La noticia del embarazo agradó a Raymond; sin embargo, al enterarse de que era una situación de alto riesgo, decidió no decir nada a su familia, hasta asegurarse que su esposa no perdiera al bebé.
Debido al estado de Myriam, andaba de mal humor, puesto que por recomendación de la ginecóloga su mujer no podía tener relaciones.
—Te veo muy estresado —dijo Noemí, la media hermana de Myriam.
La joven laboraba como asistente de Raymond, por pedido de la esposa de este, a pesar de que ambas tenían una pésima relación, Myriam había decidido darle una última oportunidad a su media hermana.
—¿Trajiste el informe que te pedí? —cuestionó Ray sin mirarla.
—Por supuesto —respondió ella y se aproximó a él, al instante que colocó la carpeta en la mesa se inclinó mostrando su amplio escote—, yo soy mucho más eficiente que mi hermanita —masculló con molestia.
La mirada de Ray se clavó en esos voluptuosos pechos, elevó una de sus cejas.
—Interesante —mencionó, y la barrió de pies a cabeza.
Noemí era una muchacha delgada, de estatura mediana, solía vestirse de manera atrevida, a pesar de que Myriam había ordenado que se colocara el uniforme, no hacía caso, siempre llevaba tacones de aguja, minifaldas muy cortas, y las blusas con los botones abiertos mostrando sus voluptuosos senos.
Al notar el efecto que causó en su cuñado, se colocó detrás de él, y empezó a darle un masaje en el cuello.
—Parece que mi hermana no te atiende bien —murmuró y prosiguió con aquellas placenteras caricias—, yo podría atenderte mejor que ella —insinuó.
Raymond carraspeó, y sintió que su cuerpo empezaba a despertar, pero era un hombre demasiado inteligente, y no le convenía que alguien en su empresa lo viera con su cuñada, así que, luego de aclararse la voz le pidió a Noemí dejarlo solo. Sin embargo, ella no se iba a dar por vencida. Estaba decidida a quitarle el marido a su hermana. Siempre desde niñas la envidió, y deseaba todo lo que Myriam poseía, y eso incluía a Raymond Wilson y su fortuna.
****
Myriam revisaba unas guías de exportación en su oficina, en la empresa naviera en la cual laboraba, desde que se casó con Raymond, bostezaba a cada instante, cansada.
—Debes ir a descansar —propuso una de las compañeras de la chica, al verla cabeceando frente al computador.
Myriam rascó su nuca, no le había dicho a nadie de su embarazo, cubrió con su mano un bostezo.
—Tienes razón —informó, miró la hora, era temprano, tomó su abrigo, su bolso, salió de su oficina, y fue directo a su apartamento.
Cuando giró la cerradura sintió que la sangre se le iba al piso, miró varias prendas de ropa regadas en el pasillo, a medida que avanzaba escuchaba fuertes gemidos en su habitación.
—¡No puede ser! —exclamó percibiendo como el ritmo cardíaco se le disparaba, entonces se armó de valor y abrió de golpe la puerta. Se quedó petrificada al ver a su hermana desnuda encima de su marido, gimiendo y jadeando como dos poseídos—. Buenas tardes —masculló Myriam percibiendo su vida derrumbada en cuestión de segundos, los observó a ambos con profunda decepción, salió de la alcoba azotando la puerta.
Raymond de inmediato apartó el cuerpo de Noemí lanzándola a la cama, se colocó los bóxeres y salió corriendo detrás de su esposa, quién se encontraba recargada en el pasillo.
—Déjame explicarte —solicitó, intentó aproximarse a su mujer.
—No te acerques —rugió Myriam con el rostro empañado de lágrimas y los ojos acuosos. Su mirada reflejaba tristeza, también culpa. Temblaba, luego de lo sucedido aquella noche. No tenía el valor para cuestionar a su marido, pero le dolía en el alma, que fuera con Noemí—, entonces mi hermana es tu… Amante —balbuceó.
