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CAPÍTULO 2. Deuda peligrosa y traición.

***Flashback***

Una semana atrás

Valentina llegó a casa con una sonrisa tenue en los labios y la cámara colgando del hombro. Aún le costaba asimilar que, por fin, era fotógrafa profesional; no porque dudara de su capacidad para lograrlo, sino porque el tiempo había pasado muy rápido. Aquel debía ser un día para celebrar… pero algo en el aire la puso en alerta apenas cruzó la puerta.

Su padre estaba en el sillón del comedor, con la mirada perdida y un fajo de papeles en las manos. No los leía, solo los sostenía, como si su peso fuera abrumador.

Dejó la mochila en la entrada y colocó con cuidado la cámara sobre la mesita, pero sus movimientos se volvieron lentos, casi automáticos, al notar el silencio tenso que llenaba la casa.

—¿Papá? —dijo, acercándose—. ¿Estás bien?

Andrés Baeza alzó la vista. Tenía los ojos hundidos, como si llevara días sin dormir. Dudó antes de hablar, pero al final soltó un suspiro largo y tembloroso.

—Valentina, siéntate, por favor. Necesito hablar contigo.

Ella frunció el ceño, un nudo formándose en su estómago. Se sentó frente a él, con los codos sobre la mesa, esperando una explicación.

—Me estás asustando —murmuró.

Él bajó la mirada, como avergonzado.

——Es sobre… Tengo una deuda con Alejandro Ferraro —dijo bajito, como si el solo hecho de nombrarlo le arrancara el aire—. Una deuda muy grande que me persigue desde hace ya un buen tiempo. Y ahora… ha venido a cobrarla.

El solo nombre hizo que Valentina se tensara. Había oído hablar de ese hombre: poderoso, influyente, peligroso.  “¿Quién no ha oído hablar del dueño del Grupo Ferraro? Ese hombre controla desde la infraestructura del país hasta los medios de comunicación. Es más que poderoso... es intocable.”

—¿Qué clase de deuda? —preguntó con desconfianza.

—Hace unos años, cuando tu madre enfermó… no tenía cómo pagar su tratamiento. Fui al banco, pedí un crédito, pero me lo negaron. Había demasiadas deudas a mi nombre, el negocio no iba bien, y mi historial crediticio estaba por el suelo. Me dijeron que no era un buen candidato, que no podían arriesgarse.

Se tomó una pausa para continuar:

—Hice todo lo que estuvo a mi alcance —continuó, con la voz cargada de culpa—. Vendí lo que pude, trabajé día y noche, pero no era suficiente. La única opción que me quedó… fue pedirle ayuda a Ferraro.

La rabia comenzó a burbujear en su interior.

—¿Y por qué me lo estás contando ahora? —su voz tembló, entre la rabia contenida y la tristeza. Lo miró, con los ojos empañados—. Debiste decírmelo, papá. Yo… yo hubiera podido ayudarte —Se le quebró la voz, pero siguió—. Habría dejado los estudios, habría trabajado día y noche si hacía falta. No tenías que cargar con todo solo. No así.

Él tragó saliva antes de hablar,  bajó la mirada, con los hombros vencidos por el peso de la culpa.

—Tu madre no lo quería así —murmuró con voz ronca—. Ella… me hizo prometerle que tú seguirías estudiando, que no dejarías tu vida por nosotros. Decía que eras su orgullo, que ibas a llegar lejos…—Se le humedecieron los ojos—. No podía fallarle. Ahora… no he podido pagarle a Ferraro. Los intereses aumentaron, y ni siquiera vendiendo la casa puedo saldar lo que debo. Ferraro… él… exige algo más.

—¿Algo más? —Valentina ya no ocultaba el tono cortante en su voz.

El padre levantó los ojos hacia ella, suplicantes.

—Me ha dado una alternativa. 

Valentina lo miró fijamente, sintiendo que algo frío le bajaba por la espalda.

