Los labios de Myriam se abrieron en una gran O, y su corazón empezó a palpitar. —¿Está bromeando? —indagó, pues sus jefes, aunque eran buenos, también se caracterizaban por ser muy tacaños. La mujer al otro lado de la línea carcajeó. —Entiendo que esto es nuevo para usted, pero con la nueva administración las cosas van a cambiar —explicó—, esperamos la pronta recuperación de Anthony, y tu regreso a la naviera. Los labios de Myriam temblaron de la impresión, y de sus ojos un gran torrente de lágrimas bajó, era como si la vida les estuviera dando una segunda oportunidad a ella y Tony. —Muchas gracias, no tiene idea de lo que eso significa para mí —expresó con voz temblorosa—, espero estar pronto en la naviera, pero si algo necesitan no duden en llamarme y veré la forma de ir —explicó. —Tranquila, solo necesitamos que vengas a la oficina de trabajo social, firmes unos documentos, para que nosotros nos hagamos cargo del tratamiento de tu hijo. —Mil gracias —reiteró y colgó la llama
El fuerte aroma de alcohol despertó a Myriam, parpadeó y lo primero que vio fue unos ojos azules similares a los de Anthony, entonces recordó lo que había pasado. —¿Se siente mejor señorita Bennett? —indagó el jefe de recursos humanos. Ella asintió y luego observó a Gerald confundida, no sabía a ciencia cierta quien era él en realidad, y qué hacía ahí, eso no podía ser una coincidencia. Myriam se estremeció y lo supo, la nota que ella le envió fue clara, y conociéndolo, él no se iba a quedar de brazos cruzados. «¿Y si me quiere quitar a Tony?» pensó, y percibió un escalofrío recorrer su columna. —Creo que la señorita necesita oxígeno —indicó Gerald, entonces el jefe de recursos humanos salió de la oficina, y los dejó solos. —Así que ahora pretendes lavar tu conciencia —expuso Myriam sin reparos. —¿Cuánto durará tu obra de caridad? O ¿Piensas volver a humillarme despidiéndome en delante de todos? —indagó y lo enfrentó sin temor. Gerald apretó los dientes, comprendía su enoj
La mirada de Gerald se iluminó por completo, al enfocarse en el pequeño, sonrió al verlo dando pasitos en su andador, y agitando sus manitas, había recuperado el color en el rostro, y llevaba en la cabeza un gorrito del mismo tono que el pijama, pues hacía frío. —Necesito lavarme las manos —le dijo a Myriam, sin dejar de ver al niño, no lograba descifrar lo que sentía en ese instante, era una extraña mezcla, entre alegría, emoción, tristeza, enojo con él mismo, él no era bueno para demostrar sus sentimientos. —Ven por aquí —indicó ella y lo llevó por el pasillo al baño. Gerald se lavó las manos y las desinfectó con alcohol, luego cuando salió a la sala, notó que era un apartamento muy pequeño, con dificultad Tony lograba moverse, aunque estaba amoblado era evidente que así lo rentó, y de nuevo volvió a sentirse culpable por haberla despedido sin justificación. Entonces notó que Myriam tenía en sus brazos al bebé. —Ya se cansó —comentó. —Se ve muy sano —dijo él carraspeando.
