Julián llegó al restaurante cerca del centro de la ciudad, el mismo donde había acordado encontrarse con Jennifer. Mientras cruzaba la puerta, su mirada recorrió el lugar hasta que vio a una mujer de cabello negro, de media melena, que le hacía señas con la mano desde una mesa en el rincón. Era Jennifer, su amiga de la infancia, que ahora lucía más sofisticada, pero con la misma sonrisa cálida que recordaba.Julián le devolvió la seña y se dirigió hacia ella. Al llegar, se saludaron con un beso en la mejilla antes de tomar asiento.—¡Jennifer! No puedo creer que estés aquí —dijo Julián con una sonrisa genuina.Jennifer le devolvió la sonrisa y respondió con entusiasmo:—¡Yo tampoco! Ha pasado tanto tiempo, tenía que verte tan pronto como llegué.Comenzaron a charlar, poniéndose al día sobre los años que habían pasado separados. Julián, con curiosidad, comenzó a preguntarle sobre su vida en el extranjero.—¿Cómo fue tu viaje? ¿Pudiste conocer muchos lugares? —preguntó, interesado.—¡Fu
La noche había caído sobre la ciudad, y Julián regresaba a su casa después de un día lleno de emociones encontradas. Al llegar, vio que las luces del comedor estaban encendidas, y al entrar, se encontró con sus padres, María y Diego, sentados a la mesa, esperándolo para cenar. Era una costumbre familiar cenar juntos, especialmente cuando había algo importante que discutir.María, con una sonrisa cálida, lo invitó a sentarse junto a ellos. Sabía que Julián había pasado la tarde con Jennifer, y tanto ella como Diego estaban ansiosos por saber más sobre cómo le había ido.—Cuéntanos, hijo —dijo María mientras servía la comida—, ¿cómo le ha ido a Jennifer? Hace mucho que no la vemos, es como una hija más para nosotros.Julián sonrió, recordando la agradable conversación que había tenido con su amiga de la infancia. Se sentó a la mesa y comenzó a hablarles sobre todo lo que Jennifer le había contado cuando se vieron en el restaurante. Les habló de sus estudios en el extranjero, de las nuev
El día tan esperado finalmente había llegado. Los dos días pasaron rápidamente, como si el tiempo estuviera conspirando para acercarlos más a su nueva vida juntos. Mateo, con una mezcla de emoción y nerviosismo, había pasado la noche anterior preparando su maleta. Revisó y releyó la carta de despedida que había escrito para sus amigos y conocidos, asegurándose de que todo estaba en orden para su partida. No había dormido mucho, su mente estaba llena de pensamientos sobre el futuro que estaba a punto de construir con Sofía.Esa mañana, apenas amaneció, Mateo tomó su teléfono y le envió un mensaje a Sofía:—Buenos días, mi amor. Todo está listo de mi lado. ¿Estás preparada? Esta noche, finalmente seremos libres.Sofía, aún entre sueños, escuchó el sonido de su teléfono. Abrió los ojos lentamente y vio el mensaje de Mateo, una sonrisa suave apareció en su rostro mientras se acomodaba en su cama. Respondió con palabras llenas de amor y anticipación:—Buenos días, mi vida. Todo está listo.
