Valeria abrió los ojos lentamente, esbozando una mueca de dolor. La luz fluorescente del techo la cegaba y su cabeza parecía estallar. Sentía todo su cuerpo adolorido, pero el dolor en su vientre era especialmente intenso. Intentó moverse, pero cada músculo de su cuerpo protestaba, obligándola a permanecer inmóvil en la cama del hospital.Al enfocarse en su entorno, vio a su madre, caminando frenéticamente de un lado a otro al pie de la cama. El rostro de su madre estaba marcado por la furia y la preocupación, una combinación que Valeria no había visto antes. Cuando su madre notó que estaba despierta, su expresión cambió a una mezcla de alivio y rabia contenida.— ¿En qué diablos estabas pensando, Valeria? — gruñó su madre, con una voz que parecía desgarrar el aire —. ¿Por qué no me contaste de ese macabro plan?El tono de su madre la atravesó como una daga. Valeria sintió un nudo en el estómago y sus manos temblaban ligeramente sobre las sábanas. Intentó hablar, pero su garganta esta
Valeria estaba sumida en su tormento interno cuando la puerta de la habitación se abrió nuevamente. Esta vez, no era Pablo ni su madre. Dos oficiales de policía entraron con pasos firmes y miradas decididas. Uno de ellos, un hombre corpulento de mediana edad, se acercó a la cama con un aire de autoridad inquebrantable.— ¿Qué sucede? — cuestionó, aun sabiendo lo que iba a pasar.— Señorita, se encuentra detenida por conspiración, chantaje y por atentar contra su vida estando embarazada. Debe acompañarnos para...Valeria no logró terminar de escuchar las palabras del oficial. La desesperación la envolvió en una nube negra, sofocándola. ¿En verdad había perdido esta batalla? ¿En verdad sus aliados la habían abandonado? Su mente se nubló con pensamientos oscuros y caóticos. Fingió desmayarse, su cuerpo cayendo pesadamente sobre la cama.Los oficiales intercambiaron miradas, y uno de ellos se acercó para verificar su estado. Tras unos minutos de deliberación y al ver que no reaccionaba, d
El anciano inhaló profundamente de su cigarrillo, sus ojos fijos en Margaret con una mezcla de desprecio y admiración.— Eres valiente, te lo concedo. Pero la valentía no te salvará esta vez.Margaret se levantó con esfuerzo, ignorando el dolor que recorría su cuerpo. Se plantó frente al anciano, su postura desafiante.— No necesito que me salven — espetó —. Pero tú, viejo, deberías preocuparte por lo que vendrá después de que me mates. Porque no estoy sola en esto.El anciano soltó una risa sarcástica.— ¿Crees que tus aliados me asustan? He lidiado con tipos como ellos toda mi vida. Y siempre he salido victorioso.— Esta vez será diferente — respondió Margaret, su voz firme —. Porque no te enfrentas solo a ellos. Te enfrentas a mí. Y no descansaré hasta verte destruido.— Si estás muerta no podrás destruirme…— ¿Quién lo dice?El anciano se levantó del sofá, acercándose a Margaret con una expresión calculadora.— Eres un estorbo, Margaret. Siempre lo has sido. Pero ahora, eres un est
Valeria se encontraba oculta en una oscura esquina del edificio, observando la puerta del departamento de Margaret. Sabía que los guardias habían aumentado su vigilancia, pero estaba decidida a llevar a cabo su plan. El resentimiento y la envidia que sentía hacia Margaret la habían llevado a tomar decisiones drásticas y peligrosas. Pero, sobre todo, se vengaría de Emiliano por no corresponderla, y luego iría detrás del déspota anciano que la ultrajó.Mientras esperaba su oportunidad, Valeria escuchó una conversación entre dos guardias que patrullaban cerca.— El señor De Lucca nos despedirá a todos si no la encontramos. Su abuelo es un demente. Ese hombre es peligroso — dijo uno de los guardias.— Pero yo le temo más al señor Ezquivel. A ese hombre no le temblará la mano, menos si de defender a su hermana se trata. He oído que tardó años en encontrarla — respondió el otro.Valeria, oculta detrás de una pilastra, no podía creer lo que estaba escuchando. ¿Cómo que Armando es hermano de M
