Con tantas miradas fijas en ella, Luciana no tenía escapatoria. Además, pensando en Pedro, no le era posible llevarle la contraria a Alejandro.—Delio, creo que es mejor que todos bajen ya —dijo con una leve sonrisa.—De acuerdo…—¡Excelente!—Bueno, vámonos, que ya muero de hambre.—Lo mismo digo, no he comido casi nada en todo el día para guardar espacio.Entre bromas y comentarios, el grupo salió al estacionamiento, haciendo como si nada hubiera pasado. Con el apoyo de seis o siete autos que esperaban, se dirigieron a Cozyroom.A diferencia de otros restaurantes bufet, este lugar era tranquilo. La gente se acercaba a elegir sus platillos con discreción y conversaba en voz baja. Sergio había reservado tres grandes mesas, contiguas y junto a una ventana privilegiada.La comida, desde frutos del mar hasta carnes y postres, incluía opciones de cocina mexicana, italiana, portuguesa… Todos los ingredientes se veían fresquísimos y la presentación era exquisita, algo que no se ve en cualqui
Rosa, muy atenta, le colocó una albóndiga de camarón en el plato, pero Luciana la miró extrañada.—No la quiero.Rosa se quedó fría. Esa no era la Luciana de siempre. Se inclinó hacia ella, preocupada:—Luciana… ¿estás segura de que no te emborrachaste?—¿Eh? —Luciana giró la cabeza con la mirada algo perdida—. No, estoy perfectamente bien.Claramente no lo estaba.Rosa tragó saliva y se inclinó hacia ella, preocupada.—¿Te sientes mal en alguna otra forma?—No —respondió Luciana, soltando una risita.—¿Y… tu vientre? —Rosa dirigió la mirada a su abdomen. Dentro de él crecía el futuro heredero de la familia Guzmán; cualquier detalle era importante.—¿No te duele el estómago?—¿El estómago?Luciana posó ambas manos sobre su vientre, acariciándolo con cuidado.—Ah, es mi bebé…Rosa intercambió una mirada de alarma con Jhonny. ¿Qué podían hacer?De repente, un murmullo se propagó por la mesa. La gente se levantó y volteó hacia la puerta.—¡Señor Guzmán!—Señor Guzmán, buenas noches.Delio
Alejandro se fue a recoger el sancocho y otros platillos calientes que le gustaban a Luciana. Varias veces los meseros se ofrecieron a ayudarle, pero él se negó.—Señor Guzmán, déjenos…—No, gracias. Mi esposa me lo pidió a mí —respondió, sin admitir la asistencia de nadie.Regresó a la mesa con un pequeño calentador en el que puso el caldo, y pronto empezó a burbujear. Tomó también verduras y carnes, exactamente como sabía que a Luciana le gustaban.Luciana miraba la olla con la boca hecha agua. En cuanto la carne estuvo lista, Alejandro la sacó y se la sirvió en su plato, acompañándola con la salsa tal como a ella le gustaba.—Listo. Puedes comerla ahora —le dijo con suavidad.Luciana no respondió, sino que se concentró en masticar, llenándose las mejillas de comida hasta casi cerrarle los ojos de gusto.—¿Está bueno?—Sí —asintió ella con entusiasmo, señalando de nuevo la olla—. Quiero más.—De acuerdo.—Y también esas bolitas de res.—Lo que tú quieras.A ojos de los compañeros, er
—No me rebajaré a discutir con ustedes —El enojo de Rosa le impedía responder con calma, y su rostro se tensó—. Pero será mejor que cuiden su lengua. Si Luciana se entera, o peor aún, si se lo cuento al señor Guzmán… ¿no han visto lo mucho que él la protege? Díganme, ¿creen que se los perdonaría?Al oír eso, las dos jóvenes palidecieron. Ya había rumores sobre cómo Leticia fue “destruida” por meterse con Luciana, así que no dudaron en creerlo.—Nosotras no volveremos a hacerlo, ¡por favor, no se lo diga al señor Guzmán!—Sí, en serio. Fue un momento de tontería.—¡Uf! —Rosa las miró con desprecio—. ¿Y qué siguen haciendo aquí? ¡Lárguense!—Sí, sí, nos vamos.—¡Vámonos!Las muchachas se dieron la vuelta… y se toparon de frente con Alejandro.—Se-señor Guzmán… —balbucearon, tragando saliva.El rostro de Alejandro lucía sombrío.—Escuché perfectamente lo que decían. Si vuelven a hacerlo, acabarán peor que Leticia.—¡…!Asustadas, no necesitaban más explicaciones: Leticia había caído en de
Alejandro acomodó a Luciana en el asiento del auto con cuidado, aunque sin querer le rozó la cabeza contra el marco de la puerta. No fue gran cosa, pero ella abrió los ojos y lo miró, molesta.—Me lastimaste —murmuró, con esa mezcla de ternura y reproche que solo alguien medio mareado puede tener.A sus ojos, estaba adorable. Llevaban mucho tiempo enfrascados en peleas y distancias. Si Luciana no hubiese tomado ese sorbo de alcohol por accidente, tal vez no se mostraría tan cercana. El corazón de Alejandro palpitó con fuerza, su nuez de Adán subió y bajó visiblemente.—Luciana, por favor, no me provoques —dijo con voz ronca.—¿Eh? —Ella ladeó la cabeza—. Ni siquiera te estoy tocando. No soy un “anzuelo,” soy doctora. Mmm…Él no pudo contenerse más. Con una mano le alzó el mentón y la besó con un dejo de pasión contenida, suave pero persistente.—Mmm… —Ella se quedó sin aire y lo apartó un poco—. ¡No puedo respirar!Alejandro se rió entre dientes:—Todavía no aprendes a besar, ¿verdad?