—¡No! —exclamó él agarrándose el cabello—, ella me sedujo, tú la has visto cómo anda por la empresa, provocando a los hombres, me sentía solo, desde que estás embarazada no tenemos contacto físico —se disculpó intentando culparlas a ambas de su desliz. —Sujetó del brazo a su mujer.
Myriam lo miró con profunda decepción y se soltó de su agarre.
—Necesito poner en claro mis ideas y emociones —expresó y sin darle tiempo a que él siguiera hablando, salió de la casa envuelta en un mar de lágrimas.
Raymond apretó los puños, y se sobó el rostro con ambas manos, desesperado, no podía perder al bebé, necesitaba ese hijo, así que tenía que encontrar la manera de contentar a su mujer, a como diera lugar.
Noemí en la habitación, sonreía victoriosa y rodaba en la cama jugueteando, acariciando las sábanas de seda en la cuales su hermana compartía el lecho con su marido.
*****
Myriam ingresó de un solo golpe al consultorio de su mejor amiga Elsa, quién al verla llorando se levantó de inmediato.
—¿Te sientes bien? —indagó y la sostuvo, al ver que Myriam casi no podía mantenerse en pie, entonces la llevó a un sillón para que se sentara—. Di algo, por favor —suplicó.
La mujer no dejaba de llorar, abrazó a su amiga y luego de soltar el llanto, habló.
—Quiero que me saques a este bebé, ya no lo deseo —solicitó, sin darse cuenta de la magnitud de sus palabras, debido a que en ese instante, solo el dolor y el rencor imperaban en su mente.
Elsa arrugó el ceño, sin comprender, pues era testigo de lo mucho que luchó Myriam por quedar embarazada.
—No entiendo, insististe con una nueva fertilización, a pesar de que las que realizamos en el pasado, fallaron —rememoró—, un aborto no sería conveniente para tu salud, hay riesgos mayores —expuso con ternura—. ¿Qué sucedió?
Myriam sorbió su nariz con un pañuelo, y observó a los ojos a Elsa.
—Encontré a Noemí y Raymond sosteniendo relaciones en nuestra propia cama —soltó percibiendo que el pecho le ardía.
Elsa cubrió su boca con su mano, conocía bien a la media hermana de Myriam, pero jamás imaginó que llegaría tan lejos con tal de dañarla.
—Son unos desgraciados —refutó y acarició el cabello de su mejor amiga. —¿Qué piensas hacer? —cuestionó.
Myriam volvió a llorar y negó con la cabeza.
—No tengo idea —murmuró. —¿Cómo puedo hacer un reclamo, si también siento culpa por dentro? —cuestionó.
Elsa negó con la cabeza.
—Tu caso es distinto, no lo hiciste con intención de engañarlo, ni siquiera estabas consciente, en cambio, ellos…
Myriam presionó los labios.
—Como haya sido, si esa noche ocurrió algo, consciente o no, también lo engañé. —Soltó su llanto.
Elsa la consoló y la llevó a su apartamento, y que de esa forma su amiga se calmara, y pensara mejor las cosas.
*****
Con grandes ojeras y los ojos rojos e hinchados, Myriam se presentó en su oficina, al día siguiente; se había quedado en el apartamento de Elsa, durante toda la noche, cuando ingresó a su despacho, parpadeó al mirar a su esposo, esperándola.
—¿Qué haces aquí? —murmuró en voz baja, y así evitar que sus compañeros escucharan la discusión.
Raymond se puso de pie, era mucho más alto que ella, elegante, atractivo, de cabello rubio, y ojos azules, millonario, un hombre muy apetecido por las mujeres.
—Tenemos que conversar —expuso con firmeza—, hablé con tu jefe y te dará el día —informó. La agarró del brazo y la sacó del despacho.
Myriam no puso objeción, no deseaba que en su lugar de trabajo se enteraran de que su matrimonio iba en picada, sus compañeras la envidiaban por tener un marido como Raymond, porque ella inventaba que era un hombre fiel, cariñoso, detallista, cuando en realidad era todo lo contrario.
