Llegué en la mañana a la Sección de Delitos contra la Integridad Física, Trata y Tráfico de Personas. Allí me atendió el compañero Albán Rojas Morera, viejo amigo que conocí cuando trabajé en esa sección. Tenía unos kilos de más y ya se estaba quedando calvo, pero fuera de eso parecía el mismo. Me recibió muy animadamente.
—Sí, hemos escuchado rumores sobre trata de personas en San Sebastián —me dijo cuando le consulté sobre el asunto—, pero hasta ahora no tenemos indicios serios.
—Pero imagino que este chavalo de la pastoral ya habrá venido a hablar con ustedes.
—En efecto, y creo que es un tipo bienintencionado, pero parece estar asumiendo que el que haya muchachas adolescentes sexualmente activas se equipara a prostitución infantil. Me temo que es más un asunto de conservadurismo moral que de otra cosa, o al menos no tenemos aún nada que evidencie algo tan elaborado y grave como una red de trata de menores.
—Comprendo ¿y el tal Coco?
—Bueno si querés detalles tendrás que ir a preguntar a Estupefacientes. Lo investigamos un tiempo pero, de nuevo, no tenemos pruebas de que esté prostituyendo menores o que haya alguna vez cometido algún delito de índole sexual. Pero sí, no cabe duda que vende drogas. No sé por qué la gente de la PCD y Estupefacientes no lo ha fichado ya.
—Gracias por la ayuda Rojas —le dije estrechándole la mano.
—Nos vemos en la fiesta de fin de año.
Por su parte, Córdoba encontró que el PANI tenía algunas denuncias interpuestas sobre el asunto, y que había realizado las indagaciones de oficio, sin encontrar aún evidencia sólida. La mayoría de las denuncias habían sido puestas, como lo supusimos, por Corea, pero había dos que eran autoría de otros vecinos de la zona con los que nos dispusimos a hablar.
Pero las entrevistas fueron de poca ayuda. En un caso la denunciante —una maestra ya pensionada— se negó a recibirnos y a decir nada, lo que nos hizo sospechar que había sido intimidada. Se trataba de una docente de cabello gris acolochado quien nos habló por la ventanilla mirándonos a través de sus gruesos anteojos.
—¿Qué quieren? ¿Qué otro de mis gatos amanezca muerto en la entrada de mi casa? No gracias —dijo cuando la presionamos más, y luego cerró la ventanilla de golpe.
La otra denunciante había sido la madre de una de las estudiantes del colegio, Nicole Sanabria. Llegamos a la casa de ésta donde nos recibió Nicole, ataviada solo con una pantaloneta y una camiseta sin mangas y cuidando a un bebé de unos dos años. Cerca de donde ella estaba se encontraba una niña de doce años físicamente muy parecida y con similar indumentaria que jugaba con el celular y que Nicole identificó como su hermana menor.
—¿Y el bebé es tu hijo? —pregunté.
—Así es —respondió ella. —No pregunten por el padre, porque no vive acá, pero al menos paga la pensión a tiempo… claro, eso o lo denuncio.
—¿Y sabés cuando va a regresar tu mamá?
—Anda cuidando a un tío que está enfermo en el hospital, así que dudo que llegue pronto.
—¿Algún otro miembro adulto de la familia?
—No, mi papá hace años nos dejó y mi hermano se juntó y jaló con una tierrosa.
—Según nuestros informes tu mamá denunció que habían muchachas que tenían sexo por dinero a las afueras del colegio. ¿Sabés algo al respecto?
—¿Qué hay varias prostis en el cole? Eso todo el mundo lo sabe —dijo en tono sarcástico, como si fuéramos tontos por preguntarlo. Se sentó en el sillón principal de la sala mientras hacíamos lo mismo en otros asientos aledaños.
—¿Alguien las dirige? —preguntó Córdoba.
—No, son por vocación.
—Cuando decís que son prostitutas —intervine—, querés decir que cobran por sexo.
—Tanto detalle no sé, no me meto en la vida de los demás. Pero de que hay más de una que le encanta abrir las piernas con quien puede, pues eso es innegable ¿o ustedes pensaban que era un convento?
—Ok, pero pregunto de nuevo —insistí— ¿sabés concretamente de compañeras tuyas que estén prostituyéndose con adultos a cambio de dinero?
—No, don David —me dijo—, son zorras pero no putean.
—¿Por qué tu mamá puso la queja en el PANI? —preguntó Córdoba.
—Por payasa.
Córdoba y yo nos volvimos a ver. Sabíamos que esa entrevista había quedado en nada.
Al dejar la propiedad atravesamos las calles de San Sebastián en nuestro vehículo cuando el día comenzaba a ser reemplazado por la noche. Ahí fue donde, por casualidad, divisamos los indicios que andábamos buscando.
—¡Ojo! —alertó Córdoba señalando hacia la derecha. Miré con atención la dirección que señalaba y vi lo mismo que ella; una de las compañeras de Melanie que habíamos entrevistado en el colegio, la de cabello negro y ojos claros para ser más específico, salía de una vivienda de clase media baja de muy mal aspecto. Ya estaba fuera del portón principal contando billetes y despidiéndose de un adulto mayor con edad para ser su abuelo.
