La luz del amanecer apenas comenzaba a filtrarse por las cortinas cuando Layla fue sacada suavemente del mundo de los sueños. La voz de su suegra, mezclada con la de Amir y la de un tercer interlocutor que reconoció como la del médico, flotaba en la atmósfera tranquila de la habitación.—Doctor, qué bien que ha venido —la preocupación era evidente en el tono de la madre de Amir—. No solo por el ultrasonido, sino también porque Layla ha amanecido con fiebre. Me preocupé al encontrarla anoche en el jardín, estaba tan absorta frente al rosal de flores negras.Layla, sintiendo la mirada de los presentes sobre ella, se incorporó lentamente en la cama y habló con voz aún ronca por el sueño.—Estoy bien —aseguró, captando la atención de todos—. Solo quería que nuestro bebé sintiera la belleza del jardín donde su padre y yo compartimos nuestros primeros momentos juntos.La explicación de Layla trajo una ola de alivio a la habitación, aunque no completamente. El médico, un hombre de aspecto se
Una vez que el médico se fue, Amir y Layla se quedaron en silencio, cada uno procesando la noticia y las implicaciones de las próximas semanas. Layla se recostó en la cama, con la mente llena de pensamientos sobre el futuro y Amir se sentó a su lado, ofreciéndole una mano de apoyo, consciente del compromiso que había hecho para proteger lo que más amaba en el mundo.Después de un rato dedicado a pensar en el futuro y a soñar con posibles nombres para sus bebés, la realidad de la vida cotidiana se interpuso y Amir anunció que debía irse. Layla, aunque acostumbrada a sus ausencias, no pudo evitar sentir una oleada de soledad al verlo partir.—Tienes que cuidarte —le recordó Amir, aunque en su voz resonaba la misma tristeza que Layla sentía. Él se levantó, vacilante, y añadió—: Esta distancia es para protegerlos, a ti y a nuestros hijos. No es fácil para mí tampoco.Layla asintió, comprendiendo pero no por ello menos afectada por la situación. —Lo sé, y te lo agradezco —respondió, aunqu
Layla estaba sentada en su banco favorito del jardín, con un pequeño montón de prendas tejidas para sus futuros bebés a su lado. La luz del sol se filtraba a través de las hojas, dándole un brillo dorado a su cabello mientras sus manos seguían tejiendo con habilidad. La madre de Amir, que había estado compartiendo la tarde con ella, se había retirado hacía unos minutos, dejándola sola con sus pensamientos y su labor.Fue entonces cuando Basima, la prima de Amir, se acercó con pasos medidos. Layla levantó la vista, percibiendo la tensión apenas disimulada en la figura de Basima.—Layla, ¿te encuentras aquí? —preguntó Basima, su voz teñida de una falsa dulzura que no lograba ocultar la envidia subyacente.Layla, consciente de la animosidad velada de Basima, respondió con cortesía:—Basima, qué sorpresa verte. Sí, aquí estoy. —Su respuesta fue tranquila y amable, aunque no perdía de vista la mirada astuta de la otra mujer.Basima se aproximó al rosal de flores negras, el símbolo del amor
Rachid estaba sumido en sus pensamientos, mirando distraídamente las calles de Nueva York desde su ventana, cuando su teléfono comenzó a vibrar. El nombre de su padre apareció en la pantalla, y un sentimiento de ansiedad se apoderó de él. Con cierta renuencia, deslizó el dedo sobre la pantalla para responder.—Hola, papá —saludó, intentando mantener su voz neutral.—Rachid, necesito que vuelvas a casa —la voz de su padre era directa y con un tono que no admitía réplica—. Hay cosas que debemos discutir, y es mejor hacerlo en persona.Rachid sintió como la desesperación lo llenaba todo al escuchar la solicitud de su padre. La idea de regresar y ver a Layla con su vientre creciendo, con sus hijos dentro de ella, sabiendo que no podía tocarla, era más de lo que creía poder soportar.—Papá, ahora no es un buen momento —intentó argumentar—. Tengo asuntos que resolver aquí, y...—No es una sugerencia, hijo. — lo interrumpió el patriarca de los Al- Farsi —Es una cuestión de familia y un asunt