—No sé si te informaron que uno de los barcos se dañó y que tardaran tres semanas en repararlo —informó. —Para eso eres la gerente, busca soluciones, no me llames para que yo de las respuestas —expuso resoplando. —Sé muy bien qué hacer —refutó ella—, solo te llamaba a avisar que por el momento pediré que me alquilen otro navío —indicó molesta—, ese gasto no está contemplando en el presupuesto, por eso requiero tu autorización —masculló resoplando. —¡Haz lo que creas conveniente! —exclamó elevando el tono de voz. —A mí no me levantes la voz Gerald Lennox, no tengo la culpa de tu mal humor, ve y busca con quién desquitarte, conmigo no. —¡Myriam! —gritó con fuerza. Ella colgó la llamada y lo dejó con la palabra en la boca. La asistente de Lennox dejó caer los lápices de la impresión, pues jamás nadie en la empresa era capaz de cuestionarlo, y menos de dejarlo con la palabra en la boca. —¿Qué quieres? —gruñó. —Lo… esperan para la junta —avisó temblando. Gerald resopló y
—Dijiste que no había pasado nada entre esa mujer y tú. ¿Mentiste? —cuestionó. Gerald rodó los ojos y resopló. —No mentí, entre ella y yo, no pasó nada esa noche, las cosas se fueron dando después —mintió. Kevin lo contempló atento. —Pero qué relación tan extraña, recuerdo que le lanzaste en la cara el dinero de la indemnización, y ahora resulta que se van a casar. —Negó con la cabeza—, ahora sí reitero lo que siempre he pensado de ti, estás loco. —Carcajeó. Gerald miró desde aquel lugar a su prometida, en medio de varios periodistas, la piel se le erizó por completo. —Debo ir con Myriam —comentó y a zancadas se aproximó. —No vamos a dar declaraciones acerca de nuestro romance —escuchó que decía ella—, esta reunión se hizo para celebrar la compra de Shipmovier —indicó—, así que si desean hablar de la compañía con gusto responderé, si me pregunta algo de mi vida privada, me negaré a contestar. —Sonrió y observó a Gerald. Lennox liberó un suspiro. —Ya escucharon a mi no
Gerald llegó a su casa, se quitó la corbata, y el saco, se quedó pensativo, tomó la fotografía del pequeño y lo observó con ternura. —No voy a permitir que nadie te lastime y mucho menos que ese infeliz de Raymond Wilson ocupe mi lugar —sentenció—, vamos a estar juntos, y te enseñaré tantas cosas. —Parpadeó y la voz se le quebró—, yo no seré igual que mi padre —aseguró. Luego observó a Myriam, y resopló, ahí entendió que esa mujer tendría que traspasar los muros de su privacidad, que tendría que narrarle parte de su vida, para qué la falsa sonara a realidad. —Espero no me saques de quicio Myriam Bennett, eres experta en eso —recalcó, entonces tomó su iPad, y empezó a redactar sus condiciones—. No habrá intimidad —fue lo primero que anotó—. No me dejarás en ridículo en delante de mis empleados. —Tipeó—, tampoco vas a hacer tu voluntad, tendrás que obedecer mis reglas —fue lo tercero que puso, y así siguió su lista. **** Al día siguiente mucho antes que el despertador de Myriam
Anne asintió y dio vuelta, Gerald suspiró profundo, pues sabía que no dudaría en contarle a Helena sobre Tony. Myriam lo observó atenta. —¿No vives en la misma casa con tu madre? —indagó con curiosidad. Gerald la invitó a tomar asiento en una sala en medio del gran jardín. —Hace años, mi hermano y yo, éramos adolescentes —empezó a hablar y la voz se le cortó—, regresábamos con mi madre del colegio, ella iba conduciendo, tuvimos un accidente —relató. Myriam notó como la respiración se le agitaba, y el pecho de Gerald subía y bajaba. —¿Qué sucedió? —cuestionó. —Mi hermano… Falleció —expuso y se puso de pie, le entregó el bebé a Myriam, y se acercó a una barra de madera, con las manos temblorosas se sirvió un vaso con agua. —¿Estás bien? —cuestionó Myriam con curiosidad. Gerald presionó los parpados, inhaló y exhaló varias veces. —Estoy bien —respondió—, no me agrada que me consuelen, ni me tengan lástima —indicó y volvió a ser el mismo hombre frío y déspota. Myriam
—¡Señora Helena! —exclamó agitada Anne entrando a la habitación de la señora. —¿Qué ocurre? —cuestionó arrugando la frente. Anne inhaló profundo. —El señor Gerald está en su casa con una mujer, y tiene un bebé… Es igualito a él —declaró. —¿Qué cosa? —inquirió Helena entornó los ojos sin poder creerlo—, ayúdame a subir a la silla de ruedas y llévame, quiero conocer a ese niño —suplicó. Anne obedeció de inmediato las órdenes de su patrona, y la ayudó a subir a la silla, peinó su larga cabellera negra y la sacó de la habitación. ***** Entre tanto luego de exponer sus reglas, Gerald le daba un recorrido a Myriam y al niño por los jardines de la casa, deseaba que ella se familiarizara con el entorno. Él cargaba al niño en sus brazos, el pequeño enfocaba su azulada mirada en todo lo que se movía y llamaba su atención, señalaba con sus deditos los pájaros, el agua que corría por aquella laguna, las flores. —Es muy curioso —comentó Gerald y lo observó con ternura. —Es un be