Espero hayan disfrutado este capítulo, hoy he estado con mucho trabajo, así que no les ofrezco otro, quizás en unas hora más adelante, sino mañana. No olviden las reseñas.
Los amplios jardines de la mansión Lennox estaban decorados con rosas rojas y blancas, sillas vestidas de dorado y azul, estaban acomodadas en hileras frente al altar. El sitio donde los novios contraerían nupcias estaba adornado con cortinas de seda blancas y flores del mismo tono. Desde temprano los organizadores ultimaban detalles. Anne fue por la novia, golpeó la puerta de la habitación de Gerald. —¿Quién? —indagó él, aún somnoliento, aferrado al cuerpo de su futura esposa. —Vine por la novia, no puedes verla antes de la boda —replicó al otro lado de la puerta. —¿Puedo pasar? ¿Están vestidos, tortolitos? —indagó y carcajeó. Myriam talló sus ojos, parpadeó aún adormecida, entonces se sentó de golpe. —¡La boda! ¡Tony! —exclamó y se puso de pie. Gerald ladeó los labios, y los mordió, la recorrió con la mirada. —¿Vas a salir así? —cuestionó. Myriam se dio cuenta de su desnudez, y por instinto se cubrió. —Cierra los ojos —ordenó. Él carcajeó, divertido. —Parece
—Por favor escúchame —suplicó sollozante—. No te cases, yo sé que lo vas a hacer por despecho, y que me amas —expresó lloriqueando. Gerald negó con la cabeza, rodó los ojos. —Bianca, déjame en paz —solicitó con firmeza—, además yo jamás dije que te amaba —refutó hablando con voz fuerte—, yo no te amo, de la única persona de quien estoy enamorado es de Myriam Bennett —declaró. —¡No es cierto! —gritó Bianca. —¡Mientes! —lloró con desespero—, si te casas con Myriam, yo… Acabaré con mi vida, y todo será tu culpa. Gerald sintió un escalofrío, jamás imaginó que Bianca tuviera esos alcances, pero no iba a caer en sus chantajes.—No voy a caer en tus juegos —enfatizó—, no me molestes más. —Colgó la llamada, y sacudió su cabeza. *Faltaban diez minutos para las doce del día, Gerald bajó al jardín para recibir a sus invitados. La mirada de Helena se iluminó al verlo, y su corazón se estremeció, entonces le pidió a Anne que empujara la silla de ruedas hacia donde estaba su hijo. —Te ve
Todos los periodistas enfocaron su atención en la joven y empezaron con un interrogatorio, Noemí respondió con la verdad. —Yo he sido pareja de Raymond desde que él echó a mi hermana de su vida —confesó—, es todo lo que puedo decir, ese hombre no se merecía a Myriam, me alegro de que ella ahora sea feliz con alguien que en verdad la ama, y que mi sobrino tenga una familia, eso es lo que debe importar, nada más. —Giró y se alejó a toda prisa, desapareciendo de la mansión. Myriam suspiró profundo, y por primera vez su corazón se emocionó ante un gesto de Noemí, que jamás ella imaginó que tendría, rogó porque algún día su hermana fuera feliz, y encontrara un amor. Los periodistas ya no hicieron más preguntas, y se retiraron, entonces la fiesta comenzó. Myriam aún seguía tensa, pero los fuertes brazos de su esposo la cobijaron para darle valor. En horas de la noche la pareja se despidió de Anne y Helena. —Les encargamos mucho a Tony, cualquier cosa nos llaman —solicitó Myriam, b
Gerald llegó al hospital y subió al piso en donde tenían internada a Bianca, al salir del elevador un montón de periodistas lo acribillaron con preguntas. —¿Es cierto que la señorita Bianca lo hizo por despecho? ¿Por qué está aquí interesado por ella y no con su esposa? —Fueron varias de las preguntas que escuchó y que él no respondió. Observó a los periodistas con profunda frialdad, y se abrió paso en medio de ellos, se acercó a Isis. —¡Por tu culpa! —gritó ella sollozando y lo golpeó en el pecho. Los recuerdos de la adolescencia, y la culpa que cargaba luego de la muerte de Henry se agolparon en su mente, no podía cargar con otra muerte en su conciencia, aunque lo de Bianca no era culpa suya, sin embargo, no dejaba de sentir ese sentimiento que lo atormentaba. —Ella lo hizo por voluntad —refirió con voz seca. —Porque la despreciaste, te casaste con esa mujerzuela, arribista e interesada. —¡Cállate! —rugió Gerald iracundo—, a mi mujer la respetas, no voy a permitir que