Amir observaba la puerta por la que Basima había salido tras Layla con una expresión de molestia y preocupación. Estaba a punto de protestar en voz alta por la insinuación de un compromiso entre su hermano Rachid y Basima, pero se contuvo. Sabía que no era el momento adecuado para entrar en ese tipo de discusiones, especialmente no en medio de la cena familiar. “Esto es lo último que necesitamos ahora”, pensó Amir, frustrado. “ Debo hablar con Rachid antes de que esto vaya más lejos.”Con esos pensamientos agitándose en su mente, Amir se puso de pie, excusándose de la mesa.—Disculpen, necesito ir a ver cómo está mi esposa — su tono de voz era decidido y sin chispa de duda, por lo que su padre asintió dándole permiso de que se marchara a consolar a la joven.Justo cuando comenzaba a alejarse de la mesa, Basima regresó al comedor. Su entrada fue dramática, y no perdió tiempo en expresar su descontento.—¡Qué falta de educación! —exclamó la mujer, claramente molesta—. Realmente no ent
Amir se sentía atrapado en una red de mentiras que él mismo había tejido, consciente de que no podía revelar el engaño que había perpetrado junto con su hermano Rachid. "No puedo decirle la verdad a Layla", pensaba, sintiendo una culpa que evitaba que fuera capaz de seguir mirándola a los ojos. "Ella y Rachid... ellos tienen sentimientos el uno por el otro, y todo se complicará aún más cuando él regrese".Amir se acercó a ella, observando su rostro lleno de preocupación y le acarició la mejilla con cariño, sabía que ella era inocente de todo, que ellos se la habían jugado pero lo único que importaba en ese momento era que estuviera tranquila, esos dos bebés que esperaba eran su prioridad.—Amir, puedo sentir que algo no está bien —dijo Layla viendo como su esposo desviaba la mirada para evitar verla —. Basima intenta provocarme, lo sé, pero hay algo más que me está afectando. ¿Qué está pasando?Amir suspiró volviendo a levantar la mirada para encontrarse con sus ojos y tomó su mano co
El sol se había alzado alto en el cielo cuando Amir y Rachid, tras un viaje tenso y silencioso, llegaron a la imponente mansión familiar. Apenas cruzaron el umbral, su padre, Hassan, los esperaba con una urgencia apenas disimulada.—Rachid, Amir, acompáñenme al estudio. Necesitamos hablar —dijo Hassan, caminando en esa dirección sin esperar respuesta.En el estudio, los muebles antiguos y los libros forrados en piel daban testimonio de generaciones de historia familiar. Hassan se sentó detrás de su gran escritorio de caoba, mientras sus hijos se acomodaban frente a él. Los tres hombres se observaban esperando que alguno empezara a hablar.—Rachid, he decidido que es hora de que te comprometas y ya he tomado esa decisión por ti, te casarás con Basima —anunció Hassan, directo al grano.Rachid se quedó callado, escuchando la noticia que caía sobre él como un peso inesperado. Amir, sin embargo, no tardó en reaccionar.—Padre, ¿es realmente necesario? Rachid no tiene por qué casarse solo p
El corazón de Layla latía con fuerza, un eco resonante que pareció llenar toda la estancia. Tal vez había estado latiendo así desde que Rachid la había agarrado, pero en ese momento, la proximidad y el contacto inesperado habían acaparado toda su atención, dejándola sin aliento y sin capacidad para centrarse en nada más que esos brazos y ese hombre al que no podía estar deseando.Por suerte él no hizo durar demásiado el momento y se marchó haciendo que ella pudiera recuperar el aliento.Justo cuando Rachid se alejaba, Layla sintió algo que la detuvo en seco. Un movimiento sutil pero inequívoco en su vientre, como una pequeña onda que se extendía desde su interior. La sorpresa y la emoción la embargaron al instante, y sin poder contenerse, dejó escapar un grito, no de dolor, sino más bien de asombro y alegría.—¡Oh! —exclamó, llevándose las manos al vientre con los ojos muy abiertos por la sorpresa.Rachid, que ya había dado unos pasos hacia la habitación de su madre, se detuvo en seco