Subieron al auto y en el camino ninguno de los dos dijo nada, como era costumbre, llegaron al apartamento, todo estaba impecable, sin rastro de traición, entonces miró a un hombre extraño en el sitio.
—Hay un problema con las persianas, el señor me está ayudando —explicó, el trabajador enseguida se dirigió a la alcoba—, toma asiento —ordenó Raymond, se acercó al bar, se sirvió un trago y luego se sentó frente a su esposa, la observó a los ojos—. No me agradan tus berrinches —resopló—, un desliz es algo normal en los matrimonios con problemas —expuso con cinismo, le acarició la mejilla.
Myriam frunció el ceño, no recordaba que las persianas estuvieran dañadas, pero eso no le interesaba en ese instante, bufó y negó con la cabeza.
—Eso no es justificación. ¿Si hubiera sido yo la infiel, pensarías igual? —recriminó ansiando conocer su respuesta, pues sentía que en algún momento terminaría por decirle lo del bar. —¿Por qué con mi hermana? —inquirió y la voz se le cortó—. Habiendo tantas mujeres en el mundo, ¿por qué con ella? —cuestionó y limpió con el dorso las lágrimas que rodaron por sus mejillas.
Raymond bebió de un solo golpe su trago.
—Te ves muy cansada, creo que debes dormir un rato, y luego charlamos, estas emociones no le hacen bien al bebe —expuso con dulzura.
Myriam no comprendía su actitud de marido abnegado, sin embargo, era cierto, se sentía muy débil, cansada, y de pronto con mucho sueño, que casi inmediato se quedó dormida.
Dos horas después la mujer despertó en su alcoba, algo aturdida, enseguida bajó de la cama, no deseaba estar en el mismo sitio que su marido y su amante. Cuando salió a la sala se encontró con Raymond.
—Tenemos una charla pendiente —dijo Myriam, y recordó que no había respondido a su interrogante. —¿Por qué con Noemí? —indagó con voz trémula.
Ray carraspeó y bebió de un solo golpe el trago.
—Tu hermana me encanta, no lo voy a negar, es muy diferente a ti, más desenvuelta en la cama —informó sin reparo alguno.
Myriam se acercó a él, percibiendo que la sangre hervía en sus venas al escucharlo, intentó abofetearlo, pero él la agarró con fuerza.
—No voy a permitir eso jamás —gruñó Myriam.
—Yo quiero una esposa sumisa, que obedezca mis órdenes, si no estás dispuesta a serlo, es mejor divorciarnos —propuso con frialdad.
Para Myriam fue como estar frente a un desconocido, atrás había quedado el hombre del cual se enamoró, aquel que le juró amor eterno, le dolió tanto, pero no iba a acceder a su juego.
—Me parece una buena opción el divorcio, pero dudo mucho que mi hermana desee someterse a un tratamiento de fertilización para darte un heredero. Ella cuida mucho su figura, y los bebés no están en sus planes —habló irguiendo su barbilla—. A toda mujer que se case contigo, tendrás que explicarle sobre tu problemita…—Cogió su bolso y salió del apartamento.
Raymond lanzó la copa que estaba sosteniendo contra la pared, respiró agitado y una idea se le vino a la mente, entonces bebió un par de tragos más, y salió a casa de sus padres. Cuando llegó se alborotó el cabello, y entró.
—Hola cariño, qué sorpresa —dijo Kendra la madre de él.
Ray abrazó a su mamá con fuerza.
—Madre, estoy destrozado —expresó y fingió sollozar.
La mujer abrió sus ojos azules con amplitud.
—¿Problemas con la empresa? —cuestionó.
Raymond negó con la cabeza.
—Es Myriam, mamá, esa mujer me ha estado engañando todo este tiempo, la encontré con otro hombre en nuestro apartamento, y está embarazada de ese sujeto. —Sacó su móvil y mostró fotos de su esposa abrazada en la cama con otro.
