Tenía que encontrarse con Gerald, corazón de piedra, no olviden las reseñas.
—Ayúdeme —suplicó jadeando—, no consigo un taxi. —Sabía que algún día bajaras la guardia conmigo —dijo Gerald. Myriam levantó su rostro, empañado de lágrimas y de sudor. —Prefiero dar a luz en la calle —gruñó apretando los dientes—, que… pedirte ayuda —completó la frase y se agarró con fuerza de los brazos de él, y se quejó de dolor. Gerald presionó los parpados, pues ella había clavado sus uñas en su piel, y le dolió; sin embargo, ahora no había tiempo para quejarse, sin dudarlo, la cargó en sus brazos. —¿Qué haces? —cuestionó ella. —¡Suéltame! —ordenó. Él la bajó tal como ella quiso y de nuevo otra contracción la hizo doblarse, miró que él se alejaba a su auto. —¿A dónde vas? —gritó ella. —¿Piensas dejarme así? Gerald resopló, y rodó los ojos. —Quién te entiende, dijiste que preferías dar a la luz en la calle. —Encogió sus hombros. —Eres un… ¡Auh! —gritó adolorida y lo agarró de la mano—, tengo miedo —confesó asustada. Gerald parpadeó al verla tan indefensa y ad
Seis meses después. Rubén llegó corriendo al hospital, buscando entre los pasillos a Myriam, hasta que la encontró abrazada a Tony. —¿Qué pasó? —cuestionó—, vine apenas me llamaste. —Tiene mucha fiebre, otra vez —susurró con voz débil. Rubén inhaló profundo. —A esta edad es normal, debe ser una infección. Myriam negó con la cabeza, mientras se aferraba al pequeño cuerpecito de su hijo. —Yo lo cuido mucho —aseveró mientras lo arrullaba—. Mira estas marcas —señaló y le levantó la camiseta. Los labios de Rubén temblaron al ver varios moretones en la piel del pequeño, su corazón se achicó. —Esperemos a que lo revise un médico —recomendó, intentando sonar estable. Enseguida hicieron pasar a Myriam y al bebé a urgencias pediátricas, lo atendieron, y el especialista recomendó internar al niño. —¿Ocurre algo malo? —cuestionó Myriam temblando. —Requerimos hacerle varios estudios, tranquila —dijo el médico. La joven madre no separó de su hijo ni un solo instante, apreta
Tres meses después. Grandes ojeras enmarcaban los ojos de Myriam, la mujer se encontraba en la cama de un hospital aferrada al cuerpo de Tony, el pequeño había tenido una grave infección y los médicos estaban valorando su estado. El niño no dejaba de llorar, y el corazón de Myriam se hacía añicos, esos meses habían sido una verdadera lucha, y cuando parecía que Tony mejoraba, de nuevo decaía. Una enfermera la pidió salir, necesitaba llevarse al niño a realizarse un nuevo estudio. Myriam besó la frente de Tony y salió. Afuera la esperaba Rubén, se abrazó a él, y soltó todo el llanto que estaba conteniendo. —No quiero que mi hijo se muera —balbuceó—, lo veo muy mal. Rubén intentó reconfortarla, darle ánimo, pero era imposible, pasaron varios minutos, y Myriam fue llamada al consultorio del pediatra oncológico, a quién conocía muy bien. —Doctor Gregor ¿cómo se encuentra mi hijo? —cuestionó temblorosa, notó que el semblante del especialista estaba lleno de seriedad. El méd
Al día siguiente, Elsa ingresó a la habitación de Anthony. Myriam se había quedado dormida, a un lado de su hijo. —Despierta —susurró bajito para no despertar al niño. Myriam parpadeó, y abrió sus ojos con lentitud, se incorporó de golpe, pensando que algo había pasado con su hijo, pero luego el corazón volvió a la calma al verlo a su lado. —¿Qué ocurre? —indagó tallando sus ojos. —El donante es compatible con Anthony, tiene su mismo ADN, encontramos al padre de tu hijo. De los ojos de Myriam una gran cantidad de lágrimas brotaron. —Gracias a Dios —expresó—, pero… Va a donar su médula —cuestionó con voz temblorosa. —Al parecer escogimos bien, es un hombre sano, y está dispuesto a salvarle la vida a Tony, hoy en la tarde se realizará el procedimiento. —¿En serio? —cuestionó, y la mirada se iluminó—, ese hombre es un ángel —expresó, y abrazó a Elsa. —Debemos preparar todo para el procedimiento, ve a casa, báñate, come algo y vuelve, yo me quedo con Anthony. Myriam be