Emiliano se acercó a la gran puerta con determinación, consciente de que cada paso que daba lo acercaba más al enfrentamiento final con su abuelo, Vittorio De Lucca. Sus hombres habían derribado a los guardias del anciano, y ahora solo quedaba una última barrera entre él y el hombre que había causado tanto sufrimiento en su vida.Armando, siempre precavido, empujó la puerta con cuidado, asegurándose de que no hubiera trampas ni sorpresas esperando del otro lado. Emiliano fue el primero en entrar, sus ojos recorriendo rápidamente el lugar. El contraste era impactante: la decadencia del ambiente, con paredes descascaradas y muebles deteriorados, contrastaba con la imagen imponente de Vittorio sentado en su sillón de cuero favorito, con un cigarrillo en la mano, la pierna cruzada y el bastón apoyado a su lado. Parecía un jefe de mafia, y esa imagen solo acentuaba la siniestra atmósfera del lugar.— Sigues trayendo a tus víctimas aquí — dijo Emiliano, acercándose y bajando su arma momentán
El peso del cuerpo de Emiliano sobre ella se volvía insoportable. Margaret, con la cinta aún pegada a sus labios, sintió que algo no estaba bien. Palpó su cuerpo con manos temblorosas y notó la humedad. Su corazón se detuvo por un instante cuando comprendió lo que eso significaba: era sangre.— ¡Emiliano! ¡Emiliano! — exclamó apenas, su voz sofocada por la cinta.Con un esfuerzo sobrehumano, apartó el cuerpo de Emiliano un poco de ella y lo miró. Él tenía una sonrisa sutil en los labios, una expresión tan fuera de lugar en medio de tanto caos. Margaret lo acomodó sobre sus piernas, sus manos temblando mientras lo hacía. La vida de Emiliano estaba en peligro, y cada segundo contaba.Intentó sacarse las cuerdas de las muñecas, pero la desesperación la hacía torpe. Sus dedos resbalaban sobre los nudos, y las lágrimas nublaban su visión. Sentía que el tiempo se acababa y la impotencia la invadía.— No te vayas... ¡No te vayas! Por favor... ¡Auxilio! — gritó con la voz quebrada, la desesper
Margaret se encontró en una pequeña habitación del hospital, el aire pesado y lleno de un silencio sepulcral. El cuerpo de Emiliano yacía sobre una camilla, cubierto hasta el pecho con una sábana blanca. El rostro del amor de su vida estaba sereno, casi como si estuviera en paz, pero para ella, esa paz era insoportable. Se acercó lentamente, sus pasos resonando en el suelo de linóleo, cada uno más pesado que el anterior.Cuando finalmente estuvo a su lado, extendió una mano temblorosa y tocó su mejilla fría. El contraste entre la calidez de su piel y la frialdad de él le provocó un nudo en el estómago. Las lágrimas comenzaron a caer sin control, y su cuerpo se sacudió con sollozos.— Te amo, Emiliano — susurró, la voz quebrada —. Siempre te amaré.El tiempo se detuvo para Margaret. No podía apartar la vista de él, no podía aceptar que ese sería el último momento que compartiría con él. Pero entonces, sintió una mano firme en su hombro. Era su hermano Armando, quien la miraba con ojos
Con el tiempo, Margaret comenzó a dar pequeños pasos hacia la recuperación. Su hijo necesitaba a su madre, y ella sabía que tenía que ser fuerte por él. Aunque el dolor nunca desapareciera por completo, sabía que Emiliano querría que siguiera adelante.La vida continuaba, aunque nada volvería a ser igual. Margaret llevaba el recuerdo de Emiliano en su corazón, y cada día era un esfuerzo por honrar su memoria. La pérdida era inmensa, pero el amor que compartieron era aún más fuerte.El sol apenas comenzaba a asomarse cuando Margaret abrió los ojos. Durante meses, había permanecido en su habitación, sumida en una profunda tristeza. Pero hoy, algo en su interior le decía que era el momento de hacer un cambio. Se levantó de la cama con determinación y se dirigió al baño para prepararse. Se miró en el espejo, viendo el reflejo de una mujer que había pasado por un infierno, pero también una mujer que estaba lista para enfrentarlo.Después de vestirse, salió de su habitación y se encontró co