—¡Es una zorra! —escupió Kendra. —¿Cómo se atrevió? —bramó mirando aquellas imágenes con aberración.
Al escuchar los gritos, el padre de Raymond apareció en el salón y se enteró de lo ocurrido.
—Hay que destruir a esa mujer, debes divorciarte y dejarla sin nada —propuso y empezó a llamar a los abogados.
Sin embargo, Kendra no se quedó de brazos cruzados, no iba a permitir que alguna mujer engañara a su único hijo. Al día siguiente le pidió al chofer llevarla hasta la empresa donde laboraba Myriam.
Cuando ingresó no se anunció, pasó directo al despacho de su nuera, y sin decir nada la abofeteó en ambas mejillas.
Myriam se sobresaltó, y se sobó el rostro.
—¿Qué le pasa señora Kendra? —cuestionó percibiendo ardor en su cara.
—Eres una zorra, engañaste a Raymond con otro hombre —gritó enfurecida—. Ese bastardo que llevas en el vientre, jamás tendrá el apellido Wilson, oportunista —bramó, respirando agitada.
La barbilla de Myriam tembló al escucharla, y sintió como si le clavaran estacas en su corazón. Desde su oficina miró a sus compañeros murmurando.
—Eso no es cierto. ¿De dónde saca esas cosas? —inquirió con voz trémula.
—Raymond está devastado, el mismo te encontró con tu amante en el apartamento, vimos tus fotos, abrazada a él —vociferó Kendra—, aléjate de mi hijo, mala mujer —gritó.
Myriam parpadeó y se erizó al escucharla, intentó explicarle a su suegra que eso no era cierto, pero Kendra, no le dio oportunidad, cuando abandonó la oficina, Myriam dejó caer su cuerpo en el sillón.
—No, yo no lo engañé, no de la forma que piensan —susurró bajito mientras se limpiaba las lágrimas, entonces se estremeció al recordar que amaneció una noche en un hotel, rascó su cabeza intentando rememorar algo, pero nada se le venía a la memoria.
Se puso de pie, y caminó en su oficina, entre tanto las palabras de su suegra hacían eco:
«Te encuentras con tu amante en el apartamento que vives con mi hijo»
Myriam arrugó el ceño, entonces su corazón percibió una estocada.
—Ahora comprendo, me hiciste ir al apartamento, para tenderme una trampa, les dijiste a tus padres que te soy infiel —bramó apretando sus puños con fuerza.
—¡Maldita sea Raymond Wilson! —exclamó con voz trémula—. Me esforcé durante años para darte el gusto de tener un hijo, todas las veces que fui al centro de fertilidad, no me acompañaste, aludiendo que tenías trabajo, y cuando te contaba de lo doloroso que era el procedimiento, de todos los pinchazos en mi estómago, las molestias, jamás mostraste un ápice de preocupación. —Derramó varias lágrimas—. Y me pagas acostándote con mi hermana, no es justo —masculló percibiendo que el castillo de naipes que construyó junto a su esposo, empezaba a derrumbarse.
—¡Eres un descarado! —rugió—, pero buscaré las pruebas de mi inocencia, y le demostraré a todos que el infiel eres tú —sentenció con firmeza.
