—Eso sí, evita que se mojen —añadió—. Y, sobre todo, cuida la herida de la cara para que no te quede marca.Aunque no dependiera de su físico para vivir, Luciana pensaba que sería una lástima que una cara tan atractiva quedara marcada. Guardó el botiquín y, mientras volvía, escuchó que Alejandro se reía por lo bajo.—Tanto que hablas y en el fondo eres bien amable… —murmuró él—. Eres una mentirosa, siempre diciéndome que no te importo.Preparó el desayuno. Al volver, invitó a Luciana con un gesto.—Venga, siéntate. Come un poco. ¿Sabes? Hoy podré salir temprano; si quieres, en la noche te invito a cenar. Así no estarás todo el día encerrada.Luciana probó un sorbo de la papilla de arroz y lo miró con serenidad.—Alejandro…—¿Sí?—¿Mónica sabe que vienes aquí todos los días?Como era de esperarse, la expresión del hombre cambió al instante. Ella suspiró por dentro, consciente de que no quería sacar ese tema, pero se sentía forzada a hacerlo; la situación se había vuelto insoportable.—T
Tras una breve pausa, añadió:—Aun así, te adelantaré algo: tengo pruebas. Puedo garantizar que mi información es confiable.Luciana sintió un escalofrío.—¿De verdad?—Ya lo oíste. —El tono sonó seguro—. Repito: fuera de confiar en mí, no tienes otra opción. Te quedan dos días. Piénsalo bien y no salgas con que aún no decides… porque no pienso esperar más.Acto seguido, colgó. Luciana se quedó agarrando el teléfono, con el ceño fruncido y mordiéndose el labio. Su intuición le decía que tal vez no era una simple extorsión; quizás esa persona hablaba en serio.***Al día siguiente, el misterioso interlocutor no llamó. Y, por su parte, Alejandro cumplió su promesa de no aparecerse, así que Luciana disfrutó de un día de relativa calma.Pasada la medianoche del tercer día, volvió a sonar el teléfono con aquella extraña voz.—Ya se cumplieron las 72 horas. ¿Tomaste tu decisión?—Sí.—Perfecto, te enviaré la cuenta.El tono de quien hablaba era tan confiado que ni siquiera preguntó cuál habí
A primera hora, Ricardo pasó por Luciana. Al subir ella al auto, él notó que su rostro lucía cansado, con una expresión sombría.—¿Te sientes mal? ¿Te pasó algo?—Nada —contestó Luciana, volviendo en sí—. Solo que últimamente duermo fatal.—Ah, claro —respondió Ricardo, sonriendo con naturalidad—. Cuando una mujer está en las últimas etapas del embarazo, es muy difícil conciliar el sueño. Estás incómoda con la barriga grande, y encima hay que levantarse cada rato al baño… Tu madre, cuando te esperaba a ti… —Se interrumpió de golpe.Fue evidente que ambos comprendieron que no era momento para mencionar a la madre de Luciana; Ricardo ni siquiera se consideraba con derecho a evocarla en voz alta.Luciana tampoco tenía deseos de hablar, así que cerró los ojos y recargó la cabeza en el respaldo del asiento. Solo cuando el auto se detuvo, volvió a abrirlos.—¿Ya llegamos?Bajó y vio frente a ella un edificio de oficinas, mirándolo con desconcierto.—¿Para qué vinimos aquí?—Entra y verás —re
—¿Eh…?Tan estupefacta estaba que no podía articular más. Lo contemplaba como si no lo reconociera.Ricardo soltó una ligera risa, cargada de melancolía.—¿Por qué me miras así?¡Era tan extraño!—No lo entiendo… —musitó Luciana, con un nudo en la garganta—. ¿Por qué?—No hay ningún “por qué” —respondió Ricardo—. Todo esto, en un principio, pertenecía a tu madre. Y al faltar ella, debería ser de ustedes, sus hijos.Por lógica, sonaba razonable. Sin embargo, Luciana no comprendía la enorme diferencia de actitud respecto al pasado. En aquel entonces, él la había orillado a una situación insostenible. ¿Por qué era tan generoso ahora?Ricardo, percibiendo la carga en los ojos de su hija, habló con un tono lleno de culpa:—No puedo cambiar lo que pasó, pero sí puedo hacer lo correcto en este momento. Toma lo que te corresponde.—Estas propiedades —continuó—, te las entrego ahora. Las que aparecen en el testamento y que serán para ti y para Pedro, se mantendrán intactas. Si no las aceptas, t
