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CAPÍTULO TRES: ENTONCES

Eres tan maravillosa, ¿Qué hice en mi otra vida para merecerte?

Por favor no vayas a huir, quédate y descubre que entre tanta oscuridad los luceros te van a encantar.

Abraham se despidió y volvió aceptar la siguiente llamada, saludó y la voz lo hizo sentir inquieto, nervioso por alguna extraña razón.

            ―Hola, Abraham ―la forma en la que dijo su nombre solo hizo que se removiera en el asiento incomodo―. ¿Qué sucede cuando ese amor tan grande ya no es sano? Dices que el primer amor y tal vez el ultimo no se olvida; ¿tampoco se olvida las noches donde él estuvo ausente? ¿Las noches donde hizo llorar? ¿O las noches donde le dijo que era insuficiente? ¿Eso no se olvida?

            Y el calló, estaba seguro que todo aquel que escuchaba la radio también lo hizo, preguntándose quien era aquella mujer con la voz quebrada y el corazón hecho añicos.

Sara dejó el celular aun lado y mantuvo la radio encendida, él se excusó y luego lanzó la nueva canción. Ahora tenía el nombre de aquel conductor que la había hecho sentir rara cuando lo escuchó por primera vez, ni siquiera sabía si era el Abraham que ella conocía u otro, aunque debía ser otro; no podía ser el mismo, y mucho menos que dedicara su tiempo en una radio, siempre fue inteligente y bueno en números. Debía trabajar en algo relacionado o tal vez trabajaba en la chacra, o tal vez era él…

La mujer se puso de pie y sacó de la bolsa el tinte que su hermano le había traído, avanzó hacia el baño y se miró al espejo, se veía más mayor de lo que recordaba, se veía fea, provocando así que mirara hacia otro lado. ¿Cuándo dejó de arreglarse? Tal vez cuando Eder comenzó a quejarse de los vestidos y las faldas cortas, y con el tiempo le dio la razón y solo obedeció. ¿Cuándo cambió? Solía defender a sus amigas de los novios tóxicos, y ella terminó amando uno peor.

Apretó los labios y sacó el tinte de cabello, se puso los guantes y abrió las cremas que luego se aplicaría.  Se miró al espejo, aquel castaño que llevaba solo la cargaba aún más. Tomó las tijeras y cortó las puntas, para después empezar a pintar su cabello de un negro azabache, luego se puso una mascarilla de avena y estuvo frente a la ventana por largo tiempo.

Jimi seguía dormido en la cama mientras que Bianca estaba con su madre, su hija solo pasaba de ella, ya ni siquiera le hablaba, no quería forzarla, mucho menos exigir algo; su pequeña estaba sufriendo, y Sara no podía decirle la razón del porque abandonó a Eder.

Pasando el tiempo estipulado, lavó su cabello y una sonrisa corta cubrió sus labios, luego se recostó en la cama mientras Jimi se acercaba buscando el calor de mamá. Ella besó su frente con ternura, su pequeño guerrero.

            ― ¿Puedo pasar? ―la mujer asintió viendo a Lena ingresar con picarones, Manuel solo pasó saludando y las dejó solas, antes de ser su cuñada; fue su gran amiga―. Mi mamá los hizo, y sabes que le quedan riquísimos.

            ―Gracias Lena ―Sara tomó uno llevándoselo a la boca, Lena se acomodó en la silla y admiró la vista de la habitación de su cuñada―. No habíamos tenido un momento a solas, la última vez que hablamos fue cuando te casaste.

            ―Hace años, si ―Lena miró al pequeño envolverse en el cuerpo de su mamá, aferrándose y es que Jimi era un niño encantador, pero físicamente era igual al serrano―. ¿Qué pasó? ¿Por qué soportaste tanto?

            Sara soltó el aire que contenía y se separó con lentitud del pequeño, caminó hacia la ventana y aspiró el aire de ese lugar, esperaba encontrar lo que buscaba.

