Al día siguiente, Sofía se fue temprano a encontrarse con Camila para una mañana de compras. Camila había planeado esta salida para distraer a su amiga, sabiendo lo nerviosa que Sofía se encontraba por todo lo que estaba pasando en su vida. Mientras tanto, en la casa De Santos, Valeria estaba ocupada en su habitación haciendo tareas. En la sala solo estaba Isabella, quien leía una revista tranquila, pues Carlos ya se había ido al trabajo.De repente, el timbre sonó, interrumpiendo la calma. Isabella, con un suspiro, dejó la revista a un lado y se levantó a abrir la puerta. Al abrirla, se encontró con Rafael, parado con una sonrisa en la entrada. Isabella se sintió ligeramente decepcionada; había pensado que tal vez era Julián quien venía a visitarla, pero no.—¿Vienes a ver a Valeria? —preguntó Isabella con un tono de desinterés, sin ocultar su falta de entusiasmo.Rafael, con su eterna sonrisa falsa, respondió:—Sí, pero antes de que la llames, me gustaría hablar contigo de algo muy
Sofía y Camila, después de comer, continuaron paseando por la ciudad. Mientras caminaban por las calles tranquilas, Sofía suspiró profundamente y confesó:—No quiero regresar a casa temprano. Cada vez que vuelvo, siempre termino discutiendo con mi madre. No aguanto más esa presión.Camila, comprensiva como siempre, le ofreció una sonrisa cálida.—Te entiendo, amiga. No te preocupes, podemos quedarnos por aquí hasta que estés lista para volver. Estoy contigo toda la tarde.Sofía sonrió agradecida. Tener a Camila a su lado hacía que todo el peso que llevaba en los hombros fuera más llevadero. Decidieron visitar algunos cafés y tiendas de ropa para matar el tiempo y distraerse de la tensión familiar que tanto agobiaba a Sofía.Mientras tanto, en la mansión De Santos, Rafael había logrado quedarse a almorzar, un paso más en su calculado plan. Isabella lo había invitado, sintiéndose cada vez más cómoda con su presencia después de la información que le había dado sobre Mateo. La mesa estaba
– ¿A dónde vamos a ir? ¿Y cuándo? – preguntó Sofía, con la voz temblorosa, mientras intentaba controlar los nervios que la consumían.Mateo, notando su preocupación, le acarició suavemente el rostro, tratando de calmarla. Estaba lleno de felicidad al escuchar que Sofía había aceptado la idea de escaparse juntos.– No te preocupes, amor – dijo con una sonrisa reconfortante –. Desde que pensé en esta idea, he estado buscando algunos lugares donde podamos empezar una nueva vida. He encontrado un sitio que nos encantará, donde podremos ser felices sin que nadie nos moleste. Por el dinero, no te preocupes. Ya tengo todo planeado, y en cinco días estaremos listos para irnos. Sólo prepárate, Sofía, y confía en mí.Sofía, al escuchar esas palabras, sintió cómo sus nervios comenzaban a disiparse. Se dejó llevar por la calidez de la voz de Mateo y, ya más tranquila, asintió con una sonrisa tímida.– Confío en ti, Mateo – respondió, dándole un beso suave en los labios, seguido de un abrazo lleno
Al día siguiente, la mansión De Santos estaba sumida en un tenso silencio cuando Camila llegó para visitar a Sofía. Isabella, quien había estado esperando con impaciencia noticias de Julián, escuchó el timbre de la puerta y acudió rápidamente, su rostro iluminándose con la esperanza de que fuera él. Sin embargo, al abrir la puerta y encontrarse con Camila, su expresión se transformó en una mezcla de decepción y frustración.–Ah, eres tú, Camila –dijo Isabella, tratando de ocultar su desilusión con un tono cortante.–Buenos días, señora Isabella –saludó Camila con cortesía, aunque notó la frialdad en la voz de la madre de Sofía–. He venido a ver a Sofía. ¿Está en casa?Isabella, aún afectada por la ausencia de Julián y su negativa a responder sus llamadas, respondió con un tono agrio:–Sí, está en su cuarto, como siempre últimamente. Sube y ve si consigues que salga de allí. Parece que tú eres la única que la hace entrar en razón.Camila asintió y, sin decir más, subió las escaleras ha
