Gerald llegó a su casa, se quitó la corbata, y el saco, se quedó pensativo, tomó la fotografía del pequeño y lo observó con ternura. —No voy a permitir que nadie te lastime y mucho menos que ese infeliz de Raymond Wilson ocupe mi lugar —sentenció—, vamos a estar juntos, y te enseñaré tantas cosas. —Parpadeó y la voz se le quebró—, yo no seré igual que mi padre —aseguró. Luego observó a Myriam, y resopló, ahí entendió que esa mujer tendría que traspasar los muros de su privacidad, que tendría que narrarle parte de su vida, para qué la falsa sonara a realidad. —Espero no me saques de quicio Myriam Bennett, eres experta en eso —recalcó, entonces tomó su iPad, y empezó a redactar sus condiciones—. No habrá intimidad —fue lo primero que anotó—. No me dejarás en ridículo en delante de mis empleados. —Tipeó—, tampoco vas a hacer tu voluntad, tendrás que obedecer mis reglas —fue lo tercero que puso, y así siguió su lista. **** Al día siguiente mucho antes que el despertador de Myriam
Anne asintió y dio vuelta, Gerald suspiró profundo, pues sabía que no dudaría en contarle a Helena sobre Tony. Myriam lo observó atenta. —¿No vives en la misma casa con tu madre? —indagó con curiosidad. Gerald la invitó a tomar asiento en una sala en medio del gran jardín. —Hace años, mi hermano y yo, éramos adolescentes —empezó a hablar y la voz se le cortó—, regresábamos con mi madre del colegio, ella iba conduciendo, tuvimos un accidente —relató. Myriam notó como la respiración se le agitaba, y el pecho de Gerald subía y bajaba. —¿Qué sucedió? —cuestionó. —Mi hermano… Falleció —expuso y se puso de pie, le entregó el bebé a Myriam, y se acercó a una barra de madera, con las manos temblorosas se sirvió un vaso con agua. —¿Estás bien? —cuestionó Myriam con curiosidad. Gerald presionó los parpados, inhaló y exhaló varias veces. —Estoy bien —respondió—, no me agrada que me consuelen, ni me tengan lástima —indicó y volvió a ser el mismo hombre frío y déspota. Myriam
—¡Señora Helena! —exclamó agitada Anne entrando a la habitación de la señora. —¿Qué ocurre? —cuestionó arrugando la frente. Anne inhaló profundo. —El señor Gerald está en su casa con una mujer, y tiene un bebé… Es igualito a él —declaró. —¿Qué cosa? —inquirió Helena entornó los ojos sin poder creerlo—, ayúdame a subir a la silla de ruedas y llévame, quiero conocer a ese niño —suplicó. Anne obedeció de inmediato las órdenes de su patrona, y la ayudó a subir a la silla, peinó su larga cabellera negra y la sacó de la habitación. ***** Entre tanto luego de exponer sus reglas, Gerald le daba un recorrido a Myriam y al niño por los jardines de la casa, deseaba que ella se familiarizara con el entorno. Él cargaba al niño en sus brazos, el pequeño enfocaba su azulada mirada en todo lo que se movía y llamaba su atención, señalaba con sus deditos los pájaros, el agua que corría por aquella laguna, las flores. —Es muy curioso —comentó Gerald y lo observó con ternura. —Es un be
—Me culpa del accidente —indicó—, yo no logro recordar que pasó, tengo una especie de laguna mental de ese momento, pero ella afirma que yo tuve que ver —expresó con voz trémula. Myriam presionó los labios. —Si te hace sentir mejor, mi madre también me culpa del abandono de mi papá, dice que yo debí detenerlo, manipularlo para estar a nuestro lado —explicó—, no me perdona que no le haya rogado para que abandonara a su amante —confesó y bebió un sorbo de vino. —¿Qué sientes por tu madre? —indagó y clavó su profunda mirada en ella. Myriam inhaló profundo. —Lástima, tristeza, intenté acercarme, pero me rechaza, me da pesar su situación, pero no puedo hacer más —indicó. —¿Y tú? Gerald se quedó en silencio, bebió de su copa, y evadió la pregunta. —Creo que tenemos todo listo para empezar la falsa —indicó—, mañana traerás tus cosas, viviremos juntos. Myriam tomó una gran bocanada de aire. —Se me olvidó decirte que mi amiga Elsa debe venir a visitarme, no me puedes prohibir