Varios días habían pasado luego de enterarse de la supuesta infidelidad de Myriam, para la familia de Raymond, ella era culpable. A la joven le parecía escuchar murmullos en todo lado, señalándola como una mujer inmoral, sin embargo aunque no compartía la alcoba con él, decidió quedarse en la misma casa, y demostrar su inocencia. En la empresa donde laboraba se enteraron del embarazo, pero no había inconveniente, hasta aquella mañana, en la cual ingresó a su oficina y se encontró un sobre en su escritorio. Myriam lo abrió y leyó la palabra: Despido, frunció el ceño, creyendo que la causa era el escándalo, y se dirigió a la oficina de su jefe. —Señor Hamilton, deseo conocer los motivos de mi despido —expuso sin atreverse a pasar. El hombre se acomodó los lentes, y se aclaró la voz. —Como sabes, desde hace meses hemos tenido bajos ingresos, y debemos hacer una reducción de personal —informó señalando con su mano que ingresara, y se sentara—. Sabemos bien que te mereces una mejo
*Al día siguiente Myriam se dirigió a la mansión de los Lennox, se identificó en la entrada como la nueva asistente de la señora Isis. Enseguida uno de los empleados la guio por los impresionantes jardines de aquella enorme casa, notó una enorme alberca, hermosos rosales, y una palapa de madera en medio, en donde una hermosa y atractiva mujer, descansaba sobre un cómodo sofá. —Señora Isis, esta es la mujer que envió el señor Gerald —informó. La señora Lennox se quitó las gafas y observó de pies a cabeza a Myriam, notó que era joven y hermosa, y supuso que su hijastro la mandó para espiarla, pues ellos no tenían muy buena relación. Myriam parpadeó sorprendida al darse cuenta de que la madre de su jefe era demasiado joven, no le agradó la forma en la que la miró, pero necesitaba el empleo, así que le brindó una sonrisa. —Soy Myriam Bennet, su nueva asistente —indicó y estiró su mano para saludarla. Con un gesto de desdén Isis correspondió con sequedad. —Espero que hagas bien tu
—¿Cómo te sientes? —cuestionó Elsa al día siguiente, acariciando el rostro de su amiga. —Mejor —respondió con voz frágil—. Gracias por salvar a mi bebé. —Parpadeó y derramó varias lágrimas. —Debes estar tranquila, y trabajar menos —indicó la especialista—, te advertí que tu embarazo era de riesgo. Myriam presionó sus labios, y acarició su vientre. —Tienes razón, pero si no hago lo que me piden, puedo perder el empleo —expresó sollozando. —Y si sigues laborando de esa forma, puedes perder a tu bebé, piénsalo —recomendó Elsa—, te daré el alta —informó, y salió de la habitación a revisar a otros pacientes. Myriam suspiró profundo y cerró sus ojos, entonces recordó que debía ir a trabajar, cogió su móvil que minutos antes le había entregado una enfermera, y observó que tenía un correo, sintió un escalofrío al ver que se trataba de su jefe. Se llevó la mano a la boca al darse cuenta de que había sido despedida. —¡No puede ser! —exclamó con el rostro empañado de lágrimas, enseg
Al día siguiente Luego de desayunar, Myriam llamó a Isis y le informó que llegaría tarde, entonces salió rumbo al despacho jurídico que Elsa le recomendó. ya contaba con casi cuatro meses de embarazo y su vientre empezaba a crecer.Cuando llegó al lugar, ingresó a paso lento por el pasillo, tocó la puerta de una oficina. —Adelante —se escuchó en la voz de un hombre. Myriam giró la perilla e ingresó. —Buenos días —saludó, y miró con atención al hombre detrás del escritorio. —Hola —respondió él, y se quedó contemplándola. Se puso de pie y sonrió. —¿Myriam? —¿Rubén? —cuestionó ella. Ambos asintieron y se estrecharon en un efusivo abrazo. —Tanto tiempo sin vernos, desde que terminamos el colegio —dijo él. —Así es —respondió ella con nostalgia—, no imaginé encontrarte en este lugar. Rubén la miró con cariño, y se dio cuenta de que estaba embarazada. —Me da gusto volver a verte —expresó con sinceridad. —¿Qué te trae por aquí? —indagó y la invitó a sentarse. Myriam tomó