Julián llegó al restaurante cerca del centro de la ciudad, el mismo donde había acordado encontrarse con Jennifer. Mientras cruzaba la puerta, su mirada recorrió el lugar hasta que vio a una mujer de cabello negro, de media melena, que le hacía señas con la mano desde una mesa en el rincón. Era Jennifer, su amiga de la infancia, que ahora lucía más sofisticada, pero con la misma sonrisa cálida que recordaba.Julián le devolvió la seña y se dirigió hacia ella. Al llegar, se saludaron con un beso en la mejilla antes de tomar asiento.—¡Jennifer! No puedo creer que estés aquí —dijo Julián con una sonrisa genuina.Jennifer le devolvió la sonrisa y respondió con entusiasmo:—¡Yo tampoco! Ha pasado tanto tiempo, tenía que verte tan pronto como llegué.Comenzaron a charlar, poniéndose al día sobre los años que habían pasado separados. Julián, con curiosidad, comenzó a preguntarle sobre su vida en el extranjero.—¿Cómo fue tu viaje? ¿Pudiste conocer muchos lugares? —preguntó, interesado.—¡Fu
La noche había caído sobre la ciudad, y Julián regresaba a su casa después de un día lleno de emociones encontradas. Al llegar, vio que las luces del comedor estaban encendidas, y al entrar, se encontró con sus padres, María y Diego, sentados a la mesa, esperándolo para cenar. Era una costumbre familiar cenar juntos, especialmente cuando había algo importante que discutir.María, con una sonrisa cálida, lo invitó a sentarse junto a ellos. Sabía que Julián había pasado la tarde con Jennifer, y tanto ella como Diego estaban ansiosos por saber más sobre cómo le había ido.—Cuéntanos, hijo —dijo María mientras servía la comida—, ¿cómo le ha ido a Jennifer? Hace mucho que no la vemos, es como una hija más para nosotros.Julián sonrió, recordando la agradable conversación que había tenido con su amiga de la infancia. Se sentó a la mesa y comenzó a hablarles sobre todo lo que Jennifer le había contado cuando se vieron en el restaurante. Les habló de sus estudios en el extranjero, de las nuev
El día tan esperado finalmente había llegado. Los dos días pasaron rápidamente, como si el tiempo estuviera conspirando para acercarlos más a su nueva vida juntos. Mateo, con una mezcla de emoción y nerviosismo, había pasado la noche anterior preparando su maleta. Revisó y releyó la carta de despedida que había escrito para sus amigos y conocidos, asegurándose de que todo estaba en orden para su partida. No había dormido mucho, su mente estaba llena de pensamientos sobre el futuro que estaba a punto de construir con Sofía.Esa mañana, apenas amaneció, Mateo tomó su teléfono y le envió un mensaje a Sofía:—Buenos días, mi amor. Todo está listo de mi lado. ¿Estás preparada? Esta noche, finalmente seremos libres.Sofía, aún entre sueños, escuchó el sonido de su teléfono. Abrió los ojos lentamente y vio el mensaje de Mateo, una sonrisa suave apareció en su rostro mientras se acomodaba en su cama. Respondió con palabras llenas de amor y anticipación:—Buenos días, mi vida. Todo está listo.
La mañana había comenzado como cualquier otra en la casa de los De Santos. Sofia, su hermana Valeria y su madre Isabella estaban sentadas en la mesa del comedor, disfrutando de un desayuno tranquilo. La conversación fluía con la naturalidad de siempre, entre risas suaves y comentarios ligeros sobre los planes del día. Las tres mujeres, ajenas a la tormenta que se avecinaba, compartían ese momento familiar sin sospechar que, en cuestión de minutos, su mundo daría un giro devastador.De repente, el sonido de golpes fuertes y apresurados en la puerta interrumpió la calma, haciendo que las tres se miraran con sorpresa. Sofia, que ya había terminado de desayunar, se levantó rápidamente para ver quién estaba causando tal alboroto. Al abrir la puerta, se encontró cara a cara con su vecina, la señora Gabriela, quien vivía justo al lado.Gabriela estaba visiblemente agitada, su respiración entrecortada y sus ojos llenos de pánico. Sofia, preocupada por su apariencia, la miró con el ceño frunci