Una vez dentro del coche, Luciana habló de manera inusual.—¿Puedo hacerte una pregunta?—Claro, lo que quieras —asintió Alejandro, curioso.—¿Cuántos días tarda, por lo general, una transferencia a una cuenta en el extranjero?Él, acostumbrado a estos trámites por su trabajo, contestó de inmediato:—Entre tres y cinco días, por lo general. Aunque si llegas a los siete días y no se refleja, tienes que investigar. —Frunció el ceño—. ¿Por qué lo preguntas?Luciana negó con la cabeza.—Nada importante, solo quería saber.Pero internamente estaba haciendo sus cálculos. Si era de tres a cinco días y ya habían pasado cuatro desde que hizo el envío, ¿por qué no había recibido ninguna noticia del “distorsionador de voz”? Quizá debía seguir esperando… No tenía otra opción.Cuando llegaron a la consulta de ginecología y obstetricia, había una serie de chequeos por hacer. Alejandro llevó a Luciana hasta la sala de espera.—Siéntate. Enseguida regreso.—Gracias.Ella sabía que necesitaba tener la
—No es nada —contestó al fin, intentando recobrar la calma. Se soltó de Alejandro—. ¿Trajiste el agua? Dámela, por favor. Quiero terminar pronto con las revisiones e irme a casa.¿“No es nada”? Alejandro no las tenía todas consigo. Para él, Luciana se veía realmente alterada, como si hubiera vivido un susto tremendo. Aun así, no insistió: simplemente le quitó la tapa a la botella y se la ofreció.—Toma.—Gracias —respondió ella.La revisión prenatal tomó cerca de una hora. Eran poco más de las cuatro y media de la tarde cuando llegaron de regreso al departamento de Luciana. Apenas se detuvo el auto, ella abrió la puerta con prisa, bajando sin esperar ayuda.—Luciana, te acompaño…—No hace falta —replicó sin mirar atrás, avanzando con paso firme hacia el lobby.Alejandro se bajó también, intentando alcanzarla, pero ya era demasiado tarde: ella se había metido en el elevador, dejándolo con una sonrisa amarga. “¿Cuánto me detesta…?”, se preguntó.***Luciana subió y, tras cerrar la puerta
Era un clip de cámara de seguridad, apenas unos segundos de duración, donde se veía a un hombre entrando a la habitación. Aunque la imagen no era muy nítida, en cuanto Luciana pausó el video, reconoció al instante a Alejandro.Imposible confundirlo. Ellos habían compartido la experiencia más íntima que dos personas pueden vivir. Y ahora que repasaba mentalmente aquellos momentos, cada rasgo, cada faceta física, cada fuerza desplegada, todo parecía encajar con la complexión de Alejandro. ¡Había estado frente a él mil veces sin notarlo!—Entonces… —murmuró, con el corazón al galope—. Esa misma mañana del día siguiente lo volví a ver. Él era el prometido con el que no deseaba comprometerme y yo, la novia que lo rechazaba sin imaginar la verdad…Una risa sarcástica se le escapó, cargada de dolor e ironía:—Claro. Era él. Justo él.Recordó cómo Alejandro la había llegado a juzgar, insinuándole que llevaba una vida disipada. ¿Y quién había colaborado en ello? ¡Él mismo!Sintió una amargura e
Luciana sabía que tenía fuerza de voluntad, pero desconfiaba de las reacciones de Alejandro. Cuando él se proponía algo, no la dejaba en paz.—No… no… —susurró, sacudiendo la cabeza con angustia.Se suponía que solo deseaba saber quién era el padre biológico del niño, nada más. ¿Por qué, de repente, todo tenía que cambiar solo porque era Alejandro? ¿Debía reconocerlo y darle el lugar que tal vez reclamara?—Pero… es distinto, porque… es Alejandro.¿No tenía él derecho a saber que era el papá? Una batalla interna se libraba en su mente. Además, ¿quién era el “distorsionador” que le había revelado la verdad? ¿Tenía un motivo oculto? ¿Estaba aliándose con ella o quería perjudicar a Alejandro?Luciana sentía un dolor de cabeza punzante. Siguió de pie, inmóvil, en medio del viento frío que le helaba las mejillas. Era pleno invierno y ya se oscurecía antes de las cinco y media. Las luces de la ciudad se encendían una a una.Finalmente, se movió un poco en dirección al estacionamiento subterr