Isis carcajeó ante la noticia. —Me muero por ver la cara de Gerald cuando lo hagas —expuso ladeando los labios—, deberías darle una lección —propuso—, en fin, ya te puedes marchar. Myriam sonrió. —¿Le ayudo con el pequeño? Isis negó con la cabeza. —No deseo que hagas esfuerzos, no quiero problemas —informó—, ya le pediré a una de las empleadas que lo lleve a la habitación, buenas tardes. —Qué descanse —dijo Myriam y se retiró. Con un adelanto que le hizo Isis de sueldo, Myriam decidió ir a comprarse un vestido, los que tenía ya no le quedaban y si debía enfrentar a Gerald Lennox debía hacerlo en igualdad de condiciones, no iba a permitir que aquel hombre con el corazón de piedra, la siguiera humillando. Fue al centro comercial, y miró un bonito y elegante vestido rojo, pero sí el indicado para lucir sobria y elegante, además pensó que, con unos arreglos, luego de que diera a luz, lo podría volver a usar. * —Buenos días —Gerald llegó a la empresa, saludó cuando salió
Myriam liberó un suspiro. —¿Le parece bien si le doy una respuesta mañana? —averiguó—, necesito pensar bien. —Perfecto, toma la tarde libre —propuso Isis. Myriam lo primero que hizo al abandonar el sitio fue ir al banco y abrir una cuenta de ahorros, luego pasó por el consultorio de Elsa, y le contó lo sucedido con Gerald. —Se aprovecha porque sabes que necesitas el dinero —refutó indignada y la abrazó. —Es un insensible, desde hoy lo llamaré Gerald corazón de piedra, aunque espero no volver a verlo jamás —expuso. Elsa frunció los labios, se quitó su bata de doctora, la colgó el perchero, y luego invitó a Myriam a cenar. En horas de la noche en la soledad de su alcoba, Myriam se cuestionaba sí hacía bien en regresar con Isis, entonces recordó el dulce rostro de Jeremy y lo bien que la pasaban juntos, así que decidió volver a cuidarlo. ***** Gerald se encontraba en la barra de un bar bebiendo un whisky, solo. Las palabras de Myriam parecían hacer eco en su mente, entonc
—Desde el día que descubrí a mi exmarido con otra, decidí cambiar y no ser la misma tonta de antes, ningún hombre volverá a humillarme, ni maltratarme, y eso te incluye Gerald Lennox —expresó irguiendo su barbilla. —¡No es cierto! —exclamó él—, estás obsesionada conmigo, por eso no te alejas de mi familia, y buscas pretextos para acercarte —expuso ladeando los labios. —Lo que me faltaba —mencionó Myriam con indignación, colocó su mano en la cintura—, el único motivo para estar cerca de su familia, es Jeremy —contestó—, ojalá cuando crezca no sea como tú, él es noble, tierno, de buen corazón —aseguró y la mirada se le llenó de ternura—, lo único malo es que te ve como su ídolo, te admira, espero no siga tu ejemplo —recomendó. Esas palabras fueron como puñaladas para el corazón de Gerald, miró a su hermanito que regresaba sonriente con el balón de futbol. —Vete —ordenó a Myriam. Ella agitó su mano y se despidió del pequeño, cuando salió a la calle suspiró aliviada, pensando que jam
—Ayúdeme —suplicó jadeando—, no consigo un taxi. —Sabía que algún día bajaras la guardia conmigo —dijo Gerald. Myriam levantó su rostro, empañado de lágrimas y de sudor. —Prefiero dar a luz en la calle —gruñó apretando los dientes—, que… pedirte ayuda —completó la frase y se agarró con fuerza de los brazos de él, y se quejó de dolor. Gerald presionó los parpados, pues ella había clavado sus uñas en su piel, y le dolió; sin embargo, ahora no había tiempo para quejarse, sin dudarlo, la cargó en sus brazos. —¿Qué haces? —cuestionó ella. —¡Suéltame! —ordenó. Él la bajó tal como ella quiso y de nuevo otra contracción la hizo doblarse, miró que él se alejaba a su auto. —¿A dónde vas? —gritó ella. —¿Piensas dejarme así? Gerald resopló, y rodó los ojos. —Quién te entiende, dijiste que preferías dar a la luz en la calle. —Encogió sus hombros. —Eres un… ¡Auh! —gritó adolorida y lo agarró de la mano—, tengo miedo —confesó asustada. Gerald parpadeó al verla tan indefensa y ad