A la mañana siguiente Gerald sostenía una importante reunión en su casa, estaba trabajando desde ahí, pues no deseaba que nadie se enterara de que se sometió a un procedimiento médico. —Señor Lennox, buenos días, vine apenas me llamó —indicó un corpulento hombre de edad media, vestido de negro. —Gracias por acudir —expuso Gerald al investigador y con un gesto de su mano lo invitó a tomar asiento—, necesito saber todo acerca de la vida de una persona —indicó y le dio los datos de Myriam. El investigador anotó en su agenda. —En una semana tendrá los datos. Gerald negó con la cabeza. —Tienes veinticuatro horas para darme la información que necesito —ordenó. —Eso es imposible señor Lennox, si requiere datos certeros nos lleva más tiempo. —Tienes cuarenta y ocho horas, o buscaré a alguien más competente —indicó con seriedad. El agente frunció los labios, asintió. —Tendrá la información —aseveró, se despidió y abandonó la casa. Gerald inspiró profundo, ansiaba saber có
Los labios de Myriam se abrieron en una gran O, y su corazón empezó a palpitar. —¿Está bromeando? —indagó, pues sus jefes, aunque eran buenos, también se caracterizaban por ser muy tacaños. La mujer al otro lado de la línea carcajeó. —Entiendo que esto es nuevo para usted, pero con la nueva administración las cosas van a cambiar —explicó—, esperamos la pronta recuperación de Anthony, y tu regreso a la naviera. Los labios de Myriam temblaron de la impresión, y de sus ojos un gran torrente de lágrimas bajó, era como si la vida les estuviera dando una segunda oportunidad a ella y Tony. —Muchas gracias, no tiene idea de lo que eso significa para mí —expresó con voz temblorosa—, espero estar pronto en la naviera, pero si algo necesitan no duden en llamarme y veré la forma de ir —explicó. —Tranquila, solo necesitamos que vengas a la oficina de trabajo social, firmes unos documentos, para que nosotros nos hagamos cargo del tratamiento de tu hijo. —Mil gracias —reiteró y colgó la llama
El fuerte aroma de alcohol despertó a Myriam, parpadeó y lo primero que vio fue unos ojos azules similares a los de Anthony, entonces recordó lo que había pasado. —¿Se siente mejor señorita Bennett? —indagó el jefe de recursos humanos. Ella asintió y luego observó a Gerald confundida, no sabía a ciencia cierta quien era él en realidad, y qué hacía ahí, eso no podía ser una coincidencia. Myriam se estremeció y lo supo, la nota que ella le envió fue clara, y conociéndolo, él no se iba a quedar de brazos cruzados. «¿Y si me quiere quitar a Tony?» pensó, y percibió un escalofrío recorrer su columna. —Creo que la señorita necesita oxígeno —indicó Gerald, entonces el jefe de recursos humanos salió de la oficina, y los dejó solos. —Así que ahora pretendes lavar tu conciencia —expuso Myriam sin reparos. —¿Cuánto durará tu obra de caridad? O ¿Piensas volver a humillarme despidiéndome en delante de todos? —indagó y lo enfrentó sin temor. Gerald apretó los dientes, comprendía su enoj
La mirada de Gerald se iluminó por completo, al enfocarse en el pequeño, sonrió al verlo dando pasitos en su andador, y agitando sus manitas, había recuperado el color en el rostro, y llevaba en la cabeza un gorrito del mismo tono que el pijama, pues hacía frío. —Necesito lavarme las manos —le dijo a Myriam, sin dejar de ver al niño, no lograba descifrar lo que sentía en ese instante, era una extraña mezcla, entre alegría, emoción, tristeza, enojo con él mismo, él no era bueno para demostrar sus sentimientos. —Ven por aquí —indicó ella y lo llevó por el pasillo al baño. Gerald se lavó las manos y las desinfectó con alcohol, luego cuando salió a la sala, notó que era un apartamento muy pequeño, con dificultad Tony lograba moverse, aunque estaba amoblado era evidente que así lo rentó, y de nuevo volvió a sentirse culpable por haberla despedido sin justificación. Entonces notó que Myriam tenía en sus brazos al bebé. —Ya se cansó —comentó. —Se ve muy sano —dijo él carraspeando.