cafetería estaba llena en ese momento había tanta gente y todos estaban hablando de la baja temporal de Miss Charlotte. El nuevo profesor apenas llegaría y se rumoreaba por los pasillos que era un hombre extremadamente estricto y joven. Emily se preguntó si lo que se decía de él era verdad, pero si algo sabia de Nueva York es que los hombres no eran lo que parecía y un ejemplo claro era Mr. Big de Sex in the City.
Como todo Emily cayó en los encantos de Mr. Big, era sexi, maduro y con dinero, pero era un sin vergüenza y un inmaduro en las relaciones porque no le gustaba el compromiso. De ahí recaía en su poca confianza en los hombres.
Emily siguió colocando y ordenando las pegatinas en su portafolio. Coloco las moradas con las rojas y con el bolígrafo de color morado tacho la palabra “excéntrico” y la remplazo por “natural”, la actuación tenía que fluir, venir del alma para transmitir al cuerpo.
Dejo de lado el bolígrafo y miro alrededor de la cafetería, había muchas personas aglomeradas comiendo frituras. Emily agarro su blog de notas y lo guardo en su bolsa, cuando estuvo lista. Se puso de pie y dio la vuelta y camino con cuidado, el móvil vibraba en su bolso, pero no le hizo caso. De seguro era su madre histérica preguntando en donde diablos estaba.
Se formó en la fila de la cafetería y presto atención a la pantalla digital de los bocadillos.
Vaso con fruta: 16 dólares.
Malteada:30 dólares.
Tarta de manzana con canela: 25 dólares.
Se mordió el labio y medito con atención que era lo que más se le antojaba. Emily bajo la mirada al bolso que no paraba de vibrar y busco el móvil. cuando regreso la vista del lugar y tenía el móvil en la mano sintió como algo pegajoso y frio la cubría por completo.
Cuando miro la causa Emily no pudo evitar su enojo. Estaba toda llena de malteada de fresa y la blusa se la trasparentaba, había machado hasta su bolsa y le había salpicado hasta la cara.
—Disculpa —dijo una voz grave con pena.
Eso la hizo enojar.
—Disculpa tu madre. ¿Por qué no miras por dónde vas?
Cuando Emily voltio a ver a la persona encargada de que se viera como un desastre tutti frutti se quedó sorprendida de lo extremadamente atractivo que era. Para ese entonces Tiago tenía el cabello largo hasta los hombros y sus ojos azules eran como dos aguamarinas brillantes. Su cabello era de color negro con pequeños reflejos. Y qué decir de su cuerpo. Era alto le sacaba una cabeza y media y era de esos hombres con hombros anchos y con la espalda en un triángulo inverso.
Él se ajustó las gafas por el contorno de la pasta y agarro el vaso que se encontraba en el piso para sacarse el pañuelo del bolsillo de la chaqueta.
—No fue con intensión.
—¿No ves bien? —pregunto Emily.
En ese entonces estaba muy enojada que ni siquiera midió el tono en como lo había dicho. Que poco después se arrepintió.
—Ya me disculpé, te dije que no fue con intensión —respondió irritado Tiago mientras la repasaba de arriba abajo viendo el escote de su blusa ya mojado por su culpa. —Yo me hare cargo de la tintorería.
—Aja, Claro—se jacto—. ¿Cómo harás eso? O mejor dicho ¿Cómo pagaras? Es algodón egipcio lo que acabas de arruinar.
Tiago exhalo de manera cansada y saco su billetera del pantalón.
—¿Cuánto? —pregunto mientras miraba su cartera llena de billetes.
—¿Perdona?
—El precio —señalo la blusa con el dedo índice dando ligeras vueltas como si fuera estúpida—. Dime el precio de la blusa.
Emily abrió la boca pasmada y la cerró de golpe, no lo pudo evitar le rechinaron los dientes del coraje.
—¿Quién te crees que eres? —pregunto irritada mientras se echaba el bolso al hombro. Ya las múltiples llamadas perdidas en el buzón de voz no importaban.
—Damon Walter.
—Mira Damon Walter, aquí y en China no puedes ir por el mundo tirando malteadas y haciéndote el digno como si nada pasara —le explico como si fuera un tonto y no se diera cuenta que traía la blusa llena de malteada.
—Me disculpe ¿No?, o acaso, ¿eres sorda?
Emily le tiro una bofetada que hasta la palma de la mano quedo roja.
—No me hables de nuevo Damon Walter, y llévate tu dinero, no lo necesito Cegato.
Y se fue, Emily ni siquiera volteo a verlo de nuevo ni por muy guapo y bueno que estuviese. Se había comportado como un completo idiota y en cierta manera se arrepentiría toda la vida de no voltear para verlo.
Pero ya estaba ese fue su primer encuentro con Damon Walter alias Stephan Tiago el hombre más millonario en Nueva York.
Y hasta hoy en día Emily se arrepentía de ese día porque Tiago le hizo la vida imposible en la universidad y que decir cuando se enteró que era ni más ni menos que el socio mayoritario de su padre.
Aun de recordar el suceso le causaba escalofríos.
Dejo su bolso en la sala y se dirigió al patio trasero. La casa era rustica y elegante con puertas francesas grandes y blancas que combinaban con el color tapice color ciruela antiguo que su madre escogió hace ya unos años. Decía que una casa con candelabro hacia más elegante una casa, para Emily le causaba claustrofobia, era un tapice horrible si le preguntaban.
Las mesas estaban acomodas estratégicamente alrededor de la pisa y los manteles eran un bonito color rosado pastel con dorado,
Stella había decidido con Dimitri que sería una buena idea que fuera la dama de honor de su boda. Como si no ya ser la hermana segundona no fuera malo ser su dama era otra de sus malas vibras.
Se acercó a su madre y le dio un beso en las dos mejillas en modo de saludo.
—Aquí estoy madre —dijo Emily con una sonrisa forzada.
Stella la miro con una mirada tan dulce como si fuera la luz de sus ojos, Emily sabía que su madre era una gran actriz en eso de aparentar ser una gran madre amorosa con sus hijos.
—¡Oh cielo! Pero mira qué guapa estas ¿No lo crees Irma? —pregunto Stella mientras le daba un abrazo.
Irma asintió y agarró su abanico para darse aire.
—Si Stella, Emily se ha vuelto una jovencita hermosa. ¿Dime Emily cuántos años tienes? —le pregunto la señora pelirroja mientras la miraba amablemente.
—Veintitrés, veinticuatro en noviembre.
—Una chica de otoño —continuo Irma alegre.
—Si —contesto.
—Oye Emily, ¿Estas enterada de que Stephan realizara una nueva obra? —cuestiono de nuevo Irma mientras se llevaba un canapé a la boca—. Me entere de que te dio clases en Juilliard.
Emily trago saliva para luego sonreír de una manera forzada.
—Si. Fue mi maestro de danza e interpretación.
—¡Oh Emily! Nunca me dijiste que Tiago te dio clases —comento incrédula Stella I.
—Si mamá, Tiago me dio clases en un periodo semestral.
—Qué bueno hija porque tu padre lo invito a la boda de tu hermana, y me encantaría verlo —comento alegre Stella mientras les sonreía a sus amigas.
Emily sonrió entre dientes como si la noticia le encantara, odiaba a Tiago con todo su corazón y vendría a la fiesta de su hermana.
Continuara…