—¿Y qué es lo que quiere Ferraro ahora? —preguntó en un susurro tembloroso—. ¿Qué está exigiendo… papá?

El silencio que siguió fue como una bofetada. Su padre tragó saliva, desvió la mirada y, cuando finalmente habló, su voz salió rota, impregnada de vergüenza.

—Quiere que te cases con él.

Valentina se quedó inmóvil. Durante un segundo completo, su respiración se detuvo. Luego, como si algo en su interior estallara, se puso de pie de golpe, empujando la silla con violencia hacia atrás.

—¿¡Qué dijiste!? —gritó, los ojos abiertos de par en par, llenos de furia e incredulidad—. ¡¿Estás diciendo que vendiste mi vida por una deuda?!

Su padre se levantó también, con los brazos extendidos hacia ella, suplicantes.

—¡No fue así! ¡Yo...! No tenía opción, Valentina. Tu madre estaba muriendo. Él me ofreció ayuda, pagó todo… pero puso una condición: cuando llegara el momento de saldar la deuda, él decidiría cómo. Yo acepté. Pensé que pediría dinero, trabajo… no sé. Nunca imaginé que…¡Te juro que jamás pensé que se atrevería a pedir algo así!

—¡Pues se atrevió! —exclamó ella, con el rostro enrojecido por la indignación—. ¡Y tú me estás contando esto cuando ya no hay salida! ¡Como si fuera un trato cerrado, como si yo no tuviera voz!

El silencio que siguió fue como un latigazo.

Valentina respiraba agitadamente, aún asimilando lo que acababa de escuchar. El corazón le golpeaba con fuerza en el pecho, pero necesitaba entender más. Algo no le cuadraba.

—¿De dónde conoces a Alejandro Ferraro, papá?

Andrés desvió la mirada, como si la pregunta lo obligara a abrir una herida vieja.

—No es solo a él a quien conozco —respondió con un suspiro cansado—. Yo era amigo de su padre, Óscar Ferraro. Éramos inseparables en la universidad. Jóvenes, ambiciosos… soñábamos con cambiar el mundo, cada uno a su manera.

Valentina frunció el ceño, sin poder disimular su sorpresa.

—¿Fuiste amigo de su padre?

—Sí. Óscar era brillante, magnético. Siempre supo cómo abrirse paso, cómo hacer negocios. Mientras yo me conformaba con lo justo, él construyó un imperio. Fue admirable… hasta que todo se vino abajo. Su muerte fue trágica, repentina. Aún me cuesta creerlo.

—¿Y Alejandro?

—Después de la muerte de Óscar, Alejandro heredó todo —continuó Andrés, la voz ensombrecida—. Pero tras ese hecho, cambió por completo. Se volvió frío, calculador. Me buscó años después, cuando tu madre enfermó. Pensé que era un gesto de buena voluntad por la vieja amistad con su padre.

Valentina lo miró fijamente, sintiendo que todo a su alrededor empezaba a encajar. Ferraro no solo estaba cobrando una deuda. La estaba arrastrando a una historia más profunda, más turbia.

Valentina parpadeó, confundida.

—¿Y yo qué tengo que ver con todo esto? —preguntó con voz queda, como si temiera la respuesta—. ¿Por qué yo?

Andrés tragó saliva. El peso de la culpa le caía sobre los hombros como una losa.

—Nunca pensé que te pondría a ti como moneda de pago.

Ella retrocedió un paso, atónita.

—¿Acaso es posible que él ya lo tenía planeado?

Andrés la miró, con los ojos vidriosos.

—Tal vez no… —dudó.

—¡Yo no le pertenezco a nadie! —estalló ella, con los ojos llenos de rabia y desilusión—. ¡Ni tú ni nadie tiene derecho a decidir por mí!

Andrés bajó la mirada, derrotado por su propia vergüenza.

—Si no aceptas, lo perderemos todo.

—¡Entonces que se lo lleve todo! —gritó, con los ojos brillantes de furia—. Pero yo no me voy a casar con ese hombre. ¡Ni por ti ni por nadie!