—¡Que lamentable! —exclamé— los rumores eran ciertos —dije mientras detenía el vehículo cerca del área.
—¿Lo arrestamos? —preguntó Córdoba.
—No… ella ya está afuera de la propiedad, no tenemos causa para allanar, pero informemos a la gente de Trata para que lo procesen… y sigámosla, puede llevarnos a su proxeneta.
—De acuerdo.
En efecto seguimos a la muchacha que llamó por su celular a un taxi pirata que la llevó hasta una zona bastante peligrosa de la comunidad. Allí se bajó del taxi cerca de una alameda donde una prostituta adulta de cabello negro lacio conversaba con un pintilla que ejercía claramente de “campana” en caso de que llegara la policía, por lo que tuvimos la precaución de mantener la distancia para no llamar la atención y observar lo que acontecía con binóculos. La muchacha fue recibida dentro de una casa que, según los expedientes que conocíamos, pertenecía al “Coco”, quien salió a recibirla en persona por la puerta principal y que reconocimos gracias a la fotografía de archivo. Ella le dio una suma de dinero que había recién ganado vendiendo su cuerpo y el Coco Segura sonrió.
—Suficiente —dije— llamemos a la gente de la SERT para que lo arresten por proxenetismo y prostitución infantil.
La casa de Segura fue allanada unas dos horas después. Se encontró todo lo presumible; drogas, dinero en colones y dólares, armas (especialmente un revólver y tres armas blancas de entre las que destacó una navaja que podía ser la utilizada para mutilar a Melanie) y documentos falsos. También encontramos en el interior a la muchacha de pelo negro que fue identificada como Pamela Durán y que estaba totalmente drogada en marihuana y alcoholizada, así como a un par de compinches del Coco, uno de ellos menor de edad.
Los dos menores fueron puestos a las órdenes del PANI, mientras que Segura y su amigo mayor de edad pasarían la noche en la delegación más cercana.
—¿¡Qué!? ¡Están pero re-mamando! —afirmó Segura cuando lo interrogamos a la mañana siguiente. —Sí, esa chica es prosti, pero yo no soy el chulo. ¡En serio! —dijo volviendo a ver a su abogada, una defensora pública que tenía muy bonitas piernas.
—Yo que usted no me complicaría las cosas, José Antonio —le dije utilizando su verdadero nombre—, pronto el informe forense nos dirá si alguna de las armas incautadas en su casa fue la que se usó para asesinar a Melanie Velázquez. ¿Por qué la mató? ¿por qué iba denunciar su red de prostitución? ¿por qué no aceptó trabajar en ella?
—¡Diablos! ¡Que no! ¡Lo mío son las drogas, sí! —dijo y su abogada le dio un codazo en las costillas—, diay, ¿qué quiere que diga? —le reclamó a su abogada—, yo no voy a caniar añales por algo que no hice, mae. No, no, yo no tuve nada que ver con la muerte de esa güila y jamás he tenido nada que ver con prostitución. La putilla esa de Pamela llega a veces a comprarme droga, nada más.
—Bueno, si no piensa confesar, entonces no tenemos más que hablar —dije cerrando la carpeta y dejándolo solo en la sala de interrogatorios con su abogada. Córdoba, que miraba todo desde afuera por ser una habitación tipo cámara Géssel, me preguntó:
—¿Qué crees? ¿Está mintiendo?
—Como psicólogo, diría que su lenguaje corporal no me hace suponer que mienta, pero es pronto para saber. Esperemos los resultados forenses.