La pregunta de su amiga se repitió en su cabeza más de una vez, una y otra vez. ¿Por qué soportó tanto? Por amor, si, amor. Muchos podía hablar desde afuera, diciendo que lo deje, que se dé cuenta, pero luego miras tu relación y sabes que es más difícil. No siempre es malo, no siempre lo son.

Los tipos como Eder te enamoraban, te conquistaban con sonrisas falsas y ojos brillosos, roces sutiles y te volvían loca de amor y también te enloquecían en la cama. Los primeros años eres la reina de su vida, de su casa y en las noches la única, te desea y le encanta como te lucen los vestidos en ti, dice que ama escucharte, que admira la voz de mujer valiente que no se deja. Te lo dice y te sientes la mujer más feliz de encontrar alguien así, pero la verdad es que ellos quieren una mujer miserable.

Comienzan a callarte cuando das tu opinión, a quejarse de las faldas y decir que el maquillaje es demasiado cargado para una mujer de casa, con marido e hijos. Los meses pasan y dejas de vestirte bonita, y él dice que era la mujer más hermosa, después de eso empiezan los gritos, los celos y luego, cuando ya ha destruido tu autoestima, cuando ahora dependes emocionalmente de él, cuando no eres nada sin esa persona; te destruye, te cambia y ya no le sirves.

¿Por qué aguanto tanto?

Porque lo amó y porque sus hijos no merecían crecer sin un padre.

Sara no supo en que momento empezó a llorar, no supo en qué momento se quebró en los brazos de Lena mientras le decía que no sabía, que nunca supo porque lo aguanto tanto. Su amiga y cuñada la abrazó y acarició su cabello, sabiendo que ahí mismo necesitaba volver a salir la vieja Sara y necesitaría de todos los que amaban.

            ―Salgamos a dar una vuelta, alcancemos el sol ―vio la duda en su mirada, así que Lena tomó sus manos y dio un apretón―. Estás en casa, aquí nadie te hará daño.

            ―Ya, ¿y Jimi? ―preguntó viendo al pequeño envuelto en las sabanas, tan pequeñito y tan parecido a Eder.

            ―Manuel puede quedarse con él ―Antes de salir Sara tomó los lentes negros y se los colocó mientras tiraba el cabello en el rostro, pero cuando dieron el primer paso su corazón golpeo con fuerza. ¿A qué le tenía miedo? Pero Lena fue de gran ayuda, nunca soltó su mano, nunca se soltaron hasta que llegaron al parque donde el sol daba con fuerza, los niños riendo y los adultos jugando una pichanga. Ambas se sentaron compartiendo audífonos escuchando a José José mientras recordaban su época en clases.

            Sara miró hacia la cancha viendo a su hermano llegar, casi iba a protestar hasta que Jimi fue alzado por uno de los hombres que lo acompañaba, su pequeño hijo lanzó una risotada que calentón su corazón, no supo en que momento ella se acercó a la baranda y admiró esa escena. Por el sol no podía observar al hombre que le robaba carcajadas a su hijo.

Los hijos de Manuel corrieron hacia los columpios mientras Jimi era puesto en el suelo pero su pequeño niño volvió a estirar los brazos hacia el desconocido para que lo cargara causando la risa en los amigos de su hermano, y en el hombre. Una risa ronca, fresca, traviesa.

            ―Jimi siempre ha sido algo tímido ―la mujer balbuceó y Lena sonrió sin decir nada―. ¿Quién es?

            Lena no tuvo que responder porque el desconocido se giró con una sonrisa en la boca y con Jimi en sus hombros como si se conocieran de toda la vida. Era él, era el moreno con el que hablaba su hermano en la mañana, aunque ahora iba con medias celeste a la rodilla, unos sueltos pantalones cortos y  una playera sin mangas. Desde su distancia pudo admirarlo sin que se diera cuenta, pudo ver como sus labios se elevaban en una sonrisa, como sus ojos se achinaban y ladeaba la cabeza cada que reía, y sus risas eran estruendosas.

            ―Abraham Tasayco, ¿lo recuerdas? ―Lena se acomodó a su lado y ambas admiraron a los hombres que seguían de pie decidiendo la apuesta para jugar futbol―. Era un churre cuando se enamoró de ti, tenía que ¿catorce?