En industrias Wilson un gran caos se vivía. En la sala de juntas, varios gritos retumbaban en las paredes. —Esta empresa se está cayendo en pedazos, y tú: Raymond, metido en líos de faldas —gritó arrugando la frente: Jacob Wilson, el padre de Ray, soltando sobre la mesa el diario donde se había publicado las declaraciones de Noemí. —Eso que publicaron no es cierto —balbuceó ceñudo—. Myriam y Noemí siempre han estado enamoradas de mí —aseguró. —Deja de mentir —gruñó Kendra—, te he justificado muchas cosas, porque eres mi único hijo, pero yo, vi muchas veces a Noemí saliendo del edificio en el que vivías con Myriam. ¿Cómo pudiste? —cuestionó negando con la cabeza. Raymond apretó los puños y vociferó. —Ustedes querían tanto un nieto —rugió—, y yo le exigí a Myriam que me diera un hijo, sin importar la manera en la que lo consiguiera —declaró al verse perdido. —¿Qué? —rugió Jacob, sintiendo un hormigueo en su brazo izquierdo. —¿Cómo pudiste llegar tan bajo? Ray se llevó las ma
Luego de compartir ese momento íntimo en la alcoba del avión, un par de horas después desde la cabina solicitaron colocarse los cinturones de seguridad y avisaron que estaban sobrevolando la pista del aeropuerto del Cuzco en Perú. Myriam abrió sus ojos con amplitud, y se llevó la mano al pecho. —¿Cómo lo supiste? —indagó lo observó con la mirada brillante. Gerald se aclaró la voz. —Tiene sus ventajas el hecho de que mi mejor amigo, se acueste con tu mejor amiga —indicó. Myriam soltó una risilla nerviosa. —Tenía que ser la chismosa de Elsa —refutó y luego suspiró profundo—, cuando éramos felices, mi madre me contaba hermosas leyendas de su país, en especial de Machu Picchu, decía que era el lugar de más tradición del Perú, siempre quise venir. —Pues bienvenida al Cuzco, señora Lennox —informó él al instante que aterrizaron. Myriam lo abrazó, y enseguida él la ayudó a bajar, tomaron sus equipajes, pasaron los controles migratorios con normalidad y salieron del aeropuerto,
Era de noche y una bruma de niebla cubría los alrededores de la montaña, un viento frío hacía balancear las hojas de los árboles. La mirada fría de Gerald se enfocaba en aquel paisaje, sus manos sostenían una humeante taza de café, que minutos antes había solicitado. El aroma de aquel elixir mágico se coló por sus fosas nasales, de inmediato le dio un sorbo, y aquella concentración, jamás antes había sido degustada por su exigente paladar. Elevó una ceja, decidido a averiguar quiénes eran los fabricantes de aquel delicioso café. Enfundando en unos elegantes pantalones de vestir beige y una camisa celeste, esperaba que su esposa estuviera lista para bajar a cenar. Seguía contemplando el paisaje y deleitándose con aquel delicioso café que viajaba por su garganta, cuando escuchó el carraspeo de la garganta de su esposa. Gerald giró, separó los labios, al verla enfundada en un vestido rojo de las mismas características del día que la conoció. Ese color hacía resaltar el tono bronce
Urubamba- Perú. Al día siguiente Myriam y Gerald se colocaron ropa adecuada para conocer el valle. —Abrígate bien —sugirió ella a su esposo y le acomodó el cuello de la chaqueta—, dicen que el mal de la altura en la montaña es peligroso, no me gustaría que te enfermes —expresó con ternura. Gerald inhaló profundo al escucharla, su corazón se conmovió. —Es lindo tener a alguien que se preocupa por uno —mencionó y la abrazó, estrechándola entre sus brazos—, también abrígate, no deseo que te pase nada malo —expresó con sinceridad y le besó la frente. Enseguida salieron de la alcoba y en el lobby el encargado del tour, le entregó barras energéticas a base de quinua, y caramelos elaborados con hojas de coca para contrarrestar el mal de la altura. Al llegar a la salida Alex y María Dolores los saludaron, y los invitaron a ir junto a ellos en la caminata. Gerald y Myriam no se negaron, con las manos entrelazadas empezaron el recorrido por antiguas y estrellas calles adoquinadas, e