Gerald bebió un sorbo de café. —Bueno al menos estás consciente que es una locura. —Sonrió—, jamás pensé verte casado —se mofó de su amigo. En ese momento uno de los camiones de la compañía ingresó por el estacionamiento, y varios estibadores ayudaron con las cajas de Myriam, mientras ella y su amiga Elsa bajaban del auto que mandó Gerald a recogerla. —¡Cuñada! —exclamó Kevin y se acercó a saludarla, bromeando. Gerald frunció los labios y le brindó a su amigo una mirada llena de reproche. —Hola —saludó Myriam. Enseguida Kevin observó al pequeño. —Es idéntico a Gerald, pero aquí entre nos, esperemos no saque su carácter. —Carcajeó. Elsa soltó una risotada al escucharlo, miró a Gerald a lo lejos y agitó su mano. —Hola, cuñado —bromeó ella también. Myriam la golpeó con el codo. —Deja de burlarte —solicitó. —En vista que la mal educada de mi amiga no nos ha presentado, soy Elsa Vanegas, la mejor amiga de Myriam —estiró su mano y observó con una sonrisa a Kevin. El
—Señora Helena, sé que le han dado malas referencias de mi persona, pero creo que todos tenemos derecho al beneficio de la duda —indicó y se reflejó en la azulada mirada de la dama—, sé bien que no soy la mujer indicada para su hijo, sin embargo, soy la madre de su nieto, y eso no lo puede cambiar, me agradaría tener la oportunidad de conocerla, y que usted lo haga conmigo. Helena inhaló profundo, la garganta se le secó, observó a Anne quien se veía muy conmovida, la enfermera asintió, y por dentro de los bolsillos de su uniforme, cruzó los dedos, anhelando que su patrona aceptara la propuesta. La señora Lennox elevó su rostro y observó a los ojos a Myriam. —Con una condición —expresó. —¿Cuál? —averiguó Myriam. —Que traigas al niño todos los días —solicitó y besó la frente del chiquillo. Myriam se conmovió de la mujer hasta la médula, le brindó una cálida sonrisa. —Por supuesto —respondió. —Claro que no —refutó Gerald—, yo no voy a permitir que esta señora le destroce
Kevin ingresó a la oficina de Gerald, y lo encontró comiendo unas uvas que Myriam le había llevado. —¡No lo puedo creer! —exclamó—, el todopoderoso señor Lennox comiendo en la oficina —bromeó—, veo que Myriam está haciendo milagros. Gerald parpadeó y resopló. —¿A qué te refieres? —cuestionó. Kevin rodó los ojos. —Es una mujer de buen corazón, después de como la trataste ayer, si yo fuera ella, no te dirigía ni la palabra —enfatizó—; sin embargo, te trajo el desayuno, como una esposa abnegada y preocupada por su marido —recalcó—, y lo más interesante es que estás comiendo lo que te preparó. —Sonrió—, así que ella tiene el poder de transformarte y sacar las cosas buenas que tienes escondidas en el fondo de tu corazón. Gerald finalizó de comer una de las uvas, y se quedó pensativo, no hizo ningún comentario al respecto; sin embargo, sintió curiosidad de saber qué cara pondría Myriam al entrar a su oficina. ****Myriam saludó a prisa a sus colaboradores y caminó a prisa a su oficin
Myriam ladeó los labios, aunque las empleadas de la boutique pensaron que ella se miraba en el espejo, su vista se hallaba anclada en la expresión de Gerald, fue inevitable que su estómago no se encogiera al notar como esa fría mirada se transformó en fuego, y le quemó la piel, sus entrañas se apretaron, y por un instante ambos anhelaron lo mismo, pero al igual que Gerald un resquicio de conciencia se apoderó de la mente de ella. «Esto no está bien» se dijo así misma. «A él le interesa Bianca» se repitió en la mente, y eso causó dolor, entonces sacudió su cabeza y volvió al vestidor. Tras probarse varias prendas más, entre vestidos, faldas, blusas, pantalones, y adquirir varios zapatos, bolsos y bisutería, partieron rumbo a casa. En el auto de nuevo aquel incómodo silencio apareció; Myriam deslizó sus dedos hacia el reproductor de música, aunque parecía que a Gerald no le agradaba, sin embargo, él parecía tan concentrado en la carretera, que no se inmutó. «Al otro lado de la l