Sin embargo, en ese instante Alejandro se adelantó, extendió su brazo y la empujó de nuevo con un golpe sordo:«¡Pum!»El pálido reflejo de la luz se filtró por la rendija mientras la puerta se cerraba de golpe otra vez. Alejandro, pegado a su espalda, cubrió su espacio con un tono grave:—De acuerdo, iré a ver al médico. Pero vas conmigo.—¿Eh? —Luciana giró un poco la cabeza—. ¿Por qué debería acompañarte yo?—Luciana… —Alejandro frunció el ceño con una mezcla de furia y frustración—. ¡Eres mi esposa! ¡Debes acompañarme!—¿Tu esposa? Sí, lo soy —admitió ella con una risa corta y sin emoción—, pero… esa herida en tu brazo, ¿no fue por salvar a otra? ¿Por qué tendría que ocuparme de ti si la protegías a ella?—¡Luciana…!—Ah, cierto —soltó ella con un dejo de ironía—. Mónica ahora no puede cuidarte, pero tú tienes dinero de sobra, ¿no? Contrata a una enfermera, o a dos…—¡Luciana! —cortó Alejandro, perdiendo la calma. Su voz sonó tensa, llena de enfado—. ¿Tienes idea de lo injusta que
«Quizá un cambio en Alejandro, un impulso que la hiciera creer de nuevo en él. En ellos.» Pero ahora, comprendía que era el momento de despertar de ese espejismo.«Cerró los ojos, diciéndose a sí misma que debía descansar». Pronto reemprendería su vida, atendería su trabajo, su embarazo… «No había tiempo que perder con un amor que insistía en herirla.»Aquella noche, durmió profundamente. Al amanecer, sintió algo que pesaba sobre su brazo. Lo primero que vio al abrir los ojos fue la cabeza de Alejandro, recostada con cansancio en el borde de la cama, agarrándole la mano.«Con razón me dolía tanto…» pensó, notando la presión. Desconocía a qué hora habría llegado él, ni tampoco le interesaba saberlo.Quiso retirar su brazo, pero la fuerza de Alejandro le impedía moverse. Entonces, sin contemplaciones, lo llamó:—Alejandro, despierta. Me estás dejando el brazo dormido.—¿Hmm…? —Masculló él, incorporándose de golpe. Al erguirse, Luciana sintió la circulación regresarle al miembro entumecid
Luciana habló en tono contenido, pero Alejandro la notó “picante,” casi burlona. Al principio no quiso aclarar nada, pero no aguantó más sus pullas:—Luciana, mi brazo se quemó… ¡por ti!—¿Ah, sí? —replicó con una mueca escéptica—. ¿De veras?—¡Sí! —insistió él, alterado, queriendo explicar—. Lo que pasó es…—No me interesa escuchar —lo interrumpió Luciana, sin titubear—. Porque, digas lo que digas, no voy a creerlo. ¿Seguro aún quieres contarlo?Alejandro cerró la boca con el ceño fruncido. Era la primera vez que se sentía tan impotente, sin saber cómo defenderse:—Está bien, no diré nada. Vámonos.Guardando silencio, la llevó fuera de la habitación, bajaron y subieron al auto, partiendo rumbo a Rinconada. Al llegar, la mansión parecía algo más silenciosa de lo habitual, con Felipe la mayor parte del tiempo en el hospital junto a Miguel.En la sala, Amy salió a recibirlos.—¡Señora, señor! ¿Ya de vuelta?Luciana la miró con una sonrisa calmada:—Amy, por favor, prepara una habitación
—¿Y si sí? —Alejandro, con gesto hosco, murmuró—. Da igual. No me voy a morir.Luciana soltó un resoplido frío. ¿Creerá que con esto la conmovería?:—Pues muérete si quieres —soltó con ironía.—¿Qué…? —Alejandro abrió mucho los ojos, encendido de ira—. ¡Luciana!—¿Por qué me miras así? —replicó ella, con absoluta indiferencia—. No fui yo quien te hizo esa herida. ¿Te crees con derecho a dar lástima conmigo?Con esa frase, se levantó del asiento:—Si llegas a morirte, seguro que Mónica llorará a mares y hasta se querrá morir contigo. Serían “tórtolos trágicos,” ¿no? Perfecto final para ustedes dos. Felicidades.—¡Luciana…! —Alejandro se irguió, hecho una furia, sintiendo la sangre hervir—. ¿Planeas matarme de un coraje? ¡Pareces empeñada en que explote!—Si lo dices tú, así será. —Dio media vuelta y miró a Amy—. Llama a emergencias. Su fiebre no va a bajar así, podría sufrir un colapso.Acto seguido, se encaminó a las escaleras. Sin embargo, apenas había avanzado unos pasos cuando un es
