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CAPÍTULO 3. Sin salida.

Dos días antes del matrimonio.

El aire en el lujoso edificio del Grupo Ferraro estaba cargado de una tensión palpable cuando Valentina cruzó el umbral de la puerta principal. El brillo de las paredes de cristal reflejaba su figura, iluminando su presencia como si cada paso que daba fuera una sentencia. Su cabello, un marrón claro que caía con suavidad sobre sus hombros, brillaba bajo las luces del lugar. Su silueta dejaba entrever la gracia con la que se movía, cada curva de su cuerpo resaltada por el ajuste perfecto de su vestido. La suavidad de su piel blanca, casi etérea, contrastaba con la dureza del lugar.

Alejandro estaba allí, esperándola, con una mirada fría y calculadora.  Sus ojos recorrían su figura con la calma de quien ya ha ganado una batalla y ahora disfruta del espectáculo. 

Cada paso de Valentina parecía acercarla más a su destino, y él lo sabía. Podía casi saborear la victoria en el aire, como si hubiera encontrado finalmente la pieza que le permitiría cobrar su venganza por la muerte de su padre.

—Te estaba esperando — dijo Alejandro, su voz grave, cargada de una promesa silenciosa. El tono en su mirada sugería que la había estado observando, estudiando, esperando este momento con ansias.

Valentina no se inmutó ante la frialdad en su voz. La imagen de él, tan distante y arrogante, solo le confirmaba lo que ya sabía: ella no era más que un peón en su juego, y él, el jugador que movía las piezas con una precisión escalofriante.

—Voy a decirlo solo una vez. No me casaré contigo, Alejandro. No voy a ser tu trofeo, ni seré tu prenda de cambio en un juego de venganza que ni siquiera han tenido la decencia de explicarme.

—Ah, Valentina... —se levanta lentamente y camina hacia ella—. Sabía que ibas a llegar a este punto.

—¡Te odio! ¡Me repugnas! —dio un paso hacia él, furiosa—. No tienes ni idea de lo que estás haciendo. ¡Y sé que no me estás haciendo esto porque realmente te interese! Todo esto... todo esto es un macabro juego para ti, ¿no? ¿Te sientes poderoso jugando con la vida de las personas? ¿Por qué? ¡¿Por qué?!

—No sabes lo que hablas —Alejandro la mira como si estuviera ante una niña ingenua—. No lo haces, Valentina. Te olvidas de una cosa muy importante… Tu padre me debe mucho, y lo que hace un hombre cuando le deben algo, es cobrarlo.

—¡Mi padre está acabado! ¡¿Qué más quieres de él?! ¡¿Por qué quieres seguir con esto?! Puedo trabajar para pagarte hasta el último centavo. Venderemos todo, viviremos en cualquier lugar, lo prefiero a estar casada contigo. Y lo peor es que te crees superior, como si fueras el que controla todo. ¡Pero no, no te voy a dar lo que quieres!

—No se trata de lo que tú quieras, Valentina. Se trata de lo que yo decida. Me alegra verte tan enojada, porque significa que entiendes un poco de lo que está sucediendo. Pero créeme… este "casamiento" es solo el comienzo. La venganza será más dulce cuando veas todo lo que puedo hacer contigo, y con todo lo que te importa. Ya no hay vuelta atrás.

Valentina grita, su voz llena de frustración:

—¡Estás loco! ¿De qué venganza estás hablando? Sé más claro, si es que tienes el valor. ¡No voy a ser parte de tu maldito plan! ¡No me casaré contigo!

Alejandro la observa en silencio, como si le divirtiera ver cómo se descontrola, luego se ríe levemente:

—¿Crees que me importa lo que digas? No lo hace, Valentina. Esta boda es solo una formalidad. Lo que importa es lo que viene después. Y créeme, lo vas a desear... porque será lo único que te quede.

 —¡Eres un monstruo! ¡Me repugnas! ¿Cómo te atreves a hacerme esto? ¿A mí? ¡No me casaré contigo, Alejandro! ¡No lo haré!

—Haz lo que quieras, Valentina. La decisión ya está tomada. El "no" que pronunciaste no tiene ninguna importancia. En el fondo, sabes que no tienes escape. Y si piensas que vas a evitar lo que está por venir… te equivocas. Estoy a punto de hacerte ver todo lo que realmente significas en este juego.

 —¡Te odio! ¡Te odio! —lo abofetea con todas sus fuerzas.

Alejandro se pasa una mano por la mejilla lentamente, sin perder su sonrisa tranquila, disfrutando cada segundo de su control:

—Lo sé. Y esa es la parte más divertida. No me importa tu odio, Valentina. Lo que me importa es que serás mía. Y ya no podrás escapar.

El eco de la bofetada aún flotaba en el aire cuando Valentina se giró para marcharse, el pecho subiéndole y bajándole con furia. Alejandro seguía de pie, una mano en la mejilla, una sonrisa torcida bailándole en los labios.

Entonces sonó un  celular. Al ver el número, el corazón de Valentina se detuvo un instante.

—¿Hola?

Una voz nerviosa y entrecortada contestó del otro lado:

—Señorita Valentina… su padre ha empeorado. Está mal. Muy mal.

El alma se le cayó al suelo.

—No… eso no puede ser. Los doctores dijeron que no tenía nada grave —murmuró, aferrándose al poco consuelo que le quedaba.

—Lo sabemos. Pero hace unas horas comenzó con una fiebre muy alta, vómitos, y luego perdió el conocimiento. El doctor del hospital sospecha que podría ser una infección interna, algo que no detectaron a tiempo. Si no se traslada a una clínica con mejores recursos… no podemos garantizar nada.

Valentina cerró los ojos. Sintió cómo el mundo se encogía en torno a ella. Apenas pudo susurrar:

—¿Una clínica…? —sabía perfectamente lo que eso implicaba. Cuánto costaba. Cuánto no podía pagar.

Y fue entonces que Alejandro se acercó con paso tranquilo. Como un depredador que se acerca al cuerpo herido de su presa. Su voz fue baja, casi un susurro venenoso:

—Tu padre…

Ella levantó la mirada, sus ojos húmedos de rabia y desesperación.

—Cállate —lo interrumpió.

Él se encogió de hombros con cinismo.

—Digamos que la vida es caprichosa, Valentina. Y yo… sé aprovecharme de sus caprichos.

Ella quiso decir algo, pero no encontró palabras. Solo su corazón, que latía como un tambor. Solo esa sensación amarga de impotencia. Su padre ha empeorado.Y ella no tenía cómo salvarlo.

Alejandro dio un paso más hacia ella, sus ojos fijos en los suyos.

—Dos días —le recordó, con una sonrisa calma—. En dos días llevarás mi apellido. Y todo estará resuelto. Clínica incluida.

Valentina lo miró con el alma desgarrada. Sintió que se ahogaba en la vergüenza, en el odio, en la resignación.

No podía dejar morir a su padre. No ahora.

La jaula se cerraba. Y ella, hermosa, furiosa y rota… entraba en ella.

***Fin del flashback***

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