            ―Quince ―Sara parpadeó, era un adulto ahora y uno atractivo físicamente, incluso más grande que Manuel―. Siempre fue buen chico pero, muy niño para amar.

            ― ¿Y quiénes somos nosotros para decir la edad correcta en la que los demás debe amar? ―Sara no contestó, al contrario; se recostó y lo vio poner a su hijo en el suelo y el niño corrió hacia donde estaban sus primos. Él se quitó la gorra y corrió hacia el campo pero en el camino una mujer se acercó, se detuvo abrazándolo para después sentarse y verlo jugar.

            Sara no volvió hablar y Lena tampoco, la esposa de su hermano la admiró, la vio sonreír cuando Abraham se carcajeaba, tal parecía; la había impresionado. ¿Y a quién no? Abraham era un tipo demasiado bueno, las pocas chicas que había tenido siempre hablaban muy bien de él, pero seguía sin casarse, tal vez era verdad lo que se decía por ahí: él seguía esperando a Sara.

Pasada de las seis terminaron de jugar, el equipo contrario perdió, tanto Manuel y Abraham iban contando el dinero y riéndose, Sara quiso esconderse, pero Jimi gritó corriendo hacia ella provocando que ambos hombres miraran en su dirección.

            ―Mierda ―la chica acomodó los lentes y Lena sonrió al verla así, dejando de pensar en Eder.

            Manuel avanzó y Abraham se detuvo por más tiempo hablando con un grupo de chicas, sonreía y asentía, pero más de una vez miraba hacia donde estaban los tres; viéndolo. Ni siquiera disimulaban.

            ― ¿Qué estamos mirando? ―Jimi preguntó y los tres adultos rieron, Sara esbozó una sonrisa tomando a su pequeño en sus brazos, acarició su rostro mientras él descansaba su cabeza en su hombro cansado de haber corrido toda la tarde.

            Los ojos de la mujer volvieron a viajar hacia él, se sentía ansiosa y es que la última vez que se vieron ella rompió su corazón, vio aquellos ojos preciosos aguadarse y luego lo vio partir.      

            ―Voy a casarme, Abraham ―susurró y ella pudo escuchar el corazón noble de aquel muchacho quebrarse―. Así que ya no me busques ni me envíes cartas.

            Después de aquellas palabras él había asentido, tomó las cartas y se fue sin mirar atrás, y aunque el día que se despedía lo buscó; Manuel no le dio razón del muchacho. Después de eso nunca preguntó, era el mejor amigo de su hermano y era mejor así. Ya se iba a enamorar.

Abraham quiso esconder sus nervios mientras Lourdes le hablaba, la joven lo invitó a su fiesta de cumpleaños que sería esa semana, que contaba con él y para liberare le dijo que sí, lo que quería era verla. Necesitaba verla, aunque ahora mismo parecía que estaba cayendo, temía que al llegar a la tierra la caída fuera demasiado fuerte y no pudiera levantarse.

Se quitó el gorro y avanzó despidiéndose, parecía que el camino se hacía más largo, daba un paso y se alejaba diez de ella. Soltó el aire contenido cuando subió las pequeñas escaleras hasta llegar a ella, sus ojos nunca la soltaron, ahora estaba más delgada, mucho más delgada y pálida, desde lo lejos pudo notar lo cansada; lo triste que se veía y eso que aún no lograba ver sus ojos, ya que ella los ocultaba.

¿Qué ocultas, Sara?

            ― ¡Abraham! ―Jimi gritó cuando lo vio y Manuel río abrazando a su esposa, él se acercó aún más pasando sus manos por la frente del niño para después mirarla, sus ojos nunca la soltaron, taladrando aquel pedazo de vidrio para poder ver sus ojos.

            ―Sara ―la saludó y vio a la mujer temblar ante su presencia, quizá estaba demasiado cerca. Aclaró su garganta y esbozó una sonrisa esperando que ella hablara.