Al oírlo, Alejandro sintió un nudo de fastidio:—¿No tienes nada más que hacer? Si estás de ocioso, puedes largarte.Salvador se echó a reír sin molestarse:—Tranquilo, amigo, todavía no termino mi manzana.Haciendo caso omiso del mal humor de Alejandro, siguió cortando y comiendo pedazos de fruta:—Ahora en serio, ¿qué planeas hacer? Luciana está molesta con toda la razón. Y, seamos francos, ¿de verdad has dejado atrás tu relación con Mónica?Si fuera solo la exnovia, vale, pero se supone que es tu “Mariposita,” esa chica que marcó tu juventud. ¿Estás listo para soltar ese recuerdo por Luciana?Alejandro apretó la quijada, sin responder.Salvador se comió el último bocado, limpió sus dedos y se puso de pie:—Si no eres capaz de soltar, yo, como tu amigo, te diría que liberes a Luciana. No la hagas más daño del que ya siente.Iba a marcharse cuando Alejandro lo llamó:—Salvador.—¿Sí?—No quiero divorciarme. Jamás tuve la intención de romper con Luciana. No planeo separarme de ella.Sa
—¡Claro que no! ¡Ya tengo novio!Salvador parpadeó, sorprendido. Eso le dio a Martina la oportunidad de arrebatarle por fin la bolsa con la bebida, sonreír con cierto triunfo y darse la vuelta para entrar.—¡Oye, espera! —Salvador la detuvo, curioso—. ¿Quién es?—¿Quién es qué? —Ella se quedó perpleja antes de comprender—. Ah, ¿preguntas por mi novio? Pues sí lo conoces: Vicente.—Oh, él… —Salvador chasqueó la lengua con desagrado—. Tu gusto no es muy bueno, que digamos.—¡Oye! —resopló Martina—. ¿Qué tiene de malo Vicente? ¡Y suéltame! ¿A dónde crees que vas?Salvador, sin inmutarse, avanzó hacia el interior del departamento. Con una exclamación de protesta, Martina le tomó del brazo:—¡Te digo que salgas! ¿No me oíste?Salvador desvió la mirada hacia su mano. «Vaya, su cara es redondita, pero sus dedos resultan finos». Sintió un cosquilleo que le secó la garganta y tragó saliva:—Marti… me estás tocando, ¿eh? Tienes que hacerte responsable por mí.—¿¡Ah…!? —Martina soltó su brazo con
Eran las diez de la noche en el Hotel Real.Luciana Herrera miró el número en la puerta: la suite presidencial 7203, confirmando que esa era, en el mismo momento en el que su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de WhatsApp de su padre, Ricardo Herrera. «Si puedes complacer al señor Méndez, tu madrastra pagará el tratamiento de tu hermano».Después de leerlo, Luciana no mostró ninguna expresión en su pálido rostro.Ya estaba tan adormecida, y era incapaz de sentir dolor en su corazón.Desde que su padre se había vuelto a casar con Clara Soler, a su padre no le importaban ella ni su hermano en absoluto. Por eso su madrastra los estaba maltratando sin escrúpulos durante estos años.La falta de ropa y de comida era lo mínimo; ya que las palizas e insultos eran el pan de cada día.Y, esta vez, debido a las deudas de negocio, su padre la había obligado a… acostarse con un desconocido. En principio, Luciana se negó rotundamente, pero, al hacerlo, también logró que su padre y su madrast
Luciana se apresuró a regresar a casa, en donde, en el sofá de la sala se encontraba sentado un hombre de mediana edad, gordo y medio calvo, que miraba fijamente a Mónica, con una expresión de furia.—¡Una simple estrellita, y yo te prometí que me casaría contigo! ¿Cómo te atreves a hacerme esperar toda la noche?Mónica soportaba la humillación, a pesar de que ese calvo, Arturo Méndez, siempre usaba esa excusa para aprovecharse de las mujeres. Aunque realmente quisiera casarse, ¡sería como saltar a un pozo de fuego! ¿Quién se atrevería?Ella había tenido la mala suerte de que él se fijara en ella. Pero, como sus padres la querían, habían enviado a Luciana en su lugar. Sin embargo, ¿quién se iba a imaginar que Luciana escaparía en el último minuto?Clara, con una actitud sumisa, dijo:—Señor Méndez, lo sentimos mucho. Es solo una niña que no sabe lo que hace. Usted es un hombre muy comprensivo, no le dé importancia, por favor —repuso Clara, con una actitud sumisa.—Por favor, cálmese