IV

 Estando más despejado al haber avanzado en el caso de Melanie Velázquez, llegué a la mañana del día siguiente a las afueras de los Tribunales de Familia a reunirme con Sandra Flores, mi ex esposa.

 Sandra era una mujer de mi edad. Tenía el cabello castaño, rizado y ojos de color miel. Cuando nos casamos, hacía como ocho años, era una belleza despampanante que volvía la mirada de los transeúntes y detenía el tráfico. Seguía siendo muy guapa, si bien tenía algunas libritas de más. Ya no era la veinteañera incauta y cándida que alguna vez conocí. Aquella que usaba bolsos de Hello Kitty y llevaba sus cuadernos abrazados con su mano derecha sobre el pecho camino a la universidad a sus clases de Derecho. Ahora era una mujer madura y experimentada, cuya madurez le otorgaba el aire atractivo y sazón como pocas mujeres consegu&

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