Su padre apenas alzó la vista, con una mezcla de vergüenza y desesperación dibujada en el rostro.

—Valentina… si no lo hacemos, podría ir a la cárcel.

—¿La cárcel? —preguntó horrorizada —. Papá, por favor, no puedes hacerme esto. ¿Tú realmente crees que casándome con ese hombre se soluciona todo? ¡¿En qué mundo enfermo eso está bien?!

—No lo digo porque esté bien, lo digo porque es real. Alejandro tiene poder. Puede destruirnos si quiere. No va a esperar más, ya me lo dejó claro. Me dio un plazo.

Valentina lo miró con incredulidad.

—¿Un plazo? ¿Cuánto?

Andrés alzó la vista, como si decirlo le arrancara el alma.

—En una semana… debes convertirte en su esposa.

El silencio que siguió fue tan espeso que pareció ahogarlos a ambos. Valentina no reaccionó al principio. Lo miró como si no hubiera entendido bien. Pero en cuanto sus palabras hicieron eco en su mente, retrocedió un paso, horrorizada.

—¿Qué…? —balbuceó—. ¿Una semana?

Andrés asintió con pesadez, evitando su mirada.

—Él ha puesto esa condición. Dice que el tiempo de espera terminó. Que no piensa negociar más.

—¡¿Te estás escuchando?! —gritó ella, temblando de pies a cabeza—. ¿¡Quieres que me case con un desconocido en una semana como si fuera un maldito contrato de propiedad!?

—¡Valentina, no es lo que yo quiero! —replicó Andrés con desesperación—. ¡Créeme, si hubiera otra salida...!

—¡Claro que la había! ¡Decirme la verdad desde el principio! ¡Buscar otras opciones! ¡No entregarme como si fuera... como si fuera…! —se interrumpió, ahogada por la rabia y la impotencia.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no permitió que cayeran. El fuego en su pecho quemaba más que el dolor.

—No pienso casarme con ese hombre. No lo haré.

—Valentina... —susurró Andrés, roto—. Si no lo haces, nos lo quitará todo.

Ella lo miró como si no lo reconociera, como si de pronto fuera un extraño.

—¡Ya lo ha hecho!  ¡Ya me lo quitó todo! —dijo en voz baja—. Incluso a ti.

Él la observó, con el rostro blanco como una sábana. Sus labios se movieron, pero ninguna palabra salió. De pronto, su expresión cambió: un gesto de dolor cruzó su rostro y llevó una mano al pecho.

—¿Papá?

Él se encorvó hacia adelante, soltando un jadeo ahogado. La otra mano se aferró al brazo del sillón como si intentara sostenerse.

—¡Papá! —Valentina corrió hacia él, el corazón desbocado—. ¿Qué te pasa? ¡Papá!

Él intentó responder, pero no pudo. Su respiración era entrecortada, forzada, como si le faltara el aire.

—¡No! ¡No me hagas esto! —gritó mientras buscaba el teléfono con manos temblorosas.

Marcó el 911 de inmediato.

—Servicio de emergencias, ¿cuál es su emergencia?

—¡Mi papá, creo que le está dando un infarto! ¡Está agarrándose el pecho, no puede respirar, por favor! —sollozó—. ¡Necesito una ambulancia ya!

Mientras daba la dirección y seguía las instrucciones del operador, se arrodilló junto a él y le sujetó la mano con fuerza.

—Resiste, papá… por favor… no te mueras.

En medio del caos, el miedo y la culpa comenzaron a invadirla. Y por primera vez desde que escuchó el nombre de Ferraro, sintió que algo mucho más importante se le estaba escapando de las manos.

Minutos después, su padre yacía en la cama de un hospital, más tranquilo. Los médicos habían dicho que no fue un infarto, pero sí un episodio serio: algo entre un ataque de pánico y una fuerte subida de presión.

Valentina no se despegó de su lado hasta asegurarse de que respiraba con normalidad. Pero por dentro, hervía.

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