Era un clip de cámara de seguridad, apenas unos segundos de duración, donde se veía a un hombre entrando a la habitación. Aunque la imagen no era muy nítida, en cuanto Luciana pausó el video, reconoció al instante a Alejandro.Imposible confundirlo. Ellos habían compartido la experiencia más íntima que dos personas pueden vivir. Y ahora que repasaba mentalmente aquellos momentos, cada rasgo, cada faceta física, cada fuerza desplegada, todo parecía encajar con la complexión de Alejandro. ¡Había estado frente a él mil veces sin notarlo!—Entonces… —murmuró, con el corazón al galope—. Esa misma mañana del día siguiente lo volví a ver. Él era el prometido con el que no deseaba comprometerme y yo, la novia que lo rechazaba sin imaginar la verdad…Una risa sarcástica se le escapó, cargada de dolor e ironía:—Claro. Era él. Justo él.Recordó cómo Alejandro la había llegado a juzgar, insinuándole que llevaba una vida disipada. ¿Y quién había colaborado en ello? ¡Él mismo!Sintió una amargura e
Luciana sabía que tenía fuerza de voluntad, pero desconfiaba de las reacciones de Alejandro. Cuando él se proponía algo, no la dejaba en paz.—No… no… —susurró, sacudiendo la cabeza con angustia.Se suponía que solo deseaba saber quién era el padre biológico del niño, nada más. ¿Por qué, de repente, todo tenía que cambiar solo porque era Alejandro? ¿Debía reconocerlo y darle el lugar que tal vez reclamara?—Pero… es distinto, porque… es Alejandro.¿No tenía él derecho a saber que era el papá? Una batalla interna se libraba en su mente. Además, ¿quién era el “distorsionador” que le había revelado la verdad? ¿Tenía un motivo oculto? ¿Estaba aliándose con ella o quería perjudicar a Alejandro?Luciana sentía un dolor de cabeza punzante. Siguió de pie, inmóvil, en medio del viento frío que le helaba las mejillas. Era pleno invierno y ya se oscurecía antes de las cinco y media. Las luces de la ciudad se encendían una a una.Finalmente, se movió un poco en dirección al estacionamiento subterr
Simón bajó al vestíbulo con la cabeza llena de dudas y marcó el número de Alejandro.—Aló, Alex.Él estaba cenando cuando contestó, pensando que tal vez se trataba de algo urgente sobre Luciana.—¿Le pasó algo a Luciana?—No, no, ella está bien —aclaró Simón.—Entonces… —Alejandro curvó los labios en una mueca—. ¿Te pidió otra vez que no le llevaras más comida?—Tampoco. —Simón estaba igual de sorprendido—. Esta temporada, como me indicaste, he estado llevándole comida a su departamento en cada comida, pero, normalmente, Luciana me dice: “Ya no vengas mañana.” Lo raro es que hoy no lo mencionó.—¿De veras? —Alejandro se quedó un segundo en silencio, intrigado.—Sí —confirmó Simón, y añadió—: Además, Luciana preguntó por ti.La noticia sacudió a Alejandro. De inmediato, dejó los palillos en la mesa.—¿Qué dijo?—Quería saber si hoy tenías algún compromiso.El ceño de Alejandro se frunció en cuestión de segundos. ¿Por qué Luciana se interesaba en eso? ¿Acaso se preocupaba por él… o tendr
En realidad, Luciana sí lo había leído. Pero, desde que descubrió que Alejandro era en realidad el padre biológico de su bebé, no sabía cómo tratarlo. En ese instante no supo qué contestar y luego se le juntaron los pendientes.La razón más apremiante era que Pedro ingresaría al hospital. Ricardo se comunicó para avisar que ya tenía todo listo para su internación, de modo que Luciana solo debía encargarse de llevar a Pedro.Llegó a la Estancia Bosque del Verano para ayudar a empacar sus cosas; después de la cirugía, Pedro tendría que quedarse un tiempo hospitalizado, así que requería todo tipo de artículos para su estancia. Además, era la primera vez que Pedro entraba al quirófano, y Luciana quería estar a su lado para tranquilizarlo.Balma se encargó de reunir el equipaje.—Señora Guzmán, revíselo por favor.—Claro. —Luciana corroboró con atención y añadió o quitó lo necesario—. Listo, con esto alcanza.—De acuerdo.Balma y uno de los cuidadores de la estancia cargaron las maletas al