La mañana había comenzado como cualquier otra en la casa de los De Santos. Sofia, su hermana Valeria y su madre Isabella estaban sentadas en la mesa del comedor, disfrutando de un desayuno tranquilo. La conversación fluía con la naturalidad de siempre, entre risas suaves y comentarios ligeros sobre los planes del día. Las tres mujeres, ajenas a la tormenta que se avecinaba, compartían ese momento familiar sin sospechar que, en cuestión de minutos, su mundo daría un giro devastador.De repente, el sonido de golpes fuertes y apresurados en la puerta interrumpió la calma, haciendo que las tres se miraran con sorpresa. Sofia, que ya había terminado de desayunar, se levantó rápidamente para ver quién estaba causando tal alboroto. Al abrir la puerta, se encontró cara a cara con su vecina, la señora Gabriela, quien vivía justo al lado.Gabriela estaba visiblemente agitada, su respiración entrecortada y sus ojos llenos de pánico. Sofia, preocupada por su apariencia, la miró con el ceño frunci
La noche había caído sobre la mansión De Santos, trayendo consigo un aire de solemnidad y tristeza. La jornada había sido agotadora, llena de decisiones difíciles y emociones abrumadoras. Isabella, después de haber dejado todo listo para el sepelio y el funeral de Carlos, finalmente regresó a casa. Al entrar, sintió un nudo en el estómago, una mezcla de dolor por la pérdida de su esposo y una pequeña chispa de satisfacción al ver lo que consideraba una oportunidad para asegurar el futuro de sus hijas.En el salón, la escena que la recibió fue una que no había esperado. Julián estaba sentado en el mueble, y en sus piernas descansaba Sofia, con la cabeza apoyada en su regazo. Isabella sintió un destello de alegría al ver a su hija buscando consuelo en Julián, algo que solo reforzaba su plan para unir a las dos familias. Sin embargo, ese pequeño momento de felicidad fue opacado por el inmenso dolor que aún llevaba en el corazón por la muerte de Carlos.Queriendo anunciar su presencia, Is
Mateo había estado esperando en el lugar donde él y Sofía habían acordado encontrarse. Las luces de la ciudad parpadeaban a lo lejos, y el silencio de la noche solo acentuaba la soledad que sentía al darse cuenta de que Sofía no llegaría. Con cada minuto que pasaba, la esperanza de ver a Sofía se desvanecía, dejándolo con una sensación de vacío en el pecho. Después de dos horas de espera, la decepción se apoderó de él. Con el corazón roto y la mente llena de preguntas, regresó a su casa, sintiendo como si todo por lo que había luchado se hubiera desmoronado en un instante.A la mañana siguiente, el sol se filtraba por las cortinas del cuarto de Sofía. Se despertó lentamente, sintiendo un peso en su pecho que no era solo emocional. Al abrir los ojos, notó que Julián estaba acostado a su lado, su brazo descansando sobre su cintura. La realidad la golpeó de repente: estaba desnuda, y Julián también lo estaba. Sin necesidad de pensar demasiado, entendió lo que había ocurrido la noche ante
Sofía sentía un torbellino de emociones dentro de ella mientras subía las escaleras, alejándose de la reunión en la sala donde el cuerpo de su padre estaba siendo velado. El peso de la tristeza, la confusión, y el remordimiento la abrumaban. No podía dejar de pensar en Mateo, en lo que había pasado con Julián, y en la inmensa pérdida de su padre. Necesitaba un respiro, un momento para ordenar sus pensamientos.Al llegar a la cima de las escaleras, escuchó pasos detrás de ella. Era Julián, quien se había dado cuenta de que Sofía se estaba alejando.- ¿Sofía, todo bien? ¿Por qué te vas? - le preguntó con un tono de preocupación, acercándose con cautela.Sofía no tenía fuerzas para una conversación larga, así que simplemente respondió:- Voy a hacer algo, ya bajo.Sin decir más, continuó su camino hacia su cuarto. Entró y cerró la puerta con llave detrás de ella, como si quisiera aislarse del mundo. Se sentó en su cama, sintiendo el peso del día caer sobre sus hombros, y sacó su teléfono
Camila, sintiendo la pesada carga que Sofía llevaba sobre sus hombros, se levantó lentamente de la cama. Miró a su amiga con una mezcla de tristeza y preocupación antes de preguntar en voz baja:- ¿Quieres que te acompañe abajo, Sofía? Podríamos estar con los demás, quizá te ayude distraerte un poco.Sofía negó con la cabeza, su mirada perdida en algún punto más allá de la ventana. - No, Camila, gracias. Tengo demasiadas cosas en la cabeza. No quiero bajar y enfrentarme a todos... no quiero llorar más. Necesito tiempo para pensar.Camila asintió en silencio, comprendiendo que su amiga necesitaba ese espacio para procesar todo lo que estaba sucediendo. Se inclinó y le dio un suave beso en la frente antes de salir del cuarto.Al bajar las escaleras, Camila notó la mirada de Isabella fija en ella. La madre de Sofía, siempre atenta a las señales, le hizo una sutil seña con los ojos a Julián, quien en ese momento estaba enfrascado en una conversación con otro invitado. Julián, captando la