Después de todo, esos secuestradores habían provocado las terribles quemaduras de Mónica, y por ende la brecha que ahora había entre Luciana y él. ¡No podía quedarse de brazos cruzados!—Entendido.***A la mañana siguiente, cuando Luciana bajó, Alejandro seguía en casa, esperándola.—¿Despertaste? —le dijo, invitándola a sentarse mientras la examinaba con la mirada, preocupado—. ¿Te sigue doliendo la cabeza? Amy preparó un caldo de pescado. Tómate una taza para que te repongas.En ese instante, Amy apareció con el desayuno y, señalando la olla de caldo, comentó:—El señor Alejandro se levantó muy temprano para pedirme que lo hiciera. Me dijo que anoche bebiste un poco de alcohol y quería ayudarte a reponerte.—Gracias —respondió Luciana, sin dejar claro si hablaba para Amy o para Alejandro.Mientras ella se disponía a probar el caldo, Alejandro sacó una pequeña caja de su bolsillo y la colocó en la mesa:—Luciana, esto es para ti.Ella no dijo nada.—Es un reloj —explicó Alejandro, fr
—¿Qué? —Clara se quedó pasmada unos instantes, procesando sus palabras. De pronto, explotó como un cohete—. ¿Te escuchas a ti mismo? ¿De verdad dices que “qué valor tengo”? ¡Ricardo, somos pareja desde hace años! ¡El dinero de esta casa es de los dos!—¿“De los dos”? —Ricardo soltó un bufido sarcástico—. No lo olvides: cuando te casaste conmigo, no traías nada. Entraste a esta casa con las manos vacías. ¡Ni un centavo de dote!—¡…! —Clara se quedó helada al principio, pero su furia se hizo aún mayor—. ¿Así que te atreves a soltar semejante bajeza, después de tantos años? ¿Acaso no fue a mí a quien di a luz a Mónica?—Sí —afirmó Ricardo, con una frialdad cortante—. Si no fuera por Mónica, ¿crees que me habría casado contigo?—¡Ah! —Clara sentía que se volvía loca. Empezó a forcejear con Ricardo—. ¡Así que nunca me has valorado! ¿Es eso?Ricardo, fastidiado, se zafó de sus manos:—No quiero discutir estas tonterías contigo. ¿De qué sirve remover el pasado?Intentó irse, pero Clara se afe
—Llámame al salir de tu turno. Si termino temprano, te recogeré —añadió él.Ella no respondió.—Ya, vete de una vez —contestó con frialdad.Tenía claro que él no iría directo a la oficina. Al cabo de un rato, sin duda pasaría por la sección de quemados para ver a Mónica.—De acuerdo…Justo en ese momento, la puerta de la unidad se abrió de golpe, dejando entrar una voz aguda que rebotó por el pasillo.—¡Luciana!Clara, con un porte agresivo y pisadas decididas, se presentó con cara de pocos amigos. Luciana frunció el ceño; ¿qué hacía ella ahí?—¿Te pasa algo?—¿Te haces la tonta? ¡Claro que sabes a qué vine! —reclamó Clara, llena de rabia—. ¡La casa de la Calle del Nopal y el dinero que te llevaste! ¡Exijo que me lo devuelvas! ¡No sé cómo puedes tener la cara para quedarte con algo que es mío y de Mónica!Ah, Luciana lo captó al instante: venía por el asunto de la propiedad. ¿Sinvergüenza? ¿En serio?—Ja —dejó escapar una risa seca, arqueando una ceja—. Si vienes por eso, lo lamento. Y