—Sí… —admitió él, sin mucho entusiasmo. No quería que ella malinterpretara la situación.La reacción de Luciana no se hizo esperar:—Y es lógico que, si Mónica no está disponible, seas tú quien los acompañe.—Luciana… —murmuró Alejandro, sintiendo una punzada en el pecho.Su tono era calmado, y su expresión no mostraba resentimiento. Sin embargo, esas palabras le resultaban dolorosas.—¿Mmm? —Ella lo observó; al no oír nada más, señaló la puerta—. Si no hay nada importante, me gustaría entrar con Pedro.—¡Luciana! —soltó él de pronto, sujetándola de la muñeca, con el ceño fruncido y el gesto lleno de contradicciones, en parte avergonzado y un tanto herido—. No tenía idea de que vendrían hoy. De haberlo sabido, nunca me hubiera desentendido.Luciana suspiró con resignación.—Lo sé. No te disculpes, ni pienses que me fallaste. Fui yo quien decidió no avisarte.—¿Eh? —Alejandro parpadeó, confundido.Ella prosiguió con naturalidad:—Tú ocúpate de “la otra parte”. A Pedro lo cuido yo. Aunqu
—¿Yo? —repitió Luciana, sin entender.—Sí… —él alzó la barbilla, señalando a la puerta del cuarto—. Escucharte animar a Pedro fue como verte con un aura especial. Estoy seguro de que serás una gran mamá.Al decirlo, su mirada vagó fugazmente hacia el vientre de Luciana.Él lo decía sin pensar en dobles intenciones, pero para Luciana significó un golpe en la conciencia. ¿Una buena madre? Aquello la hizo recordar cuánto empeño había puesto Alejandro en demostrar su aceptación hacia el bebé que ella esperaba.¿Sería por su formación, más abierta a los valores occidentales? ¿O esa calidez incondicional provenía, sin él saberlo, del lazo de sangre?Mientras caminaban a la par por el pasillo, Luciana, en un arrebato, preguntó:—Si… digamos que, en lugar de haberme casado embarazada contigo, hubiera sido otra mujer… ¿También habrías aceptado al bebé sin problemas?Alejandro se detuvo de golpe, con la mirada profunda y misteriosa.—¿Luciana? ¿Te das cuenta de lo que estás preguntando?—¡No…! —
—¿Puedo terminar? —pidió ella con gentileza.Él tragó saliva y cedió, casi con obediencia:—Sí.—Como decía, lo he asimilado. Cuando un matrimonio no funciona, hay que concluirlo con dignidad, sin convertirnos en enemigos. —La voz de Luciana era tranquila, incluso un poco suave—. Propongo que, de ahora en adelante, nos llevemos bien.Hechas estas declaraciones, Luciana se quedó esperando la reacción de Alejandro. Él sentía todo el cuerpo rígido; sabía que, en el fondo, era una nueva negativa hacia sus intenciones de reconquistarla, solo que maquillada bajo la idea de “buenos términos”.—De acuerdo. —Tras un breve silencio, su mirada se aclaró con algo de resignación. Era preferible a que ella siguiera evitándolo por completo.Retomó la marcha, acelerando un poco.—Iré más rápido; tengo una reunión esta noche.—Sí, claro —asintió Luciana, echándole un vistazo de soslayo. Notó que no lucía enojado en absoluto, sino más bien sereno, como si acabara de tomar una decisión.Sostuvo sus manos
—¿Qué?La expresión de Martina cambió drásticamente.—¡Mamá, no llores! Voy para allá ahora mismo… Hablamos cuando llegue, ¿sí?Cortó la llamada con prisa, visiblemente alterada.—¿Qué pasó? —preguntó Luciana, preocupada al ver el semblante pálido de su hermana.—Luciana… —Martina, a diferencia de su hermana, tenía las emociones a flor de piel. Fue abrir la boca y rompió en llanto—. ¡Mi hermano… se lo llevó la policía!—¿Qué?Resultó que unos acreedores habían ido a la casa de los Hernández a exigir el pago de una deuda. El hermano de Martina, Marc Hernández, se alteró al sentirse presionado y terminó agarrándose a golpes con ellos. Marc, joven y con la sangre caliente, además de haber servido en el ejército, no encontró rival que se le resistiera. El resultado fue que el acreedor acabó en el hospital… y Marc, en la comisaría.Martina se vistió a toda prisa, tomó su bolsa y las llaves.—Marti, déjame ir contigo —ofreció Luciana, inquieta por la situación.—No hace falta —Martina negó c