Estando más despejado al haber avanzado en el caso de Melanie Velázquez, llegué a la mañana del día siguiente a las afueras de los Tribunales de Familia a reunirme con Sandra Flores, mi ex esposa.Sandra era una mujer de mi edad. Tenía el cabello castaño, rizado y ojos de color miel. Cuando nos casamos, hacía como ocho años, era una belleza despampanante que volvía la mirada de los transeúntes y detenía el tráfico. Seguía siendo muy guapa, si bien tenía algunas libritas de más. Ya no era la veinteañera incauta y cándida que alguna vez conocí. Aquella que usaba bolsos de Hello Kitty y llevaba sus cuadernos abrazados con su mano derecha sobre el pecho camino a la universidad a sus clases de Derecho. Ahora era una mujer madura y experimentada, cuya madurez le otorgaba el aire atractivo y sazón como pocas mujeres consegu&
Sharlene Williams Tuffy fue encontrada asesinada en un lote baldío de la comunidad de San Sebastián. Diferente al lugar donde se descubrió el cadáver de Melanie pero aún así cercano. Le habían desfigurado la cara con cortes de arma blanca y había muerto estrangulada. Al igual que con Melanie no había evidencias de agresión sexual, aunque Sharlene claramente no era virgen; el reporte forense mostraba que era sexualmente activa desde hacía años y que incluso esa misma noche había sostenido relaciones sexuales horas antes utilizando condón, pues no tenía semen en el cuerpo sino remanentes de látex.No cabía duda de que era el mismo asesino. José Antonio “El Coco” Segura estaba bajo custodia, lo cual lo exculpaba de las sospechas. Igual sería procesado por drogas, pero ya los cargos de homicidio y probablemente los de proxene
Al llegar a mi casa encontré a Pamela Durán viendo televisión en el sillón de mi casa. “¡Cierto!” pensé “no se ha ido”.—Tus papás deben estar preocupados ¿te llevo a tu casa?—Ya los llamé y les dije que estaba con un amigo y que no sabía cuando regresaría y me dijeron que estaba bien. Como le dije, no les importo nada.Suspiré.—Lo lamento —dije sentándome a la par mientras ella hacía zapping en la televisión. —Podés visitarme cuando querás.Me observó largo rato y me puso la mano en el muslo.—Ya te dije que no quiero eso.—Pero yo sí —dijo jalándome el mentón con una mano y estampándome un beso que, debo admitir, supo a cielo.Suspiré
Al día siguiente estábamos ya desde la mañana en la oficina preparándonos para un día de investigaciones.—Al parecer el amante joven, Kevin Salas, era abiertamente homosexual —explicó Córdoba mientras revisaba la computadora y tomaba café mañanero. —Además de entusiasta de actividades “New Age” según he podido averiguar en sus redes sociales y con algunas llamadas a sus familiares. E incluso… bueno…—¿Sí?—Bueno, parece que pertenecía a un grupo de estudiosos del fenómeno OVNI y hasta aseguraba haber sido “contactado”.—¿Contactado por aliens?—Exacto.—¡Vaya! ¿Y qué se sabe de Robles?—Averigüé que tenía cierta participación dentro de gr
El domingo llegamos a eso del mediodía a La Sabana donde se realizaba una reunión del Círculo Antares, un pintoresco grupo de entusiastas del fenómeno OVNI. Se trataba de una colección de hombres y mujeres, la mayoría jóvenes veinteañeros de aspecto hippie, aunque al menos uno de ellos era un sujeto de edad madura con barba de candado y una boina que hablaba con acento español y al parecer era un “reconocido experto” sobre el tema OVNI.—Ah sí, lamentamos mucho la muerte de Kevin —nos dijo Carolina Alfaro, la coordinadora del grupo o, como ellos la llamaban, el Enlace, era una muchacha de cabello teñido de púrpura con muchos aretes, pulseras y ropas coloridas. Tenía rostro bonito pero estaba algo pasada de libras. —Kevin era un contactado ¿sabía?—Con eso imagino que quiere decir que lo contactaron extraterrestre
—Estoy empezando a pensar que si fueron los Hombres de Negro —le dije a Córdoba en la oficina. —No veo quien más pudo entrar a la casa, matar a las dos víctimas, y además salir dejando todo cerrado tras de sí. —Puede que tengás razón —dijo revisando registros en la computadora. —Si tuvo que ver con extraterrestres. —¿¡Qué!? ¡Lo decía en broma! —¿Te acordás del tipo mayor que estaba en La Sabana junto al resto de los hippies de los aliens? —Sí. —Pues es de nacionalidad española, se llama Juan Carlos Girón y se le busca en España por varios delitos de fraude y malversación de fondos respecto a donaciones recibidas por una fundación de investigación del fenómeno OVNI que dirigía. —Ya veo. ¿Y eso cómo se conecta a nuestro caso? —Según registros bancarios, Kevin Salas donó onerosas sumas de dinero a la cuenta personal de Girón. Dudo mucho que hayan salido de su bolsillo, Salas
Quien con monstruos lucha cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti. Friedrich NietzscheAtaduras, cadenas, bondage, torturas, gemidos quietos en la profundidad de la oscuridad de una habitación de hotel siete años en el pasado.“O” (como se había designado a si misma) se encontraba atada a la cama, boca arriba. Sus muñecas fuertemente sujetadas por esposas que resplandecían metálicamente con el bombillo que mal iluminaba la lóbrega habitación. Su boca se encontraba cubierta por una mordaza de bola y su cuerpo completamente desnudo, mostraba las marcas de la tortura; señales del látigo en la espalda, quemaduras provocadas por la cera derretida de las velas, sus glúteos tenían aún los rojizos hematomas causados por una afilad
Córdoba y yo entrevistamos a los padres de la víctima, que estaban muy afectados, como era de esperarse. Lo que nos contaron confirmaba más o menos lo que decían los reportes; Melanie era una muchacha tranquila y estudiosa, cuadro de honor en el cole, no tenía novio que ellos supieran y no se les ocurría quien pudiera ser su enemigo.Melanie no consumía drogas, según nos dijeron todos y según confirmaba el examen toxicológico de la sangre. Al parecer fue asesinada en horas de la noche anterior en que fue encontrada cuando venía precisamente de una de las pocas ocasiones en que salía a actividades sociales, en ese caso el cumpleaños de una amiga. Los padres se preocuparon, como era de esperarse, al no verla llegar y alertaron a las autoridades sin que esto sirviera de nada.—Sí, efectivamente —nos dijo el orientador, Guido Loaiza, un hombre de