            ―Abraham ¿el pequeño amigo de mi hermano? ―ella tartamudeó pasando sus labios por la cabecita de su hijo, y aunque llevaba lentes, podía sentir aquellos ojos verdes mirar muy dentro de ella. Tratando de averiguar que hacia ahí.

            ―Ahora no tan pequeño ―bromeó―. ¿Qué ha sido de tu vida?

            Todos callaron y supo que no fue la pregunta adecuada, ¿pero qué podía preguntar él? Estaba nervioso y temía joder la conversación y que ella se fuera.

            ―La vida aburrida de una mujer casada, mejor cuéntame de ti ―ella habló con rapidez y se sentó con Jimi en su regazo, el pequeño se acomodó jugando con la cadena que Abraham tenía poniendo nerviosa a Sara.

            ―Querida hermana, gracias al negro muchos tenemos trabajo ―señaló Manuel mientras Abraham se acomodaba y abría los brazos para estar más cómodo―. Tiene su poder en la empresa AgroAurora.

            ― ¿La qué está en el pueblo vecino? ―la chica lo miró y el moreno asintió.

            ―No es para tanto, pero mi amigo tiene poder ahí, así que suelo pedir favores ―resto importancia estirando los brazos y Jimi rápidamente tomó sus manos para acomodarse en su regazo, aquello descolocó a la madre―. Me encargo del riego tecnificado o por goteo, mejor dicho; soy operador en estación de bombeo.

            ―AgroAurora tiene máquinas de Israel, así que es menos complicado que hace unos años ―explicó Manuel―.Él está a cargo de las quinientas hectáreas y es jefe de ese sector.

            ― ¡Vaya! Sí que me has sorprendido ―el muchacho nunca dejó de verla, aunque en momentos reía viendo a Jimi jugar con él―. ¿Algo más que deba enterarme?

            ―Ayuda en la chacra de su padre, está en la radio del pueblo y además, es quien entrena a los muchachos de la secundaria, los más rebeldes ―Abraham negó porque sabía lo que hacían sus amigos, venderlo para Sara, así que no tuvo que ser tan inteligente para saber que ella no estaba con su esposo, eso y la falta de anillo en sus dedos.

            ―No es mucho, me gusta ayudar en lo que puedo, así sé que ayudaran a mis hijos en su momento.

            ― ¡Te has casado! ―Sara exclamó y sus ojos viajaron a sus manos pero no llevaba anillo, ¿había encontrado una mujer a quien darle ese amor tan puro que poseía?

            ―No, no ―tartamudeó y luego su nombre fue gritado, giró el rostro y vio a su hermana haciéndole señas―. No me he casado, pero espero hacerlo pronto. Bueno, me voy, es un gusto verte otra vez Sara. Los veré en el bingo.

            Abraham se puso de pie sosteniendo al niño, lo alzó y Jimi se echó a reír. Sara rápidamente vio una pequeña mancha de tinta cuando se estiró, así que supo que tenía un pequeño tatuaje que pocas tenían el privilegio de verlo.

Dejó a su hijo en el suelo quien corrió hacia los brazos de su tío, él se giró y sin que ella tuviera tiempo de echarse para atrás besó su mejilla para después alejarse sin girar, sin mirarla, aunque por dentro seguía temblando y sus labios picaban.

Avanzó y apretó los puños para no girar, cuando llegó con su hermana le sonrió y le abrazó yendo a casa de sus padres, pero solo encontró a su madre preparando postres, ella besó su mejilla porque ya lo había visto hablando con la mujer que había amado desde niño.

            ―Hace años no veía esos ojos hermosos brillar ―Valeria le dijo a su hijo cuando lo vio meterse la cuchara de dulce de tamarindo a la boca, su hermana dejó de reírse para escucharla―. Ten cuidado negrito, y ve con un escudo. Sara ya es una mujer y por lo visto viene con una carga grande y pesada, no dejes que eso te consuma y al final vuelva irse dejándote roto.

            Abraham asintió y las palabras de su mamá hicieron eco en su cabeza, y es que tenía razón, ella había vuelto y con una carga pesada, demasiada pesada pero aun así quería estar a su